¿Las Oreo están destruyendo el Amazonas?

¿Las Oreo están destruyendo el Amazonas?

Hace tiempo, después de enviar la tercera sesión de un mini-curso online gratuito (sobre cómo empezar a comer más plantas y menos animales) que creé en equipo con mi amiga y colega activista Airam, recibí un mensaje que primero me puso tensa y después me llevó a pensar en la importancia de hablar de lo que quiero compartir en esta publicación.

El contenido de dicha sesión se centraba en la diversidad de ingredientes que se pueden usar en una alimentación basada en plantas, y en tratar de mostrar que la comida vegana no es un tipo especial de comida que solo se consigue en tiendas especializadas, o en otros países —o planetas—, sino que “comida vegana” es cualquier cosa que NO tenga productos de origen animal. El ejemplo puntual que usé en ese entonces en el texto era “desde una banana hasta unas Oreo”.

Más adelante en el texto también se especificaba que el hecho de que algo fuera vegano no necesariamente hacía que fuera más saludable, y mencionaba como ejemplo —de nuevo— a las Oreo, explicando que no son ni muy saludables ni muy “sostenibles”.

Unos minutos después de enviar la sesión recibí un correo de una participante (a quien me seguiré refiriendo en este texto como “estudiante inconforme”), que decía que “las Oreo están destruyendo el Amazonas” y que es lamentable que las use como ejemplo de comida vegana. Unos cuantos segundos después recibí otro correo de la misma persona, pidiendo que quitara su email de la lista de distribución del mini-curso.

Y yo, que soy una persona común y corriente y también me pongo tensa y se me agota la paciencia, respondí ese correo con otro bastante más largo, en el que, además de confirmarle que su email había sido eliminado de la lista, le compartía algunos datos que espero que hayan servido para que su preocupación por el Amazonas realmente vaya más allá.

 

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Con la cabeza un poco más fría, me puse a pensar en cuántas veces caemos en trampas similares: sobre-simplificamos la información que encontramos y terminamos haciendo afirmaciones que no solo no son ciertas, sino que no aportan nada a la conversación, sea sobre la conservación del Amazonas o sobre cualquier otra cosa. Y como sé que es fácil que caigamos en trampas de ese tipo, decidí que quiero compartir aquí los mismos datos que escribí en ese email, junto a tres reflexiones que considero esenciales para mirar estos temas desde una perspectiva más integral.

Para empezar, respondamos a las afirmaciones de la estudiante inconforme:

 

1. Las Oreo no están “destruyendo el Amazonas”.

Esa es una afirmación simplista que parte de la idea de que un solo producto puede acabar o salvar un ecosistema, y eso simplemente no es cierto. Una de las principales causas de la deforestación en el Amazonas es la ganadería, y otra causa importante es el cultivo de soya (que hasta un 75% es usada para alimentar ganado). Incluso con esos datos, no se puede afirmar que “las vacas están destruyendo el Amazonas” o “la soya está destruyendo el Amazonas”, porque eso tampoco es cierto. La afirmación más sensata sería “los humanos estamos destruyendo el Amazonas, y lo estamos haciendo, entre otras cosas, por un aumento desmedido tanto de nuestra población como de nuestra sed de consumo”. E incluso así, la afirmación se queda corta, porque hay muchos factores que sería importante considerar y analizar.

Así que no, las Oreo no están destruyendo el Amazonas. Pero si a alguien le interesa enfocarse en productos con menos impacto en el “pulmón del mundo”, le conviene más enfocarse en los productos de origen animal, y no en una sola marca de galletas.

 

2. El aceite de palma tampoco está destruyendo el Amazonas.

La estudiante inconforme nunca aclaró por qué afirmaba que las Oreo están destruyendo el Amazonas, pero supuse que tenía algo que ver con el aceite de palma, que es un producto que se ha hecho “famoso” por la destrucción que se deriva de su producción —sobre todo en selvas tropicales—, y que se usa en muchísimos productos procesados que conocemos y consumimos.

Partiendo de esa suposición, vale la pena aclarar algo: las mayores plantaciones de palma no están en el Amazonas, están en Indonesia y Malasia. Para ser más concreta, el 85% del aceite de palma del mundo se produce en esos dos países, y —por supuesto— es ahí donde se concentra la mayor parte de su impacto medioambiental.

Por otro lado, el aceite de palma no se usa solo para hacer Oreo, sino para millones de productos empacados y procesados (papas fritas, Doritos, galletas de otras marcas… solo hace falta mirar etiquetas para ver que el aceite de palma está en todas partes), para hacer champú, jabón, pasta dental, y un larguísimo etcétera. De nuevo, si queremos tener menos impacto por consumo de aceite de palma eso está súper bien, pero entonces el enfoque no son solo las Oreo, sino todos los productos procesados y comerciales que lo contienen.

¿Significa esto que no se puede cuestionar a las Oreo? ¿O que no hay que preocuparse por lo que pasa en las selvas de otros países? ¿O que no hay que preocuparse por el impacto de la producción del aceite de palma? Por supuesto que no, debemos preocuparnos, y mucho. Pero hagámoslo con datos reales y con información clara y concreta, porque si no es como si estuviéramos avanzando por un camino con los ojos cubiertos, tratando de ver a qué le atinamos con las manos. La información es poder, y entender mejor la compleja realidad detrás de esta problemática no solo nos ayuda a comprender las conexiones que tiene con otros problemas (sociales, ambientales) sino que nos permite decidir cuáles son las maneras realmente eficientes en las que podemos tratar de solucionarlo.

 

3. El problema no es el aceite de palma. Somos nosotres.

Dejar de comer Oreos es una decisión válida (yo misma lo he hecho, lo comento en un texto que escribí hace tiempo); puede ser parte de un boicot que podemos elegir hacer (como tantos otros), y puede valer la pena, sobre todo si entendemos que el problema va mucho más allá, y si no nos quedamos simplemente dándonos palmaditas en la espalda pensando que el solo hecho de dejar de consumir Oreo (o *inserte producto o marca boicoteada*) nos convierte en ambientalistas comprometides.

Como lo dicen las genias de Carro de Combate (en un artículo en el que explican por qué boicotear el aceite de palma no es la solución, y que recomiendo a cualquiera que esté interesade en este tema): “el problema nunca fue la palma aceitera: el problema no puede ser una planta. El problema es el modelo del agronegocio industrial y globalizado que está arrasando con otros modos de cultivar la tierra”.

Es muy fácil buscar villanos afuera, señalarlos y lavarnos las manos, pero así no es como se “cambia el mundo”. Biocotear el aceite de palma puede traer sus propios problemas, como también lo dice la portavoz de WWF Ilka Petersen en un artículo publicado en NatGeo:

“… Los sustitutos no son mejores: para obtener aceite de coco habría que establecer plantaciones en Filipinas e Indonesia, para la soja en Latinoamérica y cada litro de aceite girasol y de colza precisa extensiones mucho mayores. Es ir de mal en peor.”

 

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Las tres reflexiones que quiero compartir a raíz de este asunto, son:

1. Hablar de sostenibilidad necesariamente implica aceptar —y hablar de— la complejidad.

Y, para que realmente empecemos a avanzar en esta conversación y proceso de transición, es necesario que dejemos de enamorarnos de las sobre-simplificaciones. No se salva el planeta apagando la luz una hora. No se salva el planeta cambiando el plástico desechable por materiales biodegradables. No se salva el planeta dejando de comer Oreo. Se salva el planeta entendiendo que eso no es tan sencillo y que, si queremos construir cambios reales y duraderos, nos tenemos que hacer preguntas más profundas, más complejas y más incómodas.

2. Hay maneras más constructivas de hacer activismo.

Si hay una iniciativa que sigues porque le apuesta a cambios en los que crees, pero que promueve en algún momento una idea con la que no estás de acuerdo, te puedes alejar de esa iniciativa, dejar de seguir sus cuentas de redes sociales digitales y eliminar tu suscripción a sus correos, y es tu derecho y está todo bien. Sin embargo, creo que el activismo se puede vivir desde una perspectiva constructiva. Si no te gusta que en un curso se mencione a las Oreo (incluso si es al lado de un texto que dice que no son saludables o sostenibles), puedes invitar a que se genere diálogo en torno a eso, compartir tus inquietudes con datos que las apoyen, pedir más información, pedir que se incluyan más datos en una futura sesión, etc.

Las iniciativas que sigues están formadas por personas. Las personas somos imperfectas, estamos todas aprendiendo. Tu comentario —constructivo— puede ser un buen punto de partida para ampliar la conversación en una dirección en la que era necesario ampliarla, pero eso no va a pasar si solo te quejas y te retiras de todo lo que no se adapte 100% a tus estándares. Y, dicho eso:

3. No es “pureza” lo que necesitamos para cambiar el mundo.

Dejar de seguir / apoyar iniciativas con las que no estamos 100% de acuerdo nos permite mantener —o creer que mantenemos— nuestra “pureza” interna… pero la pureza, en términos prácticos, no sirve para nada. El mundo —y los animales, y el Amazonas— no necesitan nuestra pureza. Necesitan nuestro activismo, y nuestro compromiso con la construcción y el diálogo.

Si lo que queremos es construir una sociedad sostenible, lo que necesitamos no es mirar hacia abajo desde un pedestal imaginario de pureza, sino compartir nuestras ideas, cuestionamientos e inconformidades de manera constructiva con personas que están trabajando para lograr el mismo objetivo. Si lo que queremos es cuestionar el consumo de un determinado producto o ingrediente, lo que necesitamos no es alejarnos de cualquiera que los mencione, sino invitar a una conversación en la que se pueda construir conocimiento y propuestas colectivas. Si lo que queremos es proteger el Amazonas, lo que debemos hacer es informarnos e involucrarnos en iniciativas que sí sirvan para protegerlo y que vayan más allá de afirmar que las galletas Oreo son las culpables.

 

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Aceptar nuestra responsabilidad en la red de problemas que enfrentamos es doloroso, pero bastante más efectivo que señalar villanos imaginarios usando afirmaciones simplistas. Aceptar la complejidad que implica hablar de sostenibilidad es incómodo, pero absolutamente necesario para construir soluciones reales, integrales y duraderas.

Como ya lo dijo hace años el escritor Henry Louis Mencken: “Para cada problema complejo hay una solución que es clara, simple… y equivocada”. Pensemos más allá de lo obvio, que si la solución a la crisis ecológica planetaria fuera tan sencilla, ya estaríamos hace tiempo viviendo en el paraíso de la sostenibilidad ;-)