La trampa del todo o nada

La trampa del todo o nada

Los humanos tenemos muchas “mañas” que se han ido formando y fortaleciendo a lo largo de la historia. Por ejemplo, a pesar de la evidencia que tenemos sobre las complejísimas conexiones entre todas las cosas que nos rodean, insistimos en seguir tratando de entender el mundo como si estuviera hecho de partes independientes, y aparentemente seguimos estando convencidos de que podemos hacer una cosa aquí sin que se afecte otra cosa allá.

Con frecuencia, además, reducimos el mundo y la realidad a una cuestión de blanco y negro. Nos educaron así en la escuela, y la religión, la televisión, y casi todos los mensajes que nos llegan por todas partes siguen reforzando esa idea de que el mundo consiste en opuestos básicos e irreductibles: el héroe y el villano, lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo, lo gordo y lo flaco, lo iluminado y lo oscuro.

Esa visión dualista es, básicamente, un atajo; una manera de ahorrarle tiempo y energía al cerebro simplificando al máximo la información disponible. Reducimos el mundo a opuestos extremos porque resulta más fácil juzgar algo simplemente como “bueno” o “malo” que analizar todos los posibles matices que hay entre esos dos puntos. Ver los puntos intermedios requiere más esfuerzo, más análisis, más información, más observación, más conciencia; pero lo que promueven nuestras sociedades es la comodidad y la inmediatez.

Algunas veces esos atajos del cerebro funcionan a nuestro favor: sería incalculablemente agotador analizar todas las cosas en todos sus posibles matices, todo el tiempo; posiblemente terminaríamos volviéndonos locas. El problema surge cuando nos dejamos llevar por la pereza cerebral y empezamos a ver al atajo como si fuera el único camino posible, quitándonos a nosotras mismas la posibilidad de ver el verdadero caleidoscopio que se esconde detrás de cada pedacito de realidad.

Todo esto me lleva al tema del que quiero hablar hoy… la trampa que se esconde detrás de esos atajos del cerebro que tomamos con frecuencia y que, en lugar de facilitarnos el camino, lo que suele hacer es dejarnos paralizadas en medio de la carretera: la trampa del todo o nada.

¿Cuántas veces has dejado de hacer algo que te gustaría hacer, por el simple hecho de que te parece poca cosa? ¿Con qué frecuencia te has dicho a ti misma que ese pequeño gesto no vale de nada, porque hay muchos otros que no vas a poder aplicar ahora mismo? ¿Cuántas veces has sentido que no vale la pena hacer algo, porque al final de cuentas no vas a poder hacerlo todo?

 

A mí me ha pasado muchas veces y en muchas situaciones de la vida: desde la intención de escribir un diario, pasando por mi decisión de dejar de comer carne, hasta mi intención de crear este blog. Con esos y otro montón de planes, el cerebro me presentó un atajo que resultó ser una trampa y caí redonda en el fondo convenciéndome a mí misma de que, como no iba a poder hacerlo tan bien o tan “perfecto” como quería, pues ni valía la pena intentarlo. Gran tontería.

·   ·   ·

Algo complicado de esta trampa es que no sólo viene desde adentro (aunque desde ahí es desde donde es más peligrosa), sino que también nos la pueden poner desde afuera, desde lo que nos dice la gente: “para qué dejas de usar el carro si igual comes carne”, “para qué dejas de comer carne si igual te vas de vacaciones en avión”, “para qué dejas de usar aviones si igual no tienes una huerta en casa y por lo tanto le compras a Monsanto”. La lista podría ser infinita, y estoy segura de que si estás tratando de tener una vida sostenible, más de una vez te deben haber llegado cuestionamientos de ese tipo de parte de familiares, amigos, compañeros de trabajo y hasta completos desconocidos ¿o no?

El problema es que esos cuestionamientos, vengan de donde vengan, pueden terminar por calar y por convencernos de que nada de lo que hagamos será nunca suficiente, y que por lo tanto lo mejor y más lógico es quedarnos sin hacer nada… lo cual es un completo disparate. No tiene nada de mejor ni de lógico quedarnos de brazos cruzados cuando hay tantas cosas que podemos hacer, aunque no logremos que sean perfectas, y esto aplica para la intención de tener una vida sostenible, o para cualquier cosa en la vida. La perfección no existe, y no podemos permitir que se convierta en una excusa para dejar de hacer las cosas.

Un ejemplo puntual:

Hace muchos años, cuando me estaba planteando por primera vez la idea de dejar de comer carne, sentía que tenía que ser vegana porque si no el cambio no iba a tener sentido. En el fondo sabía que había un montón de cosas en todos los productos de origen animal que estaban en contradicción absoluta de mis valores, y sentía que si dejaba de comer carne pero seguía, por ejemplo, comiendo queso, iba a ser una incoherente. Obvio, mi intención de ser vegetariana se quedó congelada por mucho tiempo, porque la idea de ser vegana de un día para otro me parecía imposible en ese entonces, y preferí cruzarme de brazos y hacer la mirada a un lado que hacer las cosas “a medias”.

Tiempo después, una conversación familiar me hizo ser consciente de lo absurdo que era ver el asunto de esa manera. Decidí, entonces, dejar de comer carne todos los días y limitarla sólo a cuando tuviera realmente muchas ganas de comer. Ahora soy vegana (no fue de un día para otro, y en algún momento le dedicaré una publicación completa a contar el proceso), y viendo las cosas en retrospectiva me doy cuenta de que ese freno que me  puse al principio —el “no voy a ser vegetariana porque lo que quiero es ser vegana y como no sé cómo hacerlo entonces no tiene sentido ni siquiera intentarlo”— respondía a dos cosas: 1) la trampa del todo o nada que me estaba poniendo yo misma, y 2) el miedo que me daba que otras personas cuestionaran mi supuesta incoherencia. La primera alimentaba a la segunda y la segunda a la primera, y así en un círculo vicioso que podría haber seguido hasta el infinito, pero al que —afortunadamente— yo misma decidí ponerle fin.

·   ·   ·

Como dije más arriba, esto del todo o nada aplica para muchas cosas de la vida; pero yo hoy lo estoy mirando por el filtro de la sostenibilidad. A lo que quiero llegar con todo esto es a lo siguiente: no importa lo que te diga tu mamá, o tu hermano, o el vecino, o el personaje que trollea tus publicaciones en Facebook: tus esfuerzos y tus ganas de “ser el cambio que quieres ver en el mundo” sí importan, y sí hacen una diferencia.

Quedarnos cruzadas/os de brazos no sólo es una tontería, sino una actitud peligrosa y profundamente irracional si consideramos las diversas crisis a las que nos estamos enfrentando, y que no se van a resolver por arte de magia cuando llegue el Capitán Coherencia a salvarnos de todos los males que nosotros mismos hemos creado, sino cuando nosotros, los que pusimos el mundo patas arriba, pongamos manos a la obra para volver a ponerlo todo más o menos en su lugar.

Ver la realidad desde la perspectiva del “todo o nada” nos roba la posibilidad de entender el mundo, la vida, lo que hacemos, en toda su tremenda complejidad; nos obliga a quedarnos con dos opciones extremas y opuestas, cuando la verdad es que tenemos cientos, miles, o cientos de miles de opciones en puntos intermedios. Impide que apliquemos las posibles soluciones que tienen los problemas porque nos quedamos anhelando una solución mágica que lo va a resolver todo (o más bien lamentando el hecho de que no exista) en lugar de empezar a hacer algo que poco a poco vaya sumando, por pequeño que sea.

Y lo más grave: nos da la ilusión de que las soluciones no están en nuestras manos. Que los “malos” son otros, que nuestras acciones cotidianas no tienen peso, que nosotros somos “buenos” y por lo tanto no hay necesidad de cuestionar nuestra manera de pensar y de actuar, que lo que hay que hacer es esperar a que el gobierno cambie, o que las corporaciones colapsen, o a que “se acabe el mundo”. Porque o todo es ideal o no existe… esa es la mentira que nos seguimos diciendo a nosotras/os mismas/os.

¿Existe una fórmula para evitar caer en la trampa del todo o nada? Creo que no, al menos no una infalible. Lo que sí existe es la posibilidad de volvernos mejores en el proceso de observar nuestro comportamiento y nuestra manera de pensar, para identificar en dónde estamos aplicando el filtro de “blanco” o “negro”. No es una tarea fácil, pero es indispensable si queremos empezar a salir de las crisis que nosotros mismos hemos creado (y en todo caso, sabemos que las cosas interesantes pasan cuando salimos de la zona de confort).

Más ejemplos:

Para cerrar, quiero poner algunos ejemplos de comentarios tipo “todo o nada” que me han lanzado otras personas en algún momento de mi vida:

  • “No vale la pena que salves ese perro/gato, igual no los puedes salvar a todos”. O su variación “Me encantaría ser millonaria/o para salvar a todos los perritos/gatitos (pero como no soy millonaria/o y no puedo ayudarlos a todos, entonces no ayudo a ninguno)”.
  • “¿Para qué te preocupas por mirar las etiquetas de las cosas que compras? Si igual es imposible vivir sin generar impacto en el planeta”.
  • “No tiene sentido que seas vegana, porque cuando caminas por el pasto pisas a las hormigas sin darte cuenta“.
  • “No tiene sentido que trates de ser consumidora responsable, porque igual tienes un computador Mac”.
  • “No sirve de nada que hagas una campaña para reducir el uso de pitillos, porque los que realmente tienen el poder son las grandes empresas”.
  • “Tu blog no sirve de nada, porque viajas en avión cuando te vas de vacaciones“.
  • “Si lo que quieres es reducir tu impacto, entonces muérete“.

¿Trampa del todo o nada? ¿Mecanismo de defensa para evitar sentirse culpables porque ellos mismos no están haciendo algo frente a esos problemas? ¿Rabia de ver que otras personas se atreven a hacer cosas que ellos no se sienten capaces de hacer? No sé, tal vez una mezcla de todo un poco… lo que sí se es que el “todo o nada” ha logrado dejarme paralizada muchas veces en la vida entre esos extremos opuestos, pero desde que identifiqué la trampa, procuro ver las opciones que se despliegan en medio y encontrar una que me sirva como punto de partida para alejarme del “nada” aunque sepa que nunca voy a llegar al “todo”.