Amo a mi mamá… y por eso no consumo lácteos

Amo a mi mamá... y por eso no consumo lácteos

Se viene el día de la madre, y yo quiero hablar de un tema sensible: tiene que ver el amor que siento por mi mamá, los hábitos alimenticios y las mentiras que nos decimos para evitar salir de la zona de confort.

Me costó bastante trabajo decidir por dónde empezar y cómo abordarlo, porque es un tema que tiene muchas aristas y que sé que genera muchas ampollas. No quiero desviarme y terminar hablando de asuntos nutricionales, porque ese no es el eje de lo que quiero escribir, y tampoco quiero enfocarme en el asunto del impacto ambiental de la producción de lácteos (que ya he abordado en otras publicaciones). Hoy quiero abordar el tema desde lo puramente emocional y desde la mirada de mi relación con los animales. Creo que la manera más sencilla de hacerlo es ir directamente al grano y decir que yo amo a mi mamá… y por eso no consumo lácteos. 

¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro? Para mí tiene todo que ver. La leche y la maternidad van absolutamente de la mano, no sólo en los humanos, sino en perros, gatos, jaguares, delfines, ballenas, murciélagos, koalas, pudúes, jinetas, mapaches, conejos, vacas, cabras, ovejas, y todos los otros mamíferos. Es un líquido súperpoderoso y casi mágico, “diseñado” por la naturaleza para alimentar, proteger y ayudar a crecer a todos los mamíferos recién nacidos, y cubrir sus necesidades nutricionales hasta que sus cuerpos estén listos para digerir otros alimentos.

Yo, obviamente, ya no necesito la leche de mi mamá. Soy una mujer adulta y la naturaleza tiene bien claro que la leche no se toma durante toda la vida: por eso las mamás —mamíferas— producen leche sólo durante un período de tiempo posterior al parto, y después la dejan de producir, cuando sus retoños ya han sacado todo el provecho de ese alimento y pueden pasar a comer otras cosas.

Sin embargo, cuando dejé de tomar leche de mi mamá pasé a hacer algo que en nuestra cultura es muy común; de hecho, es percibido como algo necesario: tomar leche de vaca. No fue una decisión que yo haya tomado por mi cuenta (estaba muy chica para tener suficiente conocimiento de causa y poder contrastar información y argumentos), ni tampoco algo que mi familia me haya forzado a hacer. Fue algo que pasó, sencillamente, porque era lo “normal”, y porque así son las costumbres y los hábitos… se convierten en parte de la vida, aveces una no sabe bien cómo, cuándo ni por qué.

 

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Muchos años después decidí dejar de comer carne, porque sentí que era la única forma de ser coherente con lo que siento por los animales. En ese momento tampoco tenía mucha información, pero sabía lo suficiente para decidir que quería seguir llevando a los animales en mi corazón y no quería seguir llevándolos a mi estómago. Eso sí: los lácteos (y los huevos, pero de esos hablaré en otro momento) seguían pareciéndome alimentos inofensivos, que nada tenían que ver con el maltrato o la muerte de seres sintientes.

La carne como producto es, digamos, transparente. Si bien lo normal es que no tengamos idea del impacto ambiental de la ganadería y que subestimemos el nivel de crueldad a la que son sometidos miles de millones de animales todos los días, creo que todos sabemos que para que haya carne debe haber un animal muerto. En ese sentido, es más fácil entender que alguien decida dejar de comer carne a que decida dejar de consumir lácteos, porque para extraer la leche de la vaca no hay que matarla… ¿cierto?

 

Sí, a la vaca no la tienes que matar para ordeñarla… pero ahí falta una parte importante de la historia, y esa parte es, a mi parecer, la mentira más grande que nos hemos dicho —y que nos seguimos diciendo— en torno a nuestros hábitos alimenticios. Una mentira escrita con M de mamá.

 

El asunto es el siguiente: las vacas, como cualquier otro mamífero —incluyendo a los humanos—, producen leche para sus crías. Es decir, las vacas no “nos dan” leche; eso es un eufemismo que usamos (y que aprovecha la industria) para alejarnos de la idea de que la leche es algo que las vacas producen específicamente como parte del proceso de crianza de sus pequeños. Así como las mujeres sólo producimos leche si tenemos un bebé, las vacas sólo producen leche si dan a luz a un ternero. Puede parecer una tontería aclarar esto, pero muchísimas personas nunca se han planteado el hecho de que la leche de vaca es un producto de la maternidad de las vacas (yo, hace años, era una de esas personas).

Lo que tiene que pasar para que nosotros sigamos con nuestro hábito de consumo de lácteos no es nada bonito: a la vaca la inseminan para que quede embarazada; después de nueve meses en período de gestación —como una mamá humana— la vaca tiene a su cría, y un par de días después del parto alguien viene a quitársela (si es hembra la explotarán también, si es macho lo convierten en carne de ternera) porque es un estorbo, un “intruso” que se está tomando un líquido que nosotros queremos extraer, comercializar y consumir. La vaca, como cualquier mamá comprometida con sus pequeños, trata de poner resistencia, pelea, pero al final siempre pierde, y se queda llamando a su recién nacido, en un proceso de duelo que ninguna mamá debería tener que experimentar.

Ese hábito —consumir lácteos— requiere que convirtamos la maternidad de otro animal en un proceso traumático de separación, duelo y muerte. Forzamos a las vacas a ser madres una y otra vez, y así poder quedarnos con la leche que ellas producen para alimentar a sus crías (terneros que, para nosotros, terminan siendo un subproducto). Alabamos la maternidad de nuestra especie, mientras mercantilizamos y explotamos la maternidad de otros animales.

Hace años, cuando me di cuenta de eso, se me revolvió todo por dentro. Quería que alguien me dijera que no era cierto, que sólo pasa en otros países, que aquí no es así. Estaba tan acostumbrada a consumir lácteos —y me asustaba tantísimo la idea de dejar de hacerlo— que sentía que necesitaba encontrar una justificación, una explicación, lo que sea. Me daba rabia pensar que había estado tan mal informada, me daba tristeza pensar en todo el daño que había hecho sin querer, y me daba miedo dejar de consumir algo que suponía necesario. Estaba paralizada.

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Dejar de consumir lácteos no fue algo que logré hacer de la noche a la mañana. De hecho, al principio me parecía imposible, así que mi primer paso (y el que en ese entonces pensaba que sería el último) fue dejar de comprar lácteos para tener en casa. Decidí que sólo los iba a consumir cuando fuera “inevitable”, cuando no fuera posible encontrar otras opciones, o cuando tuviera demasiado antojo. Así poco a poco fui dejando el hábito, hasta que llegó el día en el que sentí que realmente ninguna justificación era suficiente, y que no quería volver a consumirlos en absoluto.

En ese momento no sentí que esa decisión tuviera nada que ver con el amor que siento por mi mamá. Para mí era una extensión de una decisión que ya había tomado antes: dejar de comer carne. Si no quería que los animales murieran para estar en mi plato, pues tampoco quería que los terneros fueran convertidos en chorizos sólo para poder seguir consumiendo una leche que no era para mí en primer lugar.

 

Sin embargo, con el tiempo, me he dado cuenta de que la razón que más me mueve a mantener los lácteos por fuera de mi alimentación no es la muerte del ternero (que me parece horrible, no digo que no), sino el dolor de la vaca. Me imagino cómo puede ser la vida de una mamá a la que le arrebatan sus hijos una y otra vez, y —aunque no soy mamá— creo que tiene que ser la vida más espantosa de todas.

 

Por eso no consumo lácteos: yo veo a mi mamá en todas las mamás del mundo animal. Cuando hay una gata con sus gatitos, cuidando de ellos y haciéndoles cariños, pienso en mi mamá. Cuando veo una tórtola volando con un pichón que apenas está sacando su plumaje de adulto, pienso en mi mamá. Cuando veo una vaca con su ternero, pienso en mi mamá. Y cuando me imagino el dolor atroz que siente la vaca cuando le quitan a su cría, pienso también en lo que podría sentir mi mamá si un día me llega a pasar algo a mí. No quiero que mi mamá sienta dolor ni sufrimiento, y no quiero que mis hábitos alimenticios impliquen dolor y sufrimiento para otras mamás, que me parecen tan llenas de amor y tan dignas de respeto como la mía.

 

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La leche de vaca sólo es necesaria para los terneros, y la única leche que nosotros necesitamos es la leche de nuestras mamás cuando estamos pequeños. Todo lo demás son hábitos y cosas que hemos naturalizado hasta tal punto que no nos preguntamos por qué nos parece genial un café con leche de vaca, pero no nos gusta la idea de tomar un café con leche de cerda, de rata, o de la señora de la esquina.

El queso, el yogur, la mantequilla, y todos esos otros derivados lácteos que antes me parecían indispensables (y que hicieron que mi decisión de dejar los lácteos tomara mucho más tiempo, porque la leche líquida ya la había dejado hace rato), ahora me parecen caprichos sin sentido, que jamás podrían ser una justificación para seguir causando dolor a otras mamás. El amor que siento por mi mamá —y la sensibilidad con la que ella misma me educó— es lo que me permitió sentir empatía con las vacas y con su propia experiencia maternal. Y es esa empatía la que me sigue inspirando para mantener bien alineado el estómago con lo que tengo en el corazón.

Mi mamá es mi tesoro, y la veo en todas las mamás del reino animal… por eso hace años decidí que era necesario empezar a respetarlas a todas, incluso a aquellas que nos han enseñado a ignorar.

 

 

 


 

1. Por si acaso, vale la pena aclarar: estoy hablando de mi experiencia y mis motivaciones personales. No estoy invadiendo tu casa, ni gritándote cosas, ni juzgándote. Este es un tema sensible, lo sé, y lo trato con tanta delicadeza como veo posible. Es algo que está conectado con muchas cosas que son importantes para mí, y por eso lo promuevo en este espacio, que es mío. Si no estás de acuerdo con lo que digo y quieres dejar un comentario para conversarlo, te pido que lo hagas con argumentos y de manera respetuosa. Si no soportas a los veganos y quieres llenar mi blog de mensajes de odio, por favor cierra esta página y ve a leer otra cosa. Nadie te obligó a estar aquí, y nada me obliga a mí a publicar tus comentarios.  (Las advertencias que hay que poner cuando se habla de estas cosas… no sé si reír o llorar).

2. Algo que me ha inquietado mucho desde que empecé a ser consciente de la relación entre la maternidad y el consumo de lácteos, es ver la desconexión que experimentan muchas mamás humanas, por falta de información o de empatía, con la maternidad de otros animales. Para las mamás que quieran explorar más el tema, hay una organización que se llama Mothers Against Dairy (Madres contra los lácteos), en la que se promueve una maternidad responsable y respetuosa con las mamás de todas las especies.

3. Si quieres saber más sobre lo que hay detrás de la producción de lácteos, te recomiendo este video. Está en inglés pero tiene subtítulos en español (se activan en la configuración del video). Contiene imágenes fuertes, pero necesarias para darnos cuenta de lo que le hacemos a los animales para obtener un producto que no necesitamos.

4. Si quieres ampliar el asunto de la leche, la salud y la alimentación balanceada, te recomiendo que veas el documental Forks Over Knives. Está en Netflix. Y te cuento que hace cinco años la Escuela de Salud Pública de Harvard declaró oficialmente que la leche no forma parte de una dieta saludable, y también publicaron este artículo en el que explican por qué es buena idea aprovechar el calcio de otras fuentes alimenticias.

5. Para más información sobre los problemas detrás de los lácteos, te recomiendo esta publicación de Green Sandra

6. Para despejar dudas sobre el veganismo, te recomiendo esta publicación con cinco mitos y verdades. Si ya sientes que también te queda chico el lunes sin carne, te recomiendo esta publicación con algunos pasos para que puedas ir un pasito más allá.

7. Si quieres más inspiración para cocinar y comer sin lácteos, te dejo mis tableros de Pinterest de comidas, bebidas y (mi favorito) postres :-)