Creo que desde siempre he disfrutado buscar conexiones entre las cosas, pero recién en los últimos 5 años he empezado a ser realmente consciente de CUÁNTO me gusta. Hubo un momento particular en el que empecé a notarlo: fue cuando estaba estudiando tipografía, y tenía un profesor de esos que son geniales pero de verdad geniales, y que sabía de todo y empezaba la clase hablando sobre las vacas, después hablaba sobre los árabes, sobre alfarería, sobre los pies de los reyes y las letras, y hacía que todo, TODO, tuviera sentido. Todo se conectaba, y me parecía fascinante.
Empecé a disfrutar cada vez más esto de encontrar conexiones (las evidentes y las no tanto), y empecé a hacerlo de manera más consciente, casi como un pasatiempo. Hace un par de años participé en Lo doy porque quiero (un proyecto que me encanta, y que consiste en que la gente va y comparte sus habilidades, experiencias, conocimientos, gustos o aficiones, todo por el puro amor al conocimiento y las ganas de compartir) con una charla que se llamaba “Conexiones aparentemente aleatorias entre cosas aparentemente insignificantes”, para la cual me puse el ejercicio de empezar a conectar ideas sin ningún orden o tema en particular para encontrar la manera en la que se relacionaban. El resultado me gustó mucho y aprendí un montón de cosas preparando (y haciendo) esa charla.
Siempre tuve ganas de encontrar una excusa para seguir haciendo ejercicios como ese. Hasta que la semana pasada me encontré con una frase que me hizo pensar de nuevo en esa idea, y me dije a mí misma: ¿qué mejor lugar para hablar sobre las conexiones que un blog sobre vida sostenible? Si de algo se trata la sostenibilidad es de eso: de entender cómo se conectan las cosas. Así que aquí va, este es mi ejercicio sobre conexiones aparentemente aleatorias entre cosas aparentemente insignificantes, que realmente es un ejercicio de búsqueda de conexiones esenciales entre cosas realmente importantes.
Los estudiosos renacentistas eran personajes muy preocupados por las conexiones del conocimiento; ejemplo clarísimo de esto es Leonardo da Vinci: pintor, anatomista, arquitecto, botánico, escritor, filósofo, ingeniero, inventor, poeta y urbanista… y yo creo —seguro esto ya está hípercomprobado— que ese era el secreto de su genialidad: que sabía muchas cosas, de muchos campos diferentes. Que lo que sabía de una cosa nutría a la otra, que sus conocimientos sobre anatomía resolvían los “agujeros” en sus conocimientos de urbanismo, sus habilidades en pintura compensaban lo que le faltara en filosofía, y sus saberes en botánica seguramente inspiraban bocetos para muchos inventos que resolvía desde su mirada de ingeniero. El opuesto radical a los ideales de hoy en día, que ponen como el máximo logro académico la híper-especialización y que por lo general resultan en personas que saben casi todo sobre casi nada.
A mí, cuando me hablan de da Vinci, siempre se me viene a la cabeza la imagen del hombre de Vitruvio. Seguramente ya lo conoces, es básicamente un estudio de las proporciones humanas (o bueno, del hombre, que a la mujer en ese momento de la historia la trataban como un cero a la izquierda), y se considera como un símbolo de la simetría del cuerpo humano, y por extensión, del universo. Y es que en esa época se daba por hecho que el universo giraba a nuestro alrededor y estaba construido para nosotros, algo que Copérnico, Darwin y otros muchos se han esforzado por desmentir desde diferentes perspectivas. Sin embargo, parece que todavía nos cuesta mucho entenderlo.
Y con eso llegamos a una de mis palabras favoritas en el mundo. UNIVERSO. El origen etimológico de esta palabra está en el latin universus, que viene de unus (uno) y versus (girado o convertido); es decir: uno, y todo lo que lo rodea. Me parece tan, pero tan bonito verlo así: es que el universo no es lo que está ahí afuera, lejos, en el cosmos, sino que empieza aquí conmigo —y con cada ser— y se extiende hasta el infinito. Ese versus es el participio del verbo vertere (dar vueltas) que también está en introvertido, vertical y vértebra.
Vértebra, como las que forman la columna vertebral que tenemos tú y yo, y que tienen todos los animales del sub-filo vertebrados, que incluye entre 50mil y 62mil especies diferentes. Pero hablemos de una especie en particular: los lémures de cola anillada, o lemur catta. Son unos animalitos alargados de ojos amarillos endémicos de Madagascar, y que se volvieron famosos gracias a la película del mismo nombre. El nombre “lemur” se los dio Carlos Linneo (un naturalista, botánico y zoólogo que es como el papá de la taxonomía moderna) y lo sacó de la mitología romana, en la que los lémures eran los espíritus de la muerte. La relación, aparentemente, viene de los hábitos nocturnos, los brillantes ojos y los “gritos” que los lémures emiten en la noche. La parte de catta viene por su aspecto felino y porque su vocalización “ronroneante” es similar a la del gato doméstico.
Este es un video de la BBC narrado por David Attenborough. No tiene subtítulos… pero no los necesita. Con las imágenes es más que suficiente :-)
¿Alguien dijo gatos? Porque yo los amo. Pero a mucha gente no le gustan; es más, mucha gente les tiene fobia. No creo que esto explique todos los casos, pero seguramente tiene mucho que ver con la creencia medieval de que los gatos eran animales asociados a las brujas o al demonio. Como lo cuenta Desmond Morris en el libro Observe a su gato, “los gatos fueron quemados vivos en los días festivos. Centenares de millares de gatos fueron desollados, crucificados, muertos a palos, asados o arrojados desde lo alto de las torres de las iglesias a petición de los sacerdotes, como parte de una terrible purga contra los supuestos enemigos de Cristo”. Y es que la iglesia católica ha tenido una relación difícil —por decir lo menos— con los animales, y eso se ha traducido a un montón de prejuicios y de confusiones en la manera en la que muchos humanos vemos a los animales.
Por ejemplo: según la biblia, existen animales “puros” e “impuros”. Los cuadrúpedos, para ser puros, tienen que ser rumiantes y tener además la pezuña hendida. Se consideran impuros el camello, el conejo, la liebre y el cerdo. De los “volátiles” (la biblia clasifica a los animales en terrestres, volátiles y acuáticos) en general son impuras las aves rapaces y el murciélago; todos los insectos son impuros, excepto los que tienen las dos patas de atrás más largas para saltar, concretamente la langosta. Y los reptiles son todos impuros. ¿Notas algún patrón? La mayoría de la gente odia (o le tiene miedo) a los murciélagos, los insectos y los reptiles, y yo no creo que sea 100% coincidencia… al fin de cuentas nuestra relación con los animales siempre está marcada por cuestiones culturales que a veces ni siquiera entendemos; por ejemplo: nos parece una atrocidad que los chinos coman perros, pero comemos vacas y cerdos (de estos últimos se ha descubierto que son más inteligentes que los perros y los chimpancés) sin ningún pudor.
Este video muestra el trabajo que llevan a cabo en el Australian Bat Clinic & Wildlife Trauma Centre, recuperando murciélagos (que a mi parecer no pueden ser más puros) huérfanos y protegiéndolos hasta el momento de liberarlos de nuevo en su hábitat natural.
Parecidos a los reptiles (que no tienen nada de impuros), son los anfibios. Ambos están clasificados como tetrápodos (que tienen cuatro patas), pero se diferencian en que los anfibios pasan por un proceso de metamorfosis que los lleva, entre otras cosas, de tener respiración branquial en la fase larvaria, a tener respiración pulmonar cuando alcanzan el estado adulto. Anfibio viene del griego amphi (ambos) y bio (vida), y significa “ambas vidas” o “en ambos medios”, por esto de que pasa de vivir en el agua como pez a vivir en la tierra como… bueno, como cualquier animal que vive en la tierra.
En Australia, el 93% de las especies de anfibios son endémicos, esto quiere decir que existen allá y solamente allá. El endemismo es muy común en las islas, precisamente porque han estado aisladas de otros territorios por muchos millones de años, permitiendo que ciertas especies evolucionen y se desarrollen de manera única y particular. Los monotremas, por ejemplo, son endémicos de la región australiana (incluyendo Australia, Nueva Guinea, Tasmania y otras islas cercanas a las costas), y son unos animales muy raros: mamíferos primitivos que mantienen características de los reptiles (que ya dijimos que no son impuros sino hermosos, y de hecho sagrados en otras latitudes), como la reproducción ovípara (por huevos), pero producen leche para alimentar a sus crías.
Los ornitorrincos y los equidnas son monotremas, y estos últimos también obtuvieron su nombre de la mitología —ésta vez griega— por Equidna, la madre de todos los monstruos legendarios de la Grecia clásica, y que tenía torso de mujer y cuerpo de serpiente. Volviendo al animalito y dejando al lado al monstruo mitológico, los equidnas son básicamente insectívoros… es decir, comen bichitos de esos que en la biblia son “impuros” y que a los humanos nos ponen tan nerviosos.
Hablando de insectos, en uno de mis libros favoritos (Las Plantas, de Jean-Marie Pelt), el autor hace referencia a un texto de Roger Dajoz (biólogo, ecólogo y entomólogo francés) en el que explica las insospechadas conexiones que hay entre los abejorros, las solteronas y los marineros, hablando específicamente del contexto de Inglaterra. La cosa va más o menos así:
El abejorro es esencial para la polinización del trébol encarnado porque las otras abejas no pueden alcanzar su néctar, así que es muy probable que si el abejorro desapareciera, también desaparecería el trébol encarnado. El número de abejorros depende, en gran medida, del número de ratones de campo, pues ellos destruyen sus nidos y panales… y el número de ratones depende esencialmente del número de gatos.
Dice el texto además que se ha observado que los nidos de abejorros son más abundantes cerca de pueblos y ciudades pequeñas, lo que seguramente tiene mucho que ver con la presencia de gatos domésticos que reducen la población de ratones de campo. Por lo tanto, es perfectamente posible que la presencia de gatos en una población determinada pueda tener relación con la abundancia de algunas plantas, por la intervención de ratones y abejorros.
Haeckel complementa la idea no sin humor, observando que el trébol —abundante gracias a los gatos— es el principal alimento del ganado, y que los marineros comen mucha carne de buey… por lo tanto los gatos contribuyen a hacer de Inglaterra una potencia marítima. Y Thomas Huxley lo lleva aún más allá, afirmando que las solteronas inglesas y su desmesurado amor por los gatos son el origen del poderío de la marina inglesa. ¿Alguien dijo gatos?
Haeckel, ese señor del que acabamos de hablar, fue un naturalista y filósofo alemán que popularizó el trabajo de Charles Darwin en Alemania. Se le considera el “papá” de la ecología (ciencia que estudia las interrelaciones de los diferentes seres vivos entre sí y con su entorno) y fue él mismo quien acuñó la palabra, que viene del griego oikos (casa) y logia (estudio de). ¡Haeckel sí que tenía clara la importancia de las conexiones entre las cosas! Él es otro de mis mejores amigos imaginarios instantáneos.
Y para cerrar, te dejo con la frase de la que te hablé al principio, que me hizo pensar que valía la pena hablar de las conexiones aquí en el blog:
No sé si Bruce Mau estaba pensando en sostenibilidad cuando dijo esa frase, pero igual aplica perfecto. En este planeta enorme y a la vez minúsculo, lleno de sistemas complejos, inter-dependientes e inter-conectados, cada pequeña cosa —por insignificante que parezca— es esencial para la existencia de muchas otras. Todo es importante.