Como te había contado antes, cuando era chica sentía una extraña fascinación por los cajones del baño de las mujeres adultas: montones de productos faciales, todos esos empaques, texturas, perfumes, promesas de pieles perfectas; me imaginaba el momento en que los cajones de mi baño fueran como esos, llenos de cremas que salían en las revistas. Cremas que usaban las actrices y modelos. Cremas famosas.
Afortunadamente con el paso del tiempo fui descubriendo que el marketing suele ser un “amante cruel”, que nos enamora sólo para aprovecharse de nuestras debilidades… debilidades que él mismo se encarga de incrementar, repitiéndonos hasta el cansancio que nuestro pelo podría ser más suave y más brillante, que nuestra piel debería ser para siempre joven, y que deberíamos salir corriendo a comprar todo lo que sirva para esconder nuestras manchas, arrugas e “imperfecciones”. De hecho una vez leí una frase (no recuerdo quién la dijo) que me pareció dolorosamente real; era algo así: “si a las mujeres se les enseñara a estar contentas con su aspecto, las más grandes industrias del mundo se irían a la quiebra”. Mal.
Y no sólo eso… poco a poco me fui dando cuenta de que todos esos productos que venden para nuestra “belleza” suelen ser mezclas cargadas de ingredientes de dudosa reputación, son probados en animales por medio de técnicas absolutamente crueles (si le hicieran lo mismo a un humano hace rato estarían en la cárcel), y generan un impacto ambiental enorme desde su producción hasta el final de su ciclo de vida, cuando todos esos envases súper atractivos van a parar a la basura. ¿Cuánta fealdad podemos esconder detrás de nuestra búsqueda incansable por la belleza? Los humanos somos animales muy raros…
Por eso empecé a experimentar con ingredientes básicos…
En fin. El caso es que hace tiempo decidí que no quiero tener nada que ver con ese mundo. No quiero darle mi plata a una industria que se lucra con la inseguridad de las mujeres —y de los hombres, cada vez más—, que tortura a los animales en nombre de la “belleza” y que nos promete “recuperar la salud” de la piel mientras acaba con la salud del planeta. Por eso empecé a experimentar con ingredientes básicos y así, lentamente, he creado mi propia rutina de cuidado facial que no tiene nada que ver con grandes marcas, es 100% libre de crueldad (no hay pruebas en animales ni ingredientes de origen animal) y genera poco o nada de residuos. Buena para mí, para los animales y para el planeta… ¿se puede pedir algo más?
Y hoy te quiero contar en qué consiste esa rutina. No lo hago esperando a que la adoptes al 100%, pues cada piel es diferente y se beneficia de cosas distintas, sino para darte algunas ideas que tal vez te puedan resultar útiles en la creación de tu propia rutina de cuidado, y para que veas que no es difícil mimar la piel con ingredientes más amables. La divido así: limpieza, hidratación y mimos adicionales. Aquí va:
Antes usaba un limpiador de Eucerin y tónicos de Nivea o L’Oreal (aplicados con copos de algodón desechable, obvio). Estaba convencida de que si usaba jabón en la cara se me iba a poner la piel como un zapato viejo y que si dejaba de usar el tónico X o Y me iba a llenar de granos. Y no fue el caso.
Ahora me lavo la cara en la ducha con el mismo jabón artesanal que uso como champú (¡me gustan las cosas versátiles!), y en la noche uso un tónico de vinagre de manzana que hago yo misma (1 parte de vinagre × 4 partes de agua), aplicándolo con un disco reutilizable de tela de algodón. He probado diferentes concentraciones de vinagre en el tónico y ésta es la que más me ha gustado, pero se puede ajustar al tipo de piel: más concentrado para pieles más grasas, o más diluido para pieles más secas y sensibles.
Me maquillo poco, pero cuando lo hago uso aceite de coco como desmaquillante, aplicándolo directamente en la piel con los dedos y limpiando con un disco de tela empapado con agua. ¡Así de simple!
Antes usaba cremas hidratantes de Eucerin, Avène, Cetaphil o de otra marca que ya ni recuerdo. Tengo la piel mixta (tirando más a seca que a grasa) y sensible, y me ponía nerviosa la idea de probar cosas que no dijeran “piel sensible” o “piel mixta” en la etiqueta, como si eso fuera garantía de algo…
En algún momento leí sobre el uso de aceite de coco como hidratante y me decidí a probar, aprovechando que tenía un frasco de aceite que había comprado para una receta. Lo hice en la noche porque me daba la sensación de que iba a quedar como si me hubiera dado un baño en un sartén para freír, y —debo confesar— lo hice temiendo que iba a despertarme invadida de granos en la cara. Pero no fue así… el aceite se absorbió rapidísimo y me desperté sintiendo la piel suave e hidratada.
Sé que no a todo el mundo le funciona, pero yo ya no cambio a los aceites por nada. Ahora uso aceite de rosa mosqueta, de jojoba o de coco en la mañana, y en la noche uso una mezcla (hecha en casa) de aceite de macadamia, argán y árbol del té, o una mousse (también hecha en casa) de manteca de karité y aceite de coco.
Cada aceite tiene propiedades distintas, y puedes hacer mezclas hasta el infinito y más allá, según lo que tu piel necesite y lo que veas que funcione. Se necesitan apenas unas gotas para hidratar toda la cara y el cuello así que rinden un montón, y por lo general vienen en envases de vidrio que se pueden reutilizar para hacer nuevas mezclas después.
Siempre fui medio floja para el tema de mascarillas, exfoliantes y todo eso… creo que en parte porque me parecían ridículamente caros los tratamientos que vendían las mismas marcas que usaba para cremas y limpiadores (y es que lo son). Así que, cuando descubrí la cantidad de cosas que se pueden hacer con ingredientes que se tienen en casa, descubrí también cuánto disfruto esos cuidados adicionales y cuánto bien le hacen a la piel.
Sólo un par de veces compré mascarillas comerciales, y fue hace tanto tiempo que ya ni recuerdo de qué marca eran. Ahora aprovecho ingredientes que tengo en casa para hacerme mascarillas un par de veces por semana (aunque la verdad es que no soy muy constante y a veces paso varias semanas sin hacerme ni una).
Uso caolín (con el que también preparo mi propio talco), vitamina C, aloe y cúrcuma, según lo que tenga a la mano. Con el caolín hago una pasta mezclándolo con agua, es absorbente y ayuda a balancear la piel y a quitar el exceso de grasa.
La vitamina C la disuelvo en agua (a un 10% más o menos) como tratamiento nutritivo; aumenta la producción de colágeno, reduce los efectos de la exposición al cloro (en las piscinas, por ejemplo) y se dice que también ayuda a mantener un tono más parejo en la piel y a reducir las manchas generadas por el sol.
El aloe lo uso así tal cual como viene de la planta. Suelo tener una rama en la nevera a la que le voy cortando pedacitos, y lo aplico en la cara como si fuera una crema. A veces me lavo la cara después de un rato, a veces me lo dejo toda la noche.
Con la cúrcuma también hago una pasta mezclándola con aceite de coco, la aplico, la dejo actuar un rato y me lavo bien la cara después de usarla. Esta da susto porque deja la piel amarilla, pero es cuestión de aplicarla en la noche y lavar bien después. Sirve también para las manchas en la piel.
Se pueden hacer también mascarillas con avena, aguacate, banano, y con otro montón de cosas que tenemos en casa, pero estas que te cuento son las que uso yo.
¿Y el resultado? Mi piel está sana y menos “mañosa” que cuando usaba todos esos productos comerciales. No le estoy poniendo aditivos sospechosos a mi cuerpo, evito completamente las pruebas en animales, puedo “tunear” las recetas según me parezca, genero muchísima menos basura y ahorro plata. Hasta ahora no le veo ni media desventaja.
Todo esto es el resultado de un proceso de búsqueda, de prueba y error. Esta es la rutina que encontré que funciona bien para mí y para mi tipo de piel, y puede que no funcione para ti (o al menos no al 100%); pero, como te dije al principio, mi invitación no es necesariamente a que “copies y pegues” mi rutina, sino a que empieces tu propia búsqueda y le pierdas el miedo a los ingredientes básicos, y así poco a poco vas a ver que para cuidar la piel no necesitas empaques suntuosos, pruebas en animales, componentes impronunciables ni marcas famosas.
Te recomiendo la mini-guía que publicó hace tiempo Ana, de Orgánicus, con algunas cosas que debes tener en cuenta para entender el mundo de los cosméticos. Y bueno, todo su blog, que ha sido clave en mi propio proceso de búsqueda y experimentación.
¿Cómo es tu rutina de cuidado facial? ¿Has probado alguna de las cosas que menciono? ¿Cuáles son tus ingredientes favoritos? ¡Te espero en los comentarios!
Importante: cada piel es diferente, y si bien estas cosas han funcionado 100% para mí, eso no necesariamente significa que funcionen 100% para ti. Siempre que vayas a probar un nuevo producto (sea comercial o hecho en casa) es importante que lo pruebes en una zona pequeña de la piel, por si acaso genera alguna reacción no deseada. Y también, por supuesto, si alguna cosa que usas genera una reacción desfavorable, deberías descontinuar su uso.