¿Es demasiado tarde para cuidar la Tierra?

Hace un tiempo estuve de paseo con R y con mi mamá. En el jardín de la casa en la que nos estábamos quedando, así, de la noche a la mañana, apareció una flor.

Era una Tigridia pavonia, también conocida como “flor de un día”. Se le dice así porque aparece como de la nada, sin dar pistas, se abre en cuestión de unas pocas horas y al final del día se cierra y su vida como flor se acaba. Fin. Flor de un día.

Había visto muchas veces esta flor y me había parecido curioso el hecho de que su existencia fuera tan corta, pero nunca le había prestado tanta atención. Esta vez me senté a mirarla con paciencia, quise ver si era posible ver el movimiento de los pétalos que se abren. Me quedé como hipnotizada con sus manchas, con su perfecta simetría axial, cada célula tan bien puesta, el contraste tan bien calculado para que su presencia no pase desapercibida, para decir claramente y sin timidez “¡aquí estoy!” y que todos los otros seres que se benefician de su existencia se enteren y lleguen a su encuentro.

No parece que a esta flor le importe que su vida sea corta: no aparece a medias, no ahorra en color, en luminosidad, en belleza. Que su vida dure un solo día no la hace pensar “mejor no hago nada, hay muy poco tiempo disponible” ni tampoco “para un solo día mejor no uso colores tan intensos”. Más bien al contrario, parece que su corta vida es la directa motivación de tan impresionante presencia.

No necesita que nadie la trate de convencer, no necesita datos sobre el impacto positivo de su trabajo, no necesita que nadie le asegure que su aporte es importante, no necesita que se escriban leyes que la comprometan a cumplir con su rol en el flujo de la vida en la Tierra. Cuando aparece se entrega plenamente y da todo lo que tiene (y recibe todo lo que sabe que necesita recibir) porque lo de “un solo día” es irrelevante: es el tiempo que tiene así que lo aprovecha.

Flor de un día

Esa flor me hizo pensar en una frase que escucho con cierta frecuencia y que por lo general se usa como excusa para no hacer nada: que ya es “demasiado tarde” para hacer algo por el cuidado de la Tierra.

No sé cuántas veces he escuchado esa frase/excusa. Perdí la cuenta. Lo que sí sé es que cada vez que la escucho se me vuelve a retorcer algo por dentro: no es el corazón ni el estómago, sino algo más grande, como si fuera un órgano que no es solo mío sino que es compartido con la biósfera, un órgano que es intangible y enorme, que existe también por fuera de mi piel y que está hecho del amor que siento por la Tierra, de la conciencia de saberme parte inseparable de ella. Creo que es un órgano-no-órgano que todos los humanos tenemos, pero que —por ser inexplicable, intangible, imposible de ver y medir— nos hemos acostumbrado a ignorar.

¿Por qué hay gente que piensa que es “demasiado tarde”? La verdad es que los datos son cualquier cosa menos alentadores y parecen respaldar esa idea: la aniquilación biológica, el derretimiento de glaciares, los incendios que no paran, la acumulación de gases de efecto invernadero, la acidificación del océano, la desaparición de ecosistemas… son tantas cosas, tan grandes y tan imposibles de abordar con esfuerzos individuales que es comprensible que muchas personas sientan que ya no hay tiempo suficiente para responder a lo que está pasando.

A mí también me ha pasado: he sentido que el peso del mundo me cae encima y que lo que hago no tiene sentido porque “es demasiado tarde”.

Cuando eso me pasa, trato de prestarle atención a mi respiración para recordar que sigo estando viva, que miles de millones de otros seres también están respirando y siguen estando vivos, y sus vidas —y la mía— siguen siendo motivación más que suficiente para seguir haciendo lo que sea que pueda hacer, en el tiempo que sea que tenemos disponible.

Pensemos de nuevo en la flor de un día: que a nosotras nos parezca que un día es muy poco tiempo es totalmente irrelevante para ella. Nos puede ayudar a recordar que si bien es demasiado tarde para algunas cosas, todavía estamos a tiempo de enfrentar, evitar y reducir la gravedad de muchas otras y por eso es necesario que sigamos en el proceso de adaptarnos para responder a lo que se viene, no desde la resignación sino desde la convicción de dar todo lo que está en nuestras manos (y en todo nuestro cuerpo) porque eso es lo mínimo que la Tierra, que nos lo ha dado todo, merece. Aunque el tiempo disponible parezca insuficiente. Aunque a veces parezca que nos queda un solo día.

·   ·   ·

Hace un tiempo, en una de las sesiones de un curso en el que participé sobre ecología espiritual, tuve la dicha de estar en una clase con Joanna Macy. Su vida, su visión y su trabajo han sido una importante fuente de aprendizaje para mí, así que poder estar en una clase con ella fue profundamente conmovedor (lloré casi toda la sesión, pero de eso hablaré en otro momento).

Una de las cosas que más me conmovió fue ver de manera más directa su amor, su convicción y su entrega al cuidado de la Tierra. Es una mujer de 92 años (!!!) que sigue compartiendo todo lo que sabe y todo lo que siente, porque sabe que es necesario, porque no se va a conformar con pensar que es “demasiado tarde”, porque sabe que esa no es ni será jamás una buena excusa para dejar de cuidar la Tierra.

En una entrevista que le hicieron hace diez años en On Being, Joanna dijo algo que me parece que funciona como antídoto para la parálisis que genera la idea de que es “demasiado tarde”:

“Digamos que estás cuidando a tu madre y que se está muriendo de cáncer. En ese caso no dirías: ‘no volveré a entrar a su casa o a su habitación porque no quiero verla así’. Si la amas, quieres estar con ella. Cuando amas, tu amor no dices: ‘qué mal que mi hija tenga leucemia, mejor no me acercaré a ella’. Es todo lo contrario”.

Creo que es un recordatorio esencial sobre el amor y la disposición para cuidar de aquello que amamos, independientemente de cuál creamos que puede ser el resultado. Desde esa perspectiva, la pregunta de si es o no es demasiado tarde para cuidar la Tierra pierde sentido. Se cuida lo que se ama. El tiempo disponible, en el fondo, da lo mismo.