Crisis y oportunidades

Crisis y portunidades

Estamos viviendo una crisis diferente a cualquier cosa que hayamos conocido. La “normalidad” quedó aplazada… o, más bien, está siendo reemplazada por otra normalidad, una que nos está obligando a vivir días de confinamiento y con límites que antes no hubieramos querido imaginar.

Esta crisis —como cualquiera— le pega más duro a unas personas que a otras. Mientras hay personas que todos los días están en riesgo de contagio porque es su única opción para poder tener qué comer y dónde dormir, otras tenemos nuestras necesidades básicas cubiertas y, al menos por ahora, podemos observar esta situación con interés y curiosidad, leer reportes y opiniones, comparar, plantearnos preguntas, imaginar posibilidades. Yo puedo darme ese “lujo”, y de ahí sale esta publicación.

Para empezar, creo que es importante señalar algo que considero que es esencial para ver esta situación con otros ojos: las crisis son oportunidades. Siempre. Eso no es algo “bueno” ni “malo”, simplemente es lo que es.

Sé que hay quienes ven esa afirmación como un esfuerzo por sacarle una cara “positiva” (la oportunidad) a algo “negativo” (la crisis). Pero si le quitamos las cargas morales a esos conceptos podemos pensar en torno a ellos de manera más flexible y más constructiva.

Además, una cosa es oportunidad y otra cosa es oportunismo: la primera señala que hay una situación que es oportuna para algo (para múltiples cosas, desde lo atroz hasta lo maravilloso, pasando por todo el espectro que hay en medio), y la segunda se refiere a una actitud que lleva a buscar sacar el máximo provecho (y claro, según el contexto, esto también puede ser terrible o maravilloso, o todo lo que hay en medio).

 

*     *     *

 

Revisemos los orígenes etimológicos¹ de las dos palabras centrarles en este texto: crisis y oportunidad. Creo que al ver sus orígenes podemos entender otras capas de su significado:

 

Crisis

La palabra crisis viene del griego κρίσις (krisis) y este del verbo κρίνειν (krinein), que significa “separar” o “decidir”. Crisis es algo que se rompe y porque se rompe hay que analizarlo. De allí el término crítica que significa análisis o estudio de algo para emitir un juicio, y de allí también criterio que es razonamiento adecuado. La crisis nos obliga a pensar, por tanto produce análisis y reflexión.

Oportunidad

La palabra oportunidad viene del latín opportunitas, compuesto con:

– El prefijo ob (en frente de, en contra de)
– La palabra portus (puerto)
– El sufijo -tat (-dad = cualidad)

O sea, oportunidad sería “cualidad de estar frente a un puerto”. Cuando estás muchos meses en el mar, en un puerto tienes tu oportunidad. Pero en latín, portus no solo se refería al puerto que va al mar, sino a cualquier abertura que permite el transporte, por ejemplo un paso montañoso. Así que en vez de pensar desde el mar al puerto, hay que pensar en una salida. Es decir, una oportunidad podría considerarse como la cualidad de una apertura que nos deja salir de un lugar o situación en la que estamos.

 

Entonces, basándonos en la etimología de estas palabras, podemos decir que una crisis es una oportunidad porque una crisis implica algo que se rompe, y al romperse, deja una abertura para salir de donde estamos e ir a otro lugar.

Puede ser un proceso de aprendizaje y de transformación, y puede ser también incómodo y doloroso. De nuevo: no se trata de si es “bueno” o “malo”. Es lo que es, y lo que es será diferente según el contexto y según la perspectiva desde la que se mire.

 

*     *     *

 

Otro asunto que considero que es esencial aclarar es que podemos sentir múltiples cosas al mismo tiempo. Con “podemos” me refiero tanto a “tenemos capacidad” como a “tenemos permiso“. Frente a la crisis generada por esta pandemia, yo, por ejemplo, siento preocupación, angustia, dolor, miedo, y también siento curiosidad y esperanza.

Que sienta una cosa no “cancela” a la otra, ni en mí ni en nadie. Somos seres complejos, con panoramas emocionales ricos y diversos que no pueden contenerse en definiciones binarias, y que no se caracterizan por estados estáticos sino por un flujo constante y variable en el que cabe un espectro enorme de sensaciones que se mezclan, se potencian y se balancean.

Aclaro eso porque he visto —con tristeza y frustración, otras emociones muy presente por estos días— que hay personas que creen que alegrarnos por el hecho de que la cuarentena ha reducido la contaminación del aire en las ciudades implica, necesariamente, alegrarnos por el sufrimiento de las personas que se han visto más afectadas por la cuarentena y por la crisis en general. O que alegrarnos por el avistamiento de animales que se aventuran a salir de sus “confinamientos” (los ecosistemas cada vez más reducidos en los que los estamos encerrando con el crecimiento de nuestras ciudades) es una señal clara de que queremos que los humanos desaparezcan y consideramos que una pandemia es la situación ideal para que eso pase.

Y no. Ni lo uno ni lo otro. Basta de sobresimplificar. La sobresimplificación es una de las raíces de este problema, y difícilmente vamos a poder salir más o menos bien parados de esta situación si seguimos creyendo que las cosas se resuelven pensando de manera tan reduccionista y reforzando la idea absurda de que es “o la naturaleza o nosotros”.

Podemos alegrarnos por la mejora en la calidad del aire y al mismo tiempo entristecernos y angustiarnos por el sufrimiento de las comunidades humanas que están viéndose más afectadas por esta situación. Podemos trabajar activamente promoviendo ciudades menos contaminadas y al mismo tiempo podemos movilizarnos por sociedades más justas. Y de hecho muchas personas lo hacemos. No inventemos falsos dilemas.

Tan hondo ha calado la visión de enfrentamiento con la naturaleza (idea destructiva por donde se le mire, porque somos parte de la naturaleza, cualquier cosa que la afecte nos afecta también) que seguimos sin poder imaginar —al menos colectivamente— que es posible una regeneración de los ecosistemas de los que formamos parte sin que sea necesaria la extinción de los humanos, o que es posible el bienestar de nuestras sociedades sin que sea necesario arrasar con esos ecosistemas. Ahí está la cuestión. Seguimos cayendo en la misma trampa de pensamiento. Tan simple y tan complejo.

 

*     *     *

 

Dicho eso, quiero compartir una lista con algunas cosas que deseo que podamos aprender de esta pandemia. Es una crisis y es una oportunidad. Hay miles de personas que no están viviendo en condiciones que les permitan tener el espacio mental ni la energía física para plantearse estos asuntos, y es también por ellos —y por todos los otros seres vivos que están siendo arrasados por un modelo económico disfuncional— que nosotros, quienes estamos en casa con cierta tranquilidad, tenemos la responsabilidad de observar, cuestionar y reinventar este sistema, para que deje de estar enfocado en el corto plazo y en el bienestar de unos pocos, y podamos empezar a pensar en el largo plazo y en el bienestar colectivo (que incluye también a otras especies y a las comunidades humanas que han sido ignoradas por el sistema actual).

 

Algunas cosas que desde YA podríamos aprender de esta situación. O, en otras palabras, las oportunidades de aprendizaje que existen en esta crisis:

1. Podemos aprender que este modelo económico es injusto

A primera vista parece que la pandemia está haciendo surgir un montón de situaciones injustas. Pero la verdad es que esas situaciones injustas existen desde hace décadas, la pandemia solo las hizo más evidentes: hay personas que no tienen dónde vivir, mientras otras viven en casas diez veces más grandes de lo que realmente necesitan. Hay personas que tienen trabajos en los que no pueden “permitirse” parar (ni siquiera cuando hay un riesgo como el de esta pandemia) porque se quedarían sin ingresos, mientras otras acumulan cantidades absurdas de dinero que es imposible que alcancen a gastarse en toda una vida. Hay personas que en esta situación no pueden ni siquiera tener acceso a cuidados médicos porque la salud se ha convertido en un negocio, mientras otras promueven esos procesos de privatización porque saben que les llenarán sus (ya desbordados) bolsillos.

Muchas personas hemos visto cómo los gobiernos de nuestros países demoran acciones de cuidado de la ciudadanía por proteger los intereses económicos de grandes compañías, e incluso hemos visto cómo hay quienes tienen el descaro de afirmar que “los abuelos estarían dispuestos a morir para que sus nietos tengan una economía estable”. Creo que esta situación también está haciendo evidente que poner la economía por encima de la vida es una lógica criminal.

Nada de eso es nuevo. Son problemas estructurales de este sistema que en la “normalidad” pasaban desapercibidos para mucha gente. Sin embargo, esta situación está llevando a muchas personas a empezar a notar esas injusticias… y eso, en medio de todo, me parece una buena noticia.

Es una oportunidad para darnos cuenta —colectivamente— de cómo un sistema enfocado en el crecimiento ilimitado, en la protección de los intereses de las grandes empresas, en la privatización y la monetización de todo ES en sí mismo una crisis. Y no podemos darnos el “lujo” de salir de la cuarentena a seguir repitiendo los mismos patrones de pensamiento y de acción individual, colectiva y política que permiten que estas injusticias existan y se reproduzcan.

 

2. Podemos aprender que este modelo económico es insostenible

La crisis generada por la pandemia no es consecuencia de un virus. Virus hay en todas partes, todo el tiempo… el problema es que estamos entrando en contacto con virus que son nuevos para nosotros, y eso está pasando en un mundo globalizado, comercialmente híperconectado y con sistemas políticos y de salud debilitados por intereses comerciales que están poniendo el bienestar de lxs ciudadanxs en cuarto y quinto plano.

¿Cómo llegamos al encuentro con este nuevo virus? Todo parece apuntar al contacto cada vez más cercano con animales silvestres, que se da, entre otras cosas, por la creciente urbanización y la inevitable destrucción de hábitats que eso implica. Y no solo eso: varias pandemias se han generado debido a la explotación intensiva de animales para alimentar humanos; una práctica que no solo nos pone en mayor riesgo de repetir situaciones como esta, sino que está asociada a múltiples problemas que siguen alimentando la crisis planetaria, como la deforestación, la contaminación del agua, la generación de gases de efecto invernadero, la pérdida de biodiversidad, etc. (Problemas que, vale la pena señalarlo, afectan desde hace décadas a las poblaciones humanas más vulnerables, sin que la mayoría de la gente esté dispuesta a cambiar sus hábitos al menos como acción de solidaridad con esas personas).

Estamos literalmente acorralando a millones de especies de animales en espacios cada vez más pequeños, y eso está haciendo que nuestra interacción con ellos sea cada vez más problemática y potencialmente más peligrosa, tanto para ellos como para nosotros.

Un sistema económico enfocado en el crecimiento ilimitado (incluyendo el crecimiento ilimitado de la población, porque se necesitan cada vez más consumidores para sostener esta máquina absurda, y de las ciudades y los cultivos que esa población creciente requiere para existir) no tiene sentido en un planeta que sí tiene límites.

Estamos sobrepasando esos límites desde hace tiempo, las alarmas están prendidas desde múltiples esquinas, pero seguimos funcionando dentro de las mismas lógicas, y seguimos creyendo que con cambiar las bolsas de plástico por bolsas de papel vamos a “salvar el planeta”. Y no. Lo que necesitamos no es un cambio de materiales. Necesitamos un cambio de sistema. Esta situación puede ser una oportunidad —¡por fin!— para empezar a entender esto.

 

3. Podemos aprender que los trabajos de cuidado son esenciales (y deberían recibir un mejor pago)

Otra cosa que se ha hecho evidente con esta situación es la importancia de los trabajos de cuidado: médicxs y enfermerxs, por mencionar los más obvios, pero además madres, tías y abuelas que están en casa cuidando y educando niñxs que ya no pueden ir al colegio, personas que trabajan cultivando y transportando alimentos y que mantienen abastecidas las ciudades, personas que trabajan recolectando residuos y que —ahora más que nunca— están poniendo su salud en riesgo al lidiar con los objetos con los que nuestra sociedad ya no quiere lidiar, personas que trabajan haciendo entregas a domicilio de comida y medicamentos, etc, etc, etc.

La mayoría de esos trabajos (a excepción tal vez de los médicos que tienen la “suerte” de tener un contrato con condiciones justas) han sido históricamente subestimados, son mal pagados o directamente se espera que se hagan gratis. Y esta pandemia nos está mostrando que no son los economistas, ni los banqueros, ni los directivos de las grandes corporaciones quienes sostienen al mundo, sino las personas “comunes y corrientes” que todos los días trabajan cuidando a otras personas, funcionando casi como un “pegamento” de la sociedad.

 

4. Podemos aprender que hay trabajos que se vuelven obsoletos. Y es necesario reinventarlos

Cuando se habla de la importancia de hacer cambios radicales en X o Y asunto para cuidar la salud del planeta, muchas personas argumentan que no es viable porque “mucha gente se quedaría sin trabajo”. Como si en un planeta inhabitable “tener trabajo” fuera el asunto más importante, y como si no estuviéramos todo el tiempo en procesos de cambio cultural, técnico y tecnológico que está dejando a mucha gente sin trabajo. Y sí, quedarse sin trabajo es algo a tener en cuenta, pero no es un argumento para defender cosas indefendibles.

Por ejemplo, en esta situación de pandemia, creo que podemos entender con facilidad por qué es importante que haya personas trabajando en cuidado de la salud y en producción y distribución de alimentos, y no es tan importante que haya gente planeando la nueva edición de X revista de moda, o la nueva colección de Y marca de vestidos de baño. La crisis nos ayuda a entender nuestras prioridades, y creo que esto es algo que podríamos traducir a la crisis planetaria.

Hace unas semanas vi cómo una marca nacional de ropa (que funciona con una lógica de fast fashion) se aliaba con una universidad para empezar a fabricar trajes protectores para el personal de la salud. Ellos mismos fueron capaces de entender —aunque sea momentáneamente— que fabricar nuevas camisetas y jeans no es una prioridad, y que pueden hacer girar sus conocimientos, su experiencia, su maquinaria y su infraestructura para que cubran una necesidad real y urgente.

Esto nos muestra que, cuando las empresas se lo proponen, pueden cambiar su enfoque y adaptarse a las necesidades de la sociedad. Y pueden hacerlo rápidamente. Y nos muestra también que, frente a los desafíos de la emergencia climática y la crisis planetaria, su falta de acción no se debe a falta de capacidad de cambiar, sino a su falta de interés. O a un excesivo interés en su propio interés. Como sea que queramos decirle.

 

5. Podemos aprender (o estamos aprendiendo) a ajustar nuestros límites cuando se trata del bien común

Y no solo eso: somos capaces de generar acciones gubernamentales rápidas y bastante eficientes cuando hay una amenaza inminente (y cuando no se atraviesan demasiado los intereses corporativos). Aquí estamos, metidxs en nuestras casas —quienes tenemos casa, ojo al punto 1—, cocinando más, comprando más local, consumiendo menos, viajando menos, entendiendo que nuestras prioridades pueden cambiar y adaptarse a unas circunstancias atípicas si eso es lo que requiere el bien común.

Entendemos que lo de mantenernos en casa no es solamente por cuidarnos a nosotrxs mismxs, sino también por cuidar a las otras personas, por reducir el riesgo de contagiar a quienes tienen sistemas inmunes más frágiles, por reducir el riesgo de que haya una sobrecarga del sistema de salud.

Estamos entendiendo colectivamente —o al menos eso parece— que el bien común no consiste en renunciar a nuestro bienestar sino que implica imaginar un bienestar que no atropeye a otras personas y que nos incluya. Que nuestros intereses personales pueden esperar, o al menos pueden adaptarse mejor a la situación y a las necesidades de los demás.

Y eso es exactamente lo que necesitamos aprender a hacer frente a la crisis planetaria: bajarle el volumen a nuestros “yo quiero” y prestarle más atención al “nosotros necesitamos“. Y si no solo queremos tener una sociedad más justa sino también seguir teniendo un planeta habitable (que, además, es prerrequisito para que siquiera exista una sociedad) ese “nosotros” debe incluir a otras especies.

 

 

*     *     *

 

 

Son muchas otras cosas las que podemos aprender de esta situación. La pandemia ha traído incertidumbre, miedo, dolor y muerte, y eso es terrible. Y precisamente por eso es necesario reconocer que la pandemia es apenas una parte de una crisis mayor: la crisis planetaria. Una crisis frente a la que colectivamente hemos jugado a taparnos los ojos, a hacer como que no es tan urgente o tan importante, y que está trayendo (ojo: ahora mismo, desde hace tiempo, no es una amenaza abstracta en el futuro sino una realidad) incertidumbre, miedo, dolor y muerte, no solo a esas mismas comunidades humanas vulnerables por las que ahora parece que colectivamente empezamos a preocuparnos, sino a miles de millones de seres de otras especies, que conforman este planeta junto a nosotros, y de cuya existencia equilibrada dependemos directamente (aunque este sistema se haya empeñado en convencernos de lo contrario).

Esta crisis es una oportunidad. Y que sea una oportunidad no quita las dificultades que implica ni las injusticias que evidencia. Podemos verla como un “modelo a escala” de una crisis mayor que desde hace tiempo nos está pisando los talones; esta pandemia es una evidencia clarísima de que esa crisis mayor ya nos alcanzó, así que podemos usarla como terreno de preparación y experimentación para hacer todos los cambios radicales y urgentes que necesitamos.

Y sí, esta crisis es dolorosa. Todas lo son. Pero ya está aquí y es necesario enfrentarla, entendiendo que el dolor y el sufrimiento serán inevitables, pero pueden reducirse considerablemente si —por fin— nos entendemos como comunidad y actuamos en concordancia.

 


 

1- Las etimologías las consulté aquí y aquí.