Mi rutina de cuidado capilar

Mi rutina de cuidado capilar

Ahhh… ¡el pelo! Esos espaguetis ultra-delgados que salen de la cabeza y crecen sin parar, que parece que tienen vida propia, que duelen si los arrancas pero no duelen si los cortas (¡menos mal!), que cambian de forma casi a nuestro antojo y se destiñen con la edad. Qué cosa más maravillosa y misteriosa es el pelo, ¿no?

No puedo hablar por todo el mundo… pero sé que la mayoría de personas pasamos por innumerables etapas con el cuidado de nuestro pelo. Yo, por ejemplo, he tenido etapas de usar champú, acondicionador y mascarillas —a veces de la misma marca, porque era lo “recomendado”— para pelo liso, pelo ondulado, y hasta para pelo rizado (lo probé todo tratando de domar el frizz), y también etapas de usar sólo bicarbonato y vinagre blanco (en ese entonces el vinagre de manzana no había entrado en mi radar).

Durante una parte de mi vida me lavé el pelo todos los días, y después, no sé cuándo, me di cuenta de que no hacía falta, y lo empecé a lavar cada dos o tres días. He tenido pelo ultra-largo y ultra-corto, he tenido flequillo, capas, línea a la mitad y al lado, he tenido trenzas (de esas que fueron obligatorias después de cualquier paseo a la costa colombiana en los 90), y peinado Farrah Fawcett (bueno, nunca tan maravilloso, pero lo intenté).

En medio de tanta aparente variedad, también tengo una faceta más conservadora: nunca me he hecho una permanente, sólo me he alisado el pelo una vez, en la adolescencia —y odié como me quedó—, he usado secador tan pocas veces que creo que las puedo contar con los dedos de las manos, y sólo me he cambiado el color del pelo tres o cuatro veces, y ni siquiera fue con un tinte permanente sino con un papel de colores que dejaba el pelo fucsia durante un par de semanas (adolescencia, de nuevo… por si acaso quedaba alguna duda).

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El pelo es una víctima frecuente del marketing: anuncios publicitarios que te dicen que el pelo tiene que ser así o asá, que la textura de tu pelo no está bien, que el color puede mejorar, que si tuvieras X o Y champú todo sería mejor, todos te amarían y la vida sería más hermosa…

… y luego resulta que la vida no cambia con un champú, que tu pelo es como es, que cualquier producto que logre cambiar tu pelo de verdad radicalmente —de negro a rubio, de liso a rizado— es, normalmente, un producto muy dañino para tu cuerpo, y que lo mejor para ti (y también para el planeta) es que aprendas a querer tu pelo así como es, y a tratarlo con cosas más sencillas según sus necesidades específicas, en lugar de estar esforzándote por transformarlo en otra cosa a punta de productos tóxicos.

Ojo, que no estoy diciendo que haya que descuidar el pelo y olvidarse de él. Todo lo contrario: creo que hay que entender que, aunque no duele cuanto lo cortan, es una parte de nuestro cuerpo que también merece atención y cuidado. Que todos los productos rebuscados que nos ponemos en la cabeza terminan por afectar nuestra salud… y que en el afán de ponernos bonitas/os por fuera, casi siempre terminamos generando un desastre a nuestro alrededor: generamos montones de basura, sufren los animales en los que prueban esos productos, y sufre el planeta.

Pero las cosas no tienen por qué ser así. El cuidado del pelo (o de la piel, o de la salud, o de la alimentación…) no necesita envases voluminosos y no requiere etiquetas glamurosas, aunque ese sea el cuento que nos hemos comido colectivamente.

 

De hecho, es posible tener una rutina completa de cuidado capilar sin generar nada de basura, y con apenas unos cuantos ingredientes básicos, todos fáciles de conseguir, todos baratos, todos veganos y libres de pruebas en animales. Y como si fuera poco: esa rutina puede ser realmente cuidadosa contigo y darle a tu pelo los mimos que necesita, sin necesidad de recurrir a marcas que salgan en las revistas.

No más preámbulos: te voy a contar cómo es mi rutina de cuidado capilar, y espero que te sirva como inspiración para que diseñes una a tu medida :-)

 

Mi rutina (por ahora)

Como lo mencioné más arriba, hace años probé el método no poo, que consiste en lavarse el pelo usando una mezcla de agua con bicarbonato de sodio, y hacer un enjuage con vinagre diluido en agua. Al principio me sorprendió la eficacia de ese método: el pelo queda súper limpio, y después de unas semanas empecé a darme cuenta de que ya no hacía falta lavarlo con tanta frecuencia.

A pesar de la buena impresión inicial, el método no poo no funcionó para mí. Después de seis meses me empezó a dejar el pelo demasiado seco, así que volví a usar champú comercial… hasta que encontré una receta de champú en barra, la ajusté, la probé (y la publiqué aquí en el blog), y desde ese entonces —hace casi dos años— ese es el único champú que uso.

Mi acondicionador oficial, durante mucho tiempo, fue el vinagre de manzana; pero un día se me acabó el que tenía, y se dañó un lote que estaba preparando, y tuve que improvisar. Pensé que la lógica detrás del efecto acondicionador del vinagre era la acidez, y se me ocurrió que el limón podría tener un efecto similar… y como me gusta experimentar (y tenía tanta pereza de ir a comprar un vinagre de manzana), exprimí medio limón, lo diluí en agua, y me llevé la mezcla a la ducha.

Funcionó tan bien, que desde ese entonces dejé de usar vinagre y me pasé al acondicionador de limón. Me gusta porque simplifica aún más el asunto: no hay que comprar productos envasados (si hablamos de vinagre comercial), ni requiere largos procesos de fermentación (si hablamos de vinagre hecho en casa), y el único residuo que deja es una cáscara (que se puede usar para hacer vinagre aromatizado). Y, según he leído, le hace mucho bien al pelo y al cuero cabelludo, no sólo por su acidez (suavizada por la dilución en agua) sino por su contenido de vitamina C.

Uso este acondicionador desde hace cinco meses (por eso me animé a compartir ya el cambio… porque pasó el período de prueba) y mi pelo sigue siendo feliz. Y, contrario a lo que creí al principio (y por si acaso te lo estás preguntando) el limón no ha hecho que mi pelo se vuelva más claro. Ni siquiera un tris.

Mi champú y mi acondicionador

Y ya. Esa es mi rutina de cuidado capilar: champú en barra hecho en casa + acondicionador de agua con limón, dos veces por semana (no necesito lavarlo más, porque mi pelo tiende a ser más bien seco).

Hay un mimo adicional que me gusta aplicar de vez en cuando, y que es tan sencillo como la rutina básica: aceite de coco, antes de lavarme el pelo y sólo en las puntas. ¡Eso es todo!

1 - 2 - 3 - 4

En resumen, y paso a paso:

  1. Aceite de coco: Media hora antes de lavarme el pelo y sólo en las puntas. (*Y sólo de vez en cuando… como una vez al mes, o algo así).
  2. Champú en barra hecho en casa. Si quieres saber por qué es más sostenible el champú en barra, te recomiendo esta publicación.
  3. Acondicionador: Una taza de agua y una cucharada de jugo de limón. Pero puedes ajustarla según tu tipo de pelo, e ir probando a ver si te funciona mejor con más o con menos limón. Se aplica, se deja un par de minutos, y se enjuaga (como lo harías con un acondicionador comercial).
  4. Desenredar. Usando una peineta de dientes gruesos, y justo después de aplicar el acondicionador (dentro de la ducha).

Cuando salgo de la ducha me envuelvo una toalla en la cabeza (como si fuera un turbante) durante un rato; cuando me la quito, me paso de nuevo la peineta y hago presión en el pelo con la toalla (sin frotar mucho) para quitar el exceso de agua, y lo dejo secar al aire. Y aquí vale la pena aclarar que cuando vivía en Santiago y en Barcelona, durante el invierno, también dejaba que el pelo se secara al aire… y no pasa nada. Sé que esto es cuestión de preferencias personales, pero ten en cuenta que el secador es otro objeto adicional consumiendo energía y que, a largo plazo, daña el pelo; así que si lo usas, vale la pena que te plantees si hace falta usarlo todos los días, que tu pelo (y el planeta) merece un descanso ;-)

Y por último, para darle forma o mantener el pelo en su lugar, me quedo también con lo más sencillo: una banda elástica que hice a partir de un trozo que me sobró de algún proyecto de costura, un “caimán” (así les decimos en Colombia… ¿no es muy gracioso?), un pin (que le pedí prestado a una amiga, y nunca devolví… pero sé que ella me lo perdona ♥) y una pinza metálica, que me sirve mucho ahora que estoy en fase de crecimiento del flequillo, y suele estar completamente fuera de control.

Para dar forma al pelo

Con esta rutina he notado las mismas ventajas que te conté hace un tiempo, cuando compartí mi rutina de cuidado facial: Mi pelo está sano y menos “mañoso” que cuando usaba productos comerciales. No le estoy poniendo productos sospechosos a mi cuerpo, evito totalmente las pruebas en animales, ajusto las recetas y sigo experimentando según me parezca, genero muchísima menos basura y ahorro plata. Ganancias por donde se le mire.

 


Todo esto es el resultado de un proceso de búsqueda, de prueba y error. Esta es la rutina que encontré que funciona bien para mí y para mi tipo de pelo, y puede que no funcione para ti (o al menos no al 100%); pero mi invitación no es necesariamente a que “copies y pegues” mi rutina, sino a que empieces tu propia búsqueda y le pierdas el miedo a los ingredientes básicos, y así poco a poco vas a ver que para cuidar el pelo no necesitas empaques suntuosos, pruebas en animales, componentes impronunciables ni marcas famosas.

Importante: cada persona es diferente, y si bien estas cosas han funcionado para mí, eso no necesariamente significa que funcionen 100% para ti. Siempre que vayas a probar un nuevo producto (sea comercial o hecho en casa) es importante que lo pruebes en una zona pequeña de la piel, por si acaso genera alguna reacción no deseada. Y también, por supuesto, si alguna cosa que usas genera una reacción desfavorable, deberías descontinuar su uso.