Hace más o menos tres años empecé a cambiar radicalmente mi relación con la basura que genero, todo porque decidí dejar de tener una bolsa de plástico en la basurera. No tenía una meta puntual (más allá del objetivo de aprender a vivir con menos basura), y tampoco lo hice siguiendo una estrategia definida.
Ha sido un camino de ensayo y error; un proceso que se fue dando de manera natural como resultado de varias cosas que coincidieron más o menos en el tiempo y el espacio, y que he ido compartiendo aquí en el blog, porque a pesar de que no tenía plan o estrategia, sí tenía muchas preguntas e ideas y me fui encontrando en el camino con muchísimos aprendizajes.
Mirando en retrospectiva, me parece bonito y curioso todo lo que ha pasado en torno a mi decisión de vivir con menos basura, y también me da mucha curiosidad pensar en qué nuevos aprendizajes vendrán ahora. He aprendido tantas cosas que en este momento puedo decir con confianza que lo más valioso que me ha traído este proceso no es el hecho de haber reducido mi huella de basura de manera tan bestial —aunque eso obviamente es algo positivo— sino el hecho de haber empezado a mirar todo con otros ojos, el haber aprendido a ser mucho más analítica, más crítica en mi manera de entender la sociedad de la cual formo parte, y también con respecto a mi papel en las problemáticas ambientales y sociales que enfrentamos los humanos en este momento de la historia
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En estos años de observación y aprendizaje he notado que hay cada vez más personas interesadas en la idea de vivir con menos basura, y eso me parece genial. Sin embargo, veo con preocupación que muchos esfuerzos y discursos en torno al objetivo del zero waste se quedan en la superficie… nos vamos distrayendo con detalles muy vistosos pero poco relevantes, mientras se nos olvida el problema de fondo.
Hay muchos, muchísimos mitos que se convierten en enormes trampas en el camino de aprender a vivir con menos basura… y me parece que es apenas comprensible: hay mucha información compleja y contradictoria, y la mayoría de la información más clara y mejor documentada está en otros idiomas o en documentos muy densos y largos que no son digeribles para los ciudadanos “de a pie”. Por eso quise hacer esta publicación, para exponer algunos de los mitos que considero más problemáticos (tres, para ser más precisa) y para que podamos seguir enfocándonos en lo que es realmente importante sin perder —tanto— la cabeza en el proceso.
Mito 1: El zero waste se enfoca principalmente en el plástico
Realidad: el zero waste es un ideal que se enfoca en el aprovechamiento inteligente de los recursos (para evitar el desperdicio) y en la reducción de la huella de basura en general. Pero el plástico se ha convertido en algo así como un chivo expiatorio que nos distrae del problema macro y nos lleva a enfocarnos, muchas veces, en cosas que no tienen tanto impacto y no son para nada estratégicas.
Ejemplo puntual de ello es que la mayoría de las personas piensan que es preferible usar bolsas desechables de papel antes que usar una bolsa de plástico… pero la verdad es que, si tenemos en cuenta todo el impacto ambiental acumulado en todo el ciclo de vida de esos productos (desde la extracción de materia prima hasta el momento en el que decidimos que se conviertan en basura), las bolsa de papel tienen una huella ambiental bastante mayor*.
¿Quiere decir eso que hay que usar bolsas desechables de plástico? Por supuesto que no; lo que quiere decir es que debemos evitar las sobre-simplificaciones, y que hay que mirar más allá de la superficie para encontrar soluciones sistémicas, en lugar de quedarnos sentados en la zona de confort, cambiando un material por otro simplemente porque aparenta ser más “sostenible”.
Otro ejemplo tanto o más problemático me lo he encontrado más de una vez en publicaciones que, aunque estoy segura de que son bienintencionadas, invitan a la gente a que se deshaga de productos perfectamente funcionales sencillamente porque son de plástico, para reemplazarlos por alternativas de madera o de acero inoxidable. Eso no tiene ningún sentido; si tienes un peine de plástico que todavía funciona (y que seguramente va a durar para siempre, que si algo tiene de bueno el plástico es que es súper duradero), entonces aprovéchalo. No caigas en esa horrible trampa de pensar que para ser “sostenible” tienes que reemplazar todos tus objetos por otros de materiales más fotogénicos.
Mito 2: El zero waste es un asunto de empaques solamente
Realidad: El zero waste, como lo dije más arriba, es un ideal al que debemos apuntar como sociedad para reducir la huella negativa que estamos dejando en el planeta. No es un concurso para ver quiénes consumen menos productos empacados, sino una herramienta para reducir nuestra huella ambiental en general. Si no forma parte de una solución sistémica, entonces no será una solución en absoluto.
Para darte un ejemplo puntual: varias veces me encontré con conversaciones / discusiones sobre la relación entre el zero waste y el veganismo; algunas personas afirmaban (bastante acaloradamente… no es secreto que el tema del veganismo levanta muchas ampollas) que “podían” seguir consumiendo carne porque la compraban sin empaques. Y bueno, yo veo muchos problemas en una afirmación de ese tipo: primero, creo que los cambios que hacemos para vivir de manera más sostenible no tienen que ver con lo que “podemos” o “no podemos” hacer, sino con lo que conscientemente elegimos hacer. Por otro lado, estoy convencida de que el hecho de que alguien pueda hacer algo no significa que deba hacerlo. Y por último, el impacto ambiental de la ganadería es tan enorme, tan pesado, tan horrorosamente destructivo, que me parece que si nos enfocamos solo en si la carne está empacada o no, pues nos estamos perdiendo parte importantísima del panorama por no querer mirar más allá de nuestro ombligo y nuestra zona de confort.
Y antes de que alguien me salte a la yugular, hago esta aclaración: no estoy diciendo que si te interesa reducir tu huella de basura sí o sí tienes que ser vegana/o (aunque a mí me parecería hermoso que así fuera, no puedo negarlo). Lo que estoy diciendo es que no tiene ningún sentido que le pongamos tanto esfuerzo a comprar cosas sin empaques si no estamos reflexionando sobre las otras cosas que pasan detrás de cada producto que compramos. El empaque es solo el comienzo, y es apenas una parte del problema. No nos dejemos engañar.
Mito 3: El zero waste es algo que se logra en casa
Realidad: El zero waste es un ideal que nunca podremos alcanzar con esfuerzos individuales. Solo podremos alcanzarlo si combinamos esfuerzos como sociedad. Por eso es esencial que estas acciones cotidianas (las que podemos hacer las personas “comunes”) estén acompañadas siempre de algo de activismo.
Aquí también voy a un ejemplo puntual: supongamos que en tu casa ya no generas nada de basura. Sin embargo, cada vez que vas a comer a un restaurante, ese restaurante está generando basura para atenderte a ti, y lo mismo pasa cada vez que vas a un hotel / hostal, cada vez que te subes en un avión, cada vez que le haces mantenimiento a tu bicicleta, etc. Es demasiado ingenuo pensar que nuestras acciones individuales van a ser suficientes para resolver un problema tan enorme, pero sería una tontería pensar que se puede resolver sin esas acciones cotidianas… por eso lo que estoy diciendo no es que esas acciones no importan, sino que hay que sacar la mirada de nuestro ombligo y empezar a preguntarnos cómo podemos hacer que trasciendan a otras esferas, generando cambios también en el ámbito industrial y gubernamental.
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Estos mitos son, por supuesto, apenas una parte del problema. Es mucho lo que se puede decir sobre los extraños caminos que a veces toma la búsqueda del ideal zero waste (sobre todo en las redes sociales, donde es tan fácil que todo se distorsione), pero creo que estos tres puntos sirven para escarbar un poco y ver qué hay más allá de la superficie.
Yo sigo en un proceso constante de búsqueda y aprendizaje, porque para mí está claro que el problema de la basura no “funciona” por sí solo, sino que es realmente un problema que existe como consecuencia de —y en profunda conexión con— otro montón de problemas y, como lo dije más arriba, hay que buscar soluciones sistémicas o no encontraremos solución en absoluto.
Este proceso me llevó en algún momento a decidir dejar de tener una basurera en mi casa… y en este momento ese mismo proceso me ha llevado a cuestionar esa decisión. Ese frasco ha sido un experimento absolutamente revelador, pero como objeto funcional en mi casa no es que funcione muy bien. Llega un momento en el que se llena y tengo que pasar el contenido a una bolsa para poder sacar esa basura de mi casa (porque lamentablemente eso es lo que sí o sí tengo que hacer con la poca basura que genero) y nunca tengo bolsas, y cuando está muy lleno es incómodo de abrir, y en fin… cuando me voy a la parte práctica, lejos de la imagen “romántica” del estilo de vida zero waste, no sé si el frasco de vidrio sigue teniendo sentido para mí.
Hace un tiempo me encontré con una publicación de Theresa Götz en la que cuestionaba el uso del frasco de vidrio como contenedor para la basura. Aunque iba en contravía a lo que yo pensaba en ese momento (y aunque no estaba 100% de acuerdo con todo) me gustaron mucho los cuestionamientos que planteaba, y me pareció que su punto de vista era muy valioso, así que empecé a hacerme preguntas yo también en torno a mi decisión de usar un frasco de vidrio para guardar mi basura.
Después, durante mi estadía en Buenos Aires, estuve conversando mucho con una amiga sobre los procesos personales que llevamos en nuestra relación con la reducción de la huella de basura y el activismo, y me dijo algo que me gustó mucho. No recuerdo las palabras exactas, pero tenía que ver con la importancia de construir algunas cosas —a veces llevándolas a puntos un poco extremos— para luego poder deconstruirlas y seguir llevándolas adelante de una manera que sea más tranquila, más equilibrada y más sostenible también.
Eso me hizo pensar de nuevo en mi frasco de vidrio, y en cómo el contenedor ha dejado de ser relevante para mí. Al principio fue un desafío personal, un compromiso a mirar de frente la basura que genero. Ya lo hice, ya cumplió su función, y en ese proceso he podido confirmar algo que ya sospechaba desde el principio: que la problemática de la basura no tiene tanto que ver con cuál es la basura que YO genero o dónde decido guardarla, sino con mis hábitos, mis miedos, mis creencias, mi manera de habitar el mundo… y también con los hábitos, los miedos, las creencias y la manera de habitar el mundo de todos los otros humanos que existen sobre la Tierra. Y esas son cosas intangibles que no se pueden guardar en un frasco de vidrio.
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Ayer, con este texto ya en el horno, vi una publicación de Instagram de Kathryn Kellogg en la que nos cuenta que ha decidido despedirse de su frasco de vidrio y nos explica por qué… y me parece que tiene mucho sentido. Muchas personas que promueven el zero waste han caído también en los mitos que menciono más arriba (me gustaría pensar que yo no he caído en eso, pero seguramente he caído en algún momento también). Se ha generado un necesario ruido en torno al uso del plástico, pero sin cuestionar el problema de fondo que es el uso, no el material. Se ha generado un necesario ruido en torno a los empaques, pero sin cuestionar otro problema tanto o más importante, que es el contenido. Se ha generado un necesario movimiento de interés por las acciones cotidianas en torno al zero waste, pero todavía hace falta que le apostemos a las acciones colectivas, a la suma de esfuerzos y al activismo.
Yo, por ahora, no sé qué contenedor voy a usar para seguir guardando mi basura. Al frasco (que vacié por última vez hace más de 4 meses) todavía le queda espacio así que lo seguiré usando hasta que se llene… y luego tal vez lo siga usando. O no. No sé. Pase lo que pase seguramente no volveré a tener nunca una basurera grande, porque me tardaría más de un año en llenarla y no tiene sentido (y daría un poco de asco). Pero tal vez sí conseguiré un contenedor más fácilmente manipulable, más práctico, que funcione a mi favor en esta búsqueda de vivir con menos basura.
No tengo respuestas definitivas en este momento, pero quise compartir esta reflexión igual porque parte de mi búsqueda de la transparencia (la misma que le agradezco al frasco de vidrio y a la que le he querido apostar con más fuerza en mi vida cotidiana) tiene que ver con mostrar el proceso, aunque no se vea tan “glamouroso” como el resultado. Ya me reportaré después con actualizaciones al respecto ;-)
* Ojo, que lo que estoy diciendo aquí no es mi opinión personal; es un hecho medido y comprobado a través de estudios de análisis de ciclo de vida (LCA por sus siglas en inglés). Puedes comprobarlo en este documento.