Normalmente tengo una relación complicada con las noticias. A veces estoy súper interesada en leer qué está pasando (o mejor dicho, qué están eligiendo mostrar como “importante” los medios convencionales) y otras veces prefiero aislarme un poco, para no sentir que muero aplastada por esa —convenientemente curada/manipulada— realidad.
Hace tiempo, mientras estaba en una época de esas en las que decido ver menos noticias, decidí darme un pasón rápido por Facebook… pasón que resultó ser lento, violento y doloroso.Me encontré con una publicación del periódico El Espectador en la que relatan cómo un caballo fue corneado por un toro en una corraleja en Sucre (Colombia), y posteriormente descuartizado con armas blancas por la muchedumbre enardecida. No tengo palabras para describir lo que sentí al leer esa noticia, todavía me siento enferma…
No es un caso aislado: empezando enero también estuvo circulando un video en el que muestran cómo otro montón de gente apuñala a un toro hasta la muerte en Turbaco (Colombia), y un par de semanas después el protagonismo lo tuvo Tuluá (también en Colombia, para mi profundo dolor y vergüenza) con un “espectáculo” en el que las personas hacían carreras con gatos amarrados, aterrorizados por el sonido de la pólvora.
Todo esto pasó más o menos en la misma época en que en Manizales (la ciudad en la que nací) se celebraba la Temporada Taurina: un evento en el que la gente paga por ver cómo torturan y finalmente asesinan a un animal, y que tiene más de 60 años de vergonzosa tradición. Mientras medio país se indignaba con las imágenes de las primeras noticias, otro montón de gente se ponía sus sombreros y se preparaba para ir a disfrutar el espectáculo de la muerte, muchos sin tener idea de por qué lo hacen, otros con el interés de mantener una tradición que no tiene sentido.
Muchas veces he tenido discusiones con amigos y conocidos sobre la relación que hay entre la violencia en las corridas de toros versus la violencia en el plato (la que es necesaria para que comamos animales), o la violencia en el plato versus la violencia hacia otros animales, o la violencia hacia los animales versus la violencia a los humanos… y aún me sigo sorprendiendo con la cantidad de excusas que somos capaces de encontrar para defender nuestro statu quo personal y evitar enfrentarnos a las verdades incómodas que están ante nuestros ojos.
Nuestras sociedades han sido construidas sobre una historia de violencia hacia los animales, hacia la naturaleza y hacia otros seres humanos. Aún hoy en día seguimos viviendo en un mundo en el que existe la esclavitud a pesar de que es ilegal en casi todo el mundo, todavía seguimos buscando entretenimiento en el abuso a los animales a pesar de tener infinidad de alternativas, seguimos despellejando animales para vestirnos como si viviéramos en las cavernas, y seguimos usando el argumento de los cavernícolas para defender nuestro consumo desmedido de carne, a pesar de tener tanta evidencia del sufrimiento y el deterioro ecológico que causa ese hábito alimenticio, y toda la información necesaria para tener vidas sanas alimentándonos de otra manera.
A veces me cuesta mucho entender por qué nos resulta tan difícil notar las relaciones que hay entre una cosa y la otra. La violencia es violencia, aquí o allá, y sigue siendo violencia sin importar si las víctimas son niños, viejitos, indígenas, personas del campo o de la ciudad o animales. Hay una frase de Martin Luther King, que dice “La justicia es indivisible. La injusticia en cualquier parte es una amenaza a la justicia en todas partes”. Pero la idea no termina de calar.
Ingenuamente seguimos creyendo que la violencia se justifica cuando es tradición, o cuando “sabe muy rico”, y que esa violencia no tiene nada que ver con las personas que queman a sus hijos con una plancha, o con las personas que se benefician económicamente con la trata de blancas o la trata de esclavos, o realmente con cualquier tipo de violencia. La violencia es violencia… y nos guste o no, mientras se alimenta una inevitablemente se alimenta la otra.
De ahí viene el título de esta publicación, y lo voy a desmenuzar así:
Es más importante lo que tenemos en común con los animales que lo que nos hace diferentes.
Tenemos en común un planeta: lo compartimos, estamos aquí desde hace muchísimo tiempo, muchos de ellos están aquí desde antes de que apareciéramos nosotros. Tenemos en común un reino, “Animalia”, estamos clasificados científicamente dentro del mismo grupo de seres vivos. Tenemos en común la capacidad de sentir miedo y dolor y el instinto básico de querer preservar nuestra propia vida. Tenemos en común el hecho de que cada uno es un individuo, y cada uno está aquí para sus propios fines. Las vacas no “son” para dar leche, los caballos no “son” para montarlos, los toros no “son” para torturarlos, así como nosotros no “somos” para nada en particular que nos imponga un ente externo que nos quiera explotar. Somos y estamos aquí por los mismos procesos y los mismos fines, pero en completa inequidad de derechos y condiciones.
Y también, lamentablemente, es más importante lo que tenemos en común con las personas que descuartizaron el caballo, que lo que nos hace diferentes.
Tenemos en común que somos humanos, que somos de esa especie particular que ha construido herramientas y procedimientos por medio de los cuales explota a animales que no tienen medios para defenderse. Tenemos en común que, de una u otra manera, financiamos y nos beneficiamos de la explotación a los animales. Tenemos en común que solemos poner nuestro bienestar y nuestra comodidad por encima de cualquier cosa, incluso cuando eso implica oprimir a poblaciones enteras (de animales o de seres humanos). Tenemos en común que hemos construido sociedades en las que somos beneficiados por leyes que nosotros mismos creamos, en las que nosotros aparecemos como seres superiores y en las que los animales aparecen como meros objetos o bienes de servicio y consumo.
Para ilustrar ese último punto, aprovecho otra noticia relacionada con animales: a Sandra, una orangutana que estaba prisionera en el zoológico de Buenos Aires, le fue concedido el reconocimiento de ser “persona no humana” y le dieron la libertad. Fue un fallo casi sin precedentes, es una noticia que me alegró el corazón y que generó impacto en todo el mundo… sin embargo eso es algo que habla más mal que bien de la humanidad.
Lo que hace evidente esa noticia es que el resto de los animales son tratados como un tumulto homogéneo de cosas que nos sirven o no nos sirven… y eso no es accidental. Los presos de Auschwitz eran tratados, no con sus nombres, sino con códigos numéricos… porque tratar a alguien con un nombre significa entender que es un individuo y por lo tanto hacerse más sensible al hecho de que ese individuo sufre, tiene miedo y siente dolor. Eso es algo que podemos confirmar todo el tiempo: por lo general “duele” más una noticia sobre un asesinato cuando los muertos son personajes reconocidos y se dan nombres propios que cuando se habla de masacres y se trata a todos los muertos como una misma masa (ejemplo: caso Charlie Hebdo Vs. masacre de Boko Haram, aunque está claro que el asunto de los nombres propios no es el único que marca la diferencia aquí).
En contraste, el asunto de los nombres propios también lo tenía muy claro Jane Goodall, que desafió las convenciones científicas asignándole nombres propios a los chimpancés en lugar de códigos, afirmando que cada uno tenía su propia personalidad y su propia riqueza emocional. Ella ya dejó de estudiar una masa homogénea y pasó a estudiar individuos con los que desarrolló vínculos afectivos, como pasa naturalmente cuando nos relacionamos con otros animales (claro, a menos que tengamos tendencias psicópatas, pues uno de los rasgos principales es la dificultar para crear vínculos afectivos y sentir empatía).
Hace tiempo escribí sobre lo que le hicieron a Muñeca. Ahora estoy escribiendo sobre lo que le hicieron a un caballo que no sé si tuvo nombre, pero que quedó grabado en un video que muestra la peor cara de la humanidad. Los dos se hicieron tristemente célebres debido a la posibilidad de que su historia se hiciera pública, y es necesariorecordar que esto no es un caso aislado.
Vivimos en una sociedad que se sostiene en atrocidades como esa, pero que pasan lejos de nuestros ojos. En casos como este, en que por diferentes motivos las imágenes son (o se hacen) públicas es cuando se despierta la indignación… pero la verdad, la pura verdad, es que cosas como esas pasan todos los días, porque sin importar lo que hemos aprendido, sin tener en cuenta la información que tenemos disponible y los desarrollos tecnológicos, sigue siendo más “conveniente” abusar de los animales para todo: para entretenernos, para alimentarnos, para vestirnos.
En el video del caballo descuartizado los bárbaros son ellos, pero mientras nuestra sociedad siga usando a los animales como fábricas o como objetos para nuestra explotación y para nuestros fines egocéntricos, los bárbaros seguiremos siendo todos.