La coherencia es una trampa

La coherencia es una trampa

La idea de la coherencia me empezó a parecer problemática hace varios años, y desde entonces le he venido dando vueltas, tratando de entender mejor en qué consiste, para buscar maneras más constructivas de relacionarme con ella.

El título de este texto ya dice mucho sobre mis conclusiones: pienso que la coherencia es una trampa. Y creo que cualquier persona que haya tratado de hacer algo significativo por otras personas, por otros animales o por el mundo entenderá fácilmente a qué me refiero, puesto que cuando alguien se “atreve” a mirar más allá de su propio ombligo y a preocuparse por cosas que sean diferentes al bienestar inmediato e individual, casi instantáneamente empieza a recibir cuestionamientos —que pueden llegar a ser bastante hostiles— sobre la coherencia: que si está haciendo X por qué no está haciendo Y, que si habla de una cosa por qué no habla de lo otro, que si quiere hacer una donación a una causa por qué no está donando más, que si trabaja de corazón por una causa por qué no lo hace gratis, que para qué deja de comer carne si igual tiene celular, y otro montón de preguntas y señalamientos (usualmente con escaso sentido) que, al parecer, buscan demostrar que da igual cuánto te esfuerces porque siempre te va a quedar “faltando algo”… y por lo tanto la única opción que resulta realmente coherente es no cuestionar nada y no comprometerte con nada.

Para esas personas que miran con atención lo que estamos tratando de hacer quienes nos preocupamos por nuestra huella ambiental (con el fin de señalar lo que estamos haciendo “mal” y así sentir que tienen un “escudo” frente a cualquier posible cuestionamiento), parece que la única manera de ser coherente es “por lo bajo”: si no nos comprometemos con nada y afirmamos, desde el más puro cinismo, que nada nos importa y nada nos afecta, entonces tenemos la ilusión de que somos coherentes en nuestra falta de compromiso y acción. 

 

·   ·   ·

 

Pero la coherencia no solo es problemática cuando se usa como mecanismo de defensa en señalamientos que buscan mostrar que nuestros esfuerzos son insuficientes. La coherencia también puede ser una trampa para quienes SÍ queremos comprometernos con procesos de cambio, incluso cuando sabemos que esos procesos son necesaria e inevitablemente imperfectos.

Que la búsqueda de coherencia “pura y perfecta” es un algo problemático no es una idea nueva para el mundo, obvio, y tampoco para mí ni para lo que comparto en este blog. Ya hace años había escrito sobre la importancia de prestarle atención al proceso y quitarnos de encima el peso de la búsqueda de la perfección, y también de la importancia de evitar caer en la trampa del “todo o nada” (que, si la miramos de cerca, es realmente la misma trampa de la coherencia). Pero es que es una trampa tan difundida y tan paralizante, y con la que me he encontrado tanto en mi propio proceso, que creo que merece más atención y más análisis.

 

La coherencia puede ser tanto una motivación como un obstáculo y, si no la observamos con detenimiento, suele ser con más frecuencia lo segundo que lo primero; de ahí que sea tan tramposa.

 

Si no me crees, piensa en todas las veces que has dejado de hacer algo —que podría haber sido positivo e importante— solo porque aparentemente no era coherente con otra cosa que piensas o haces (por ejemplo: “me gustaría dejar de comer carne, pero igual tengo un gato al que le doy alimento de origen animal, entonces para qué voy a cambiar si sería una incoherencia); piensa en cuántas veces has sido cuestionadx en torno a tu interés por un tema particular a partir de algo que has dicho o hecho antes (por ejemplo: “no entiendo por qué ahora eres veganx si siempre habías dicho que te encantaba hacer asados); y piensa en cuántas veces te quedas patinando en cuestionamientos —internos o externos— sobre la incoherencia entre una idea que defiendes y un comportamiento que no has sido capaz de modificar, o que tu contexto no te permite “erradicar” de raíz (por ejemplo: “pero si cuestionas el capitalismo entonces por qué tienes zapatos, si igual se los compraste a una marca capitalista”).

 

·   ·   ·

 

De hecho, incluso cuando tratamos de ser coherentes podemos resultar siendo incoherentes, por lo menos a ojos de otras personas. Por ejemplo: dos de mis principales objetivos en la vida —desde hace años y hasta nuevo aviso— son 1) aprender sobre sostenibilidad y reducir mi huella ambiental, y 2) compartirlo de diversas maneras y por diversos medios para que muchas personas de motiven a hacer lo mismo. A primera vista parece que estos dos objetivos son perfectamente coherentes entre sí… ¿no?

 

Pues resulta que no es tan sencillo. Por ejemplo, una manera —de tantas— de reducir mi huella ambiental es hacer uso menos frecuente de aparatos tecnológicos y de internet, que requieren minería y servidores que funcionan con combustibles fósiles, respectivamente… pero para compartir estos temas con muchas personas resulta bastante útil usar aparatos tecnológicos e internet. ¿Soy una incoherente? Tal vez, dependiendo desde dónde se mire la situación.

 

Quienes se sientan más interesadxs en la pureza de las motivaciones, tal vez considerarían que, si quiero ser coherente, lo que yo “debería” hacer es comprometerme con reducir mi huella individual y sacrificar la parte en la que comparto estos temas con otras personas. Quienes —como yo— se interesan más en la eficiencia de las acciones, posiblemente considerarán “vale la pena” ese uso de aparatos tecnológicos e internet (y el asociado aumento de mi huella ambiental individual), considerando que eso se traduce en que muchas otras personas obtienen más herramientas para reducir su propia huella, así que el impacto combinado, colectivo y positivo puede ser mucho mayor, y por lo tanto mi decisión de usar estos recursos es coherente con mi objetivo.

Otro ejemplo: escribí un libro en el que hablo sobre el cuidado del planeta y comparto mi visión y mi experiencia de lo que he aprendido en estos años de dedicarme a difundir —por medio de la conversación, el texto y el dibujo— mi interés por el cuidado de la biósfera y de los seres que la conformamos.

El libro (alerta de spoiler) empieza con una reflexión sobre la huella ambiental. Sentí que era importante que el libro abordara ese tema de entrada para compartir mi perspectiva de este asunto con quienes se puedan preguntar —como lo he hecho yo misma— si tiene sentido publicar un libro y al mismo tiempo hablar de reducir el impacto que generan nuestras acciones. El libro habla sobre el cuidado de la biósfera y de la Tierra… y al mismo tiempo es un objeto impreso, hecho de papel, y por lo tanto requirió tala (aunque haya sido de bosque “cultivado”), producción de tintas, impresión, uso de energía, etc. Y el mismo libro en versión digital igual requiere uso de energía en su proceso de escritura, diseño y maquetación, y luego servidores que funcionan con combustibles fósiles, que almacenen la información digital para que cualquier persona pueda leerlo desde cualquier lugar del mundo.

¿Soy una incoherente por haberlo escrito, y por querer que llegue a tantas personas como sea posible? Tal vez, de nuevo, dependiendo desde dónde se mire la situación.

 

·   ·   ·

 

Hace años, cuando vi Cowspiracy, me resonó muchísimo una frase que lanza uno de los entrevistados; dice algo como “no puedes ser ambientalista y comer carne”. En ese entonces me pareció que tenía TODO el sentido. Pero ahora, la verdad, no estoy tan segura.

Mi ambientalismo está directamente relacionado con mi decisión de dejar de comer carne (y productos de origen animal en general), y es uno de los cambios que promuevo porque para mí es lógico y coherente, y porque además la evidencia científica muestra cambiar radicalmente nuestra alimentación es una de las maneras más eficientes de reducir nuestra huella ambiental. Sin embargo, se que MUCHOS ambientalistas no veganos han hecho trabajos MUCHO más poderosos que el mío, en campos en los que yo siento que sería incapaz de meterme.

Por ejemplo, hay líderes sociales y ambientales que exponen su vida (y muchas veces terminan siendo asesinados) por oponerse a la deforestación y a que se talen bosques para convertirlos en zonas de pastoreo. ¿Serán todos veganos? Lo dudo. ¿Habrán cuestionado su consumo de carne? Muy posiblemente. ¿Viven en contextos en los que pueden cubrir sus necesidades básicas para tener una alimentación balanceada sin cosas de origen animal, y con acceso a información para hacerlo de manera balanceada? No tenemos ni idea. Entonces… ¿podemos decirle a esos líderes ambientales que NO pueden llamarse ambientalistas porque todavía consumen carne? Pues la verdad es que yo creo que no.

Desde mi visión y en mi experiencia, mi preocupación e interés por la biósfera y mi decisión de ser vegana están estrechamente ligadas, pero no todas las personas piensan como yo, y no todas las personas que se acercan al ambientalismo y/o al veganismo lo hacen por los mismos caminos, con la misma información y con las mismas posibilidades que he tenido yo.

 

De la misma manera, mi visión y experiencia del feminismo estás conectadas profundamente con mi visión del ambientalismo y el animalismo. Para mí tiene todo el sentido ser feminista y al mismo tiempo cuestionar la opresión a otros seres, porque sé que la opresión de mujeres y animales comparten raíces innegables. Para mí, entonces, tiene sentido ser feminista Y ser vegana. Pero no siento que sea mi lugar ir a decirle —por ejemplo—  a una feminista que está haciendo un trabajo valiosísimo en comunidades y promoviendo transformaciones políticas tangibles, que su feminismo es menos válido porque no está conectado con el animalismo, y por lo tanto no se adapta a MIS “estándares de coherencia”.

En fin. Creo que se entiende el punto.

 

·   ·   ·

 

El mundo es complejo y los seres que lo habitamos también. Si nos enfocamos solo en los humanos, podemos ver que tenemos vidas diversas, que a medida que vamos creciendo nos enfrentamos a información nueva, que a veces refuerza cosas que ya creemos pero otras veces desafía nuestras creencias, nuestra cultura y nuestras tradiciones y nos lleva a cuestionar lo que hemos considerado normal, y, posteriormente, a hacer cambios en esas tradiciones y creencias.

Cuando cambiamos una cosa, lo usual es que se genere un efecto “dominó” que nos lleva a cuestionar otras cosas que hacemos. En ese proceso, la búsqueda de coherencia es esencial, y las ganas de sentir que nuestras acciones resuenan y están en armonía con nuestros ideales y con nuestra forma de ver el mundo nos llevan a querer aprender más, cuestionar más, cambiar más. La coherencia puede ser una aliada cuando la asumimos como una motivación a la búsqueda, como una vocecita interna y amigable que nos recuerda que NO lo sabemos todo, y que vale la pena seguir observando de cerca nuestras decisiones y nuestros procesos para seguir creciendo y aprendiendo de ellos.

La coherencia, sin embargo, también puede ser un obstáculo. Por ejemplo, cuando yo decidí dejar de comer carne llevaba muchísimo tiempo posponiendo esa decisión porque tenía miedo de ser incoherente. Pensaba que no tenía sentido dejar de comer carne si igual iba a seguir consumiendo otros productos de origen animal… y como no tenía información suficiente para plantearme la idea de ser vegana, sencillamente me daba palmaditas imaginarias en la espalda y pensaba “bueno, igual no sería coherente si no lo hago al 100%, así que mejor no hago nada”. Además (y esto es importantísimo aceptarlo) tenía miedo de que alguien me “descubriera” en mi incoherencia y señalara eso que yo ya había identificado y que no me sentía capaz de resolver.

 

Mi inquietud frente a la incoherencia venía en gran parte del miedo al señalamiento externo, porque yo misma no tenía suficiente claridad sobre mis motivaciones como para saber qué era coherente para mí (desde mis intenciones, valores y propósitos) y qué no.

 

Cuando se asume como FIN en sí misma, cuando la empezamos a ver como una meta externa y estática, y no como una motivación interna y dinámica, termina convirtiéndose en una voz tirana que imposibilita cualquier crecimiento y aprendizaje. Nos encerramos en nosotras mismas, nos convencemos de que la nuestra es LA manera coherente de hacer las cosas, y señalamos (y desmotivamos) a quienes se acercan a nuestros intereses y movimientos desde caminos que, aunque diferentes, son tan válidos, tan interesantes… y con tanto o más potencial de transformación colectiva que el nuestro.

 

·   ·   ·

 

Para cerrar, un último ejemplo personal: hace un tiempo estaba con unos amigos, y les dije que una idea que me estaban compartiendo me parecía problemática porque la veía como una manera del capitalismo de apropiarse de los discursos del ambientalismo. Uno de ellos me miró, señaló mi cerveza y dijo “sí, el capitalismo”, como si el hecho de que yo me estuviera tomando una cerveza me quitara automáticamente el derecho de cuestionar el sistema capitalista. Sí, esa cerveza era producida por una empresa capitalista en un sistema capitalista, porque yo vivo aquí, dentro del sistema capitalista.

Si no podemos cuestionar el capitalismo desde adentro (que es donde vivimos la mayoría de nosotrxs)… ¿entonces cómo se hace? ¿Es necesario que nos retiremos a vivir en el monte, sin ropa, y que allá le gritemos a las ardillas y las aves que el capitalismo no es sostenible y nos está llevando al colapso? Y si llegamos a hacer eso ¿no aparecerá igual alguien a decirnos que somos incoherentes, porque no tiene sentido que cuestionemos el capitalismo desde afuera, sin vivirlo, y que encima lo hagamos en un lugar en donde no hay otros humanos escuchándonos?

 

Según la idea que tienen algunas personas de la coherencia (y en la que yo seguramente he caído más de una vez) entonces solo podemos cuestionar el capitalismo —o lo que sea— desde un estado de pureza… que nadie nunca va alcanzar. O sea, según el ideal de la coherencia “pura”, nadie tiene permiso nunca de cuestionar nada.

 

Ahí puedes ver, de nuevo, cómo la coherencia puede ser una trampa: nos convence de que solo podemos cuestionar algo cuando lo tenemos todo resuelto. Que no podemos resolver nada hasta resolver todo. Y eso, en sí mismo, es una incoherencia; tal vez la mayor de todas. Así que permitir que la coherencia nos paralice nos lleva a una incoherencia aun mayor. #YDelMismoModoEnElSentidoContrario.

 

·   ·   ·

 

Creo que las personas a quienes les preocupa más la pureza que la eficiencia han pasado tanto tiempo pensando en situaciones “ideales” que han olvidado preguntarse si son realmente aplicables a la realidad. Y eso es problemático, aunque se haga con buenas intenciones. Creo (y lo he vivido en mi propio proceso) que nos gusta imaginar una vida pura, pulida, podada, uniforme, coherente, donde las cosas sean “limpias” y tengamos todo bajo control. Pero resulta que la vida no es así: la vida está llena de complejidades, de contradicciones y de “mugre”.

Vivir implica reconocer que es muy poco lo que tenemos bajo control, y que si bien la búsqueda de la coherencia interna (entre nuestras motivaciones, valores y decisiones) nos impulsa a avanzar en el camino, la obsesión con alcanzarla no solo nos desgasta, sino que hace que sea más difícil —o directamente imposible— que nuestras ideas sean aplicables en los procesos de otras personas, y por lo tanto le resta eficiencia a nuestros esfuerzos, tanto a los individuales como a los colectivos y de activismo.

Frente al miedo a la incoherencia, pienso que el mejor remedio es recordar que estamos todxs transitando caminos distintos, que tienen múltiples puntos de encuentro pero en los que creo que es necesario reconocer los límites y las diferencias, así como las intersecciones. Que la coherencia es una aliada cuando la usamos como motivación, pero es un obstáculo cuando la usamos como medida inflexible de lo que está bien y lo que está mal, y que es especialmente peligrosa cuando se convierte en motivo de señalamiento entre personas que le apuntan a una misma causa, por el simple hecho de hacerlo desde perspectivas diferentes. Y que el hecho de que usemos nuestra energía en exigir “coherencia pura” entre nosotrxs solo nos cansa y debilita el movimiento —los movimientos—, mientras le da más combustible a las personas que quieren quitarle valor a lo que hacemos.

Mi declaración a mí misma frente al miedo a ser incoherente, y frente a quienes buscan restarle validez a mi proceso señalando mis “imperfecciones”, por ahora y hasta nuevo aviso, es que —como ya lo expresó el genial George Monbiot en una de sus columnas—  prefiero comprometerme, cuestionar y hacer lo que pueda aunque a alguien le parezca una incoherencia, que quedarme solo señalando las imperfecciones ajenas y durmiéndome en la peligrosa quietud de la indiferencia.

 


 

Para escribir este texto me inspiré no solo en mi experiencia personal, sino en las reflexiones que compartieron conmigo las personas que me apoyan a través de Patreon, donde estuvimos conversando sobre la incoherencia y sobre cómo la hemos experimentado, cada una desde su proceso y su contexto. Muchas gracias, chicas, por compartir conmigo esas experiencias. Y gracias por apoyar mi trabajo de tantas maneras 

Si quieres saber más sobre lo que hago en Patreon (y sobre cómo puedes sumarte a apoyar mi trabajo de manera más directa), haz click aquí.

 


 

P.D. Muchos libros se envuelven en plástico termoencogido antes de ser enviados a distribución en las librerías. Pregunté si mi libro iba a estar cubierto de plástico y me dijeron que la editora ya había dado la instrucción precisa de que mi libro iba sin envoltorio… y la verdad, LA VERDAD es que no supe si alegrarme o no.

Claro, a primera vista va a ser mucho más bonito verlo sin envoltorio, y teniendo en cuenta que es un libro sobre “salvar el planeta” y el plástico desechable genera —y con razón— tanto rechazo entre las personas interesadas en este tema, se vería muy mal que esté envuelto en plástico. Sin embargo, vale la pena considerar otra perspectiva: los libros envueltos en plástico aguantan más manipulación sin dañarse, aguantan más humedad, reducen el riesgo de “maltrato” a las páginas cuando los hojean sin cuidado en los puntos de venta… Entonces ¿van a sobrevivir mis libros a la manipulación descuidada de los clientes de las librerías, o van a quedar tan maltratados que nadie va a querer comprarlos, generando así MUCHO más desperdicio e impacto ambiental que el que hubieran generado si tuvieran envoltorio de plástico? No tengo idea*, y he tomado la decisión consciente de no romperme la cabeza con eso, porque en esto, como en tantas otras cosas, no hay una sola respuesta correcta. ¿Soy una incoherente? No sé. Tal vez, de nuevo, dependiendo desde dónde se mire la situación :-)

 


 

*A propósito de la huella ambiental de los libros y de la manera en la que interactuamos con ellos, hace tiempo escribí un texto para la librería 9 3/4 en el que exploro con un poco más de detalle el panorama de los envoltorios de los libros, y donde además propongo un manifiesto para quienes disfrutamos estos objetos y queremos que tengan un impacto intangible positivo que realmente compense su impacto ambiental. Lo puedes leer en este enlace.