La casa en llamas + un micro-test de personalidad

La casa en llamas + un micro-test de personalidad

Con cierta frecuencia me detengo a revisar el camino que he recorrido en mi búsqueda de una vida más sostenible. Lo hago porque pienso que es importante recordar que he pasado por varias etapas, que el “paso a paso” es importante, que he aprendido un montón y, sobre todo, que me queda mucho por aprender. En ese sentido, revisar el camino es una tarea gratificante y estimulante.

También me parece importante recordar que las cosas y las personas cambian. Hace unos años mi preocupación por la sostenibilidad era, digamos, más ingenua… pero he tenido la capacidad de adaptarme —y con relativa rapidez— a los nuevos aprendizajes llevando esa preocupación a convertirse en uno de los ejes de mi vida, uno de los temas que más me mueven y una de mis principales fuentes de inspiración para el trabajo y la vida cotidiana (y obvio, este blog).

Verlo de esa manera me hace ser consciente de que el cambio no fue inmediato, y por lo tanto no tiene sentido esperar que sea así para otras personas. Todos desarrollamos sensibilidades diferentes y nos adaptamos al cambio a diferente velocidad; lo importante es que ese proceso siga su curso, enfocándose siempre en el progreso y no en la perfección.

Hablando de progreso y aprendizajes y preocupación por la sostenibilidad, hace un par de meses me encontré con una parábola que me gustó mucho y que pienso que ayuda a dar una luz sobre la manera en la que enfrentamos la realidad. Aquí va:

Hay una casa en llamas…

La gente que está dentro de la casa está durmiendo y en gran peligro.

Siete de sus vecinos vendrán, cada uno con una oportunidad para salvarlos.

La persona #1 no ve el fuego. Consumida por sus propios pensamientos y preocupaciones pasa por el frente ignorando todo el asunto.

La persona #2 ve el fuego. Pero no quiere involucrarse y sigue adelante.

La persona #3 ve el fuego. Pero aterrorizada y en shock se queda inmovilizada en estado de pánico.

La persona #4 ve el fuego. Inmediatamente pasa a la acción: primero llama a los bomberos, después toca a la puerta para despertar a los habitantes.

La persona #5 ve el fuego. Y, atreviéndose a lo que nadie más se atrevió, entra en la casa para tratar de salvar a las personas que hay adentro.

La persona #6 ve el fuego. Revisa la escena y descubre una oportunidad para promover sus propios intereses y ganar dinero (se le ve entregando sus tarjetas de negocios y ofreciendo sus productos).

La persona #7 ve el fuego. Acecha inadvertida, mirando la destrucción. En realidad no le preocupa, ni le importa nada en absoluto.

La casa, mis queridas lectoras, es el planeta Tierra.

Esta reveladora parábola me la encontré en el sitio web de Films for Action, y fue extraída de un libro que se llama The One Idea That Saves the World, de Laurence Overmire. No he leído el libro así que no sé de qué va, pero sí sé que lo de las siete personas ilustra muy bien las diferentes actitudes que podemos tomar ante los problemas que enfrentamos a raíz de la crisis ecológica que nosotros mismos venimos cocinando desde hace siglos (y con particular velocidad en las últimas décadas).

Cada uno de nosotros encaja en alguna de esas descripciones —detalles más detalles menos— y lo que decidamos hacer frente al incendio no sólo dice mucho de nosotros, sino que marcará de manera definitiva el destino de la casa en llamas y de sus habitantes. Claro, hay que tener en cuenta que en la historia de la casa en llamas sólo están en peligro inminente las personas que están adentro, y todos los vecinos que ven el incendio desde afuera están más o menos a salvo (aunque el fuego puede terminar por invadir sus propias casas, ¿no?)… pero a escala real, siendo nuestro planeta la casa en llamas, incluso las personas #1 y #7 en su infinita indiferencia terminarán siendo consumidas por el fuego.

Otra cosa muy interesante de ésta parábola es que funciona como un micro-test de personalidad. Siendo absolutamente sincera/o contigo misma/o… ¿con cuál personaje te identificas? Si una casa vecina se empieza a quemar… ¿pasas indiferente? ¿te quedas en shock? ¿tratas de ayudar? ¿te quedas a mirar cómo se destruye sin hacer nada? Tal vez lo más probable es que, en esa situación en particular (una verdadera casa en llamas) muchos encajemos en la descripción de las personas #3, #4 y #5 (al menos eso sería lo ideal… porque, aceptémoslo, los otros perfiles tienen tintes narcisistas, egocéntricos y psicópatas).

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Pero ¿y qué pasa con nuestra metafórica casa en llamas, el planeta? Ahí todo cambia… es mucho más posible que encajemos en las descripciones de las personas #1, #2 y #3. La situación es la misma: inminente peligro, —muchísimas— vidas en riesgo, —muchísimas— personas con la posibilidad de ayudar y —muchisísimas— oportunidades para hacerlo. ¿Por qué no lo hacemos entonces?

Yo creo que, por un lado, es un asunto de escala y de abstracción. La casa en llamas es un problema “pequeño” y concreto, es fácil identificar la raíz (fuego) y relativamente fácil hallar alternativas de solución (bomberos, despertar a los habitantes, entrar para ayudar a los habitantes en peligro). El planeta en crisis, en cambio, es un problema de una proporción tal que no cabe del todo en nuestra cabeza, y sentimos literalmente que se sale de nuestras manos. Es, además, un problema más abstracto: no se reduce a una sola raíz problemática sino a una red de infinidad de situaciones interconectadas e interdependientes, así que pensar en posibles soluciones es una tarea mucho más compleja y que por lo general no depende de una sola persona.

Por otro lado, creo que también es un asunto de —llamémoslo así— miedo a la conciencia. La casa en llamas está así porque alguien (y no nosotros mismos) la encendió, o alguien (y no nosotros mismos) fue lo suficientemente descuidado para permitir que una vela, una estufa o cualquier otro artefacto inanimado diera inicio al caos. No es culpa nuestra, y nosotros aparecemos entonces con una verdadera oportunidad de ser héroes y salvadores pues estamos tratando de ayudar a otros a pesar de que el problema no es nuestro en lo más mínimo.

Con el planeta el cuento es otro: todos hemos puesto nuestra buena dosis de material inflamable y conducta negligente, y todos somos colectivamente culpables del desastre. Nuestra actitud de ayuda aquí no es tan heroica, sino que es también un intento de salvarnos a nosotros mismos. De esta manera, el planeta en llamas requiere de procesos incómodos que no son necesarios frente a la casa en llamas: un examen de conciencia, un ajuste de nuestros hábitos y un profundo cuestionamiento a nuestras comodidades y actitudes.

La parábola de la casa en llamas puede ser desesperanzadora, pues de siete personas sólo dos pusieron manos a la obra y ayudaron a resolver el problema; si lo aplicamos al planeta nos quedamos con que, estadísticamente, lo más probable es que el incendio consuma todo antes de que los “bomberos” lleguen o la valiente persona #5 logre salvar a los habitantes.

Sin embargo pienso que es importante darle una segunda mirada a la descripción de los vecinos para buscar oportunidades de cambio: por ejemplo, sólo el #1 no ve el fuego ¿puedo ayudar a que lo vea? El #2 ve el fuego pero siente que no es su problema, ¿y si le ayudo a ver que su casa también está potencialmente en peligro? ¿o que los vecinos en peligro son sus amigos? El #3 se queda en shock, ¿y si le ayudo a recuperarse y le doy ideas para que pase a la acción?, el #4 y el #5 me pueden ayudar a hacerlo. El #6 quiere hacer negocio ¿y si lo convencemos de que su negocio efectivamente ayude a apagar el incendio? Gana él y ganamos todos. El #7 puede ser el caso más difícil… se queda mirando y no le importa. Sin embargo, es probable que logremos cambiar su actitud si le hacemos darse cuenta de que la casa que se quema es la suya propia. Y si aún así decide no hacer nada, igual ya somos 6 los que estamos activamente tratando de controlar el fuego.

Yo siento que, en diferentes momentos de mi vida y frente a diferentes problemáticas planetarias, he sido varias de las personas de la parábola. He sido #1, #2, #3, #4 y #5. El #6 puede entrar en la lista si en la descripción se puede aclarar que la motivación no ha sido únicamente la plata, sino también una genuina preocupación por poner un granito de arena en resolver el problema. En este momento pienso que el personaje más cercano a mí sería el #4. Quiero creer que nunca he sido #7, y espero no serlo jamás.

Todos somos alguna de esas personas, aún sin darnos cuenta. Todos tenemos la libertad de decidir cuál de esas personas queremos ser, y está en nuestras manos empezar a cambiar el rumbo. Creo que es importante mirar para adentro, reconocer nuestro valor, nuestro lugar en el mundo, cuestionar nuestros hábitos, creer en los pequeños gestos mientras tenemos la claridad de que no deben quedarse para siempre pequeños, unirnos a quienes generan cambio y ayudar a promover sus iniciativas.