Entre el miedo y la esperanza

Entre el miedo y la esperanza

La última semana he tenido varios días de esos en los que uno siente que está siendo víctima de un experimento psicológico de Facebook (que ya sabemos que los hacen, así que no sería ninguna novedad).

Eso, o las noticias del mundo han estado especialmente deprimentes y mis contactos en la red social han estado particularmente interesados en compartirlas. O sencillamente yo he estado leyendo más noticias de la cuenta, más de las adecuadas para mantener algo de salud mental.

Entre la sequía que azota a Colombia (y a muchos otros países), el Fenómeno del Niño —que la NASA afirma que puede ser el más devastador de la historia—, el Ministro de Medio Ambiente de Colombia que no tiene ni idea de dónde está parado, el oso de anteojos que mataron en Chingaza, las malas prácticas de Nestlé (que ya son cuento viejo), los cachalotes que quedaron varados en las playas de Inglaterra (y que la gente usó para tomarse selfies y hacer grafitis), la basura plástica que en poco tiempo va a ser más abundante que los peces, lo ilógicos que son los zoológicos y las reacciones de la gente ante todo lo que pasa: entre la burla, la indiferencia y el desprecio… todo me va llevando a una espiral de desesperanza, tristeza e impotencia.

Y en pleno ojo del huracán, me llega un correo de una lectora que me cuenta sobre sus ganas de construir un mundo mejor, pero también sobre el miedo que la asalta al ver las noticias, la magnitud del problema, y la aparente insignificancia de sus pequeñas acciones. Y me lanza la pregunta más difícil de todas: ¿cómo me enfoco para no perder la esperanza? Ese correo llegó en un momento sensible… empecé a responder, y cuando menos pensé había dejado un texto casi tan largo como una publicación del blog, y de paso me había dado cuenta de un par de cosas.

No sé si mi lectora leyó esa extensa respuesta; pero a mí me dejó pensando, y con ganas de compartir varias cosas aquí.

Para llegar a lo que quiero decir, tengo que dar primero algo de contexto:

Hace algunos meses, hablando con mi mamá, surgió el tema de la educación; estábamos hablando sobre los cambios de hábitos y sobre los primeros adoptantes (de la difusión de innovaciones, que es algo de lo que hablo en esta publicación), y eso nos llevó a hablar sobre las etapas de aprendizaje. Todo lo que me dijo me pareció muy lógico y muy interesante, y he estado dándole vueltas desde entonces.

Hay una teoría que se llama “las cuatro etapas de competencia” (de habilidad, no de contienda) que es cercana a esto que te voy a contar. Sin embargo, no quiero ponerme a hablar con términos técnicos ni a comentar sobre una teoría psicológica que apenas conozco, así que voy a contarlo desde lo que conversé con mi mamá y lo que he visto desde mi propia experiencia. Aquí van, 4 fases de aprendizaje, en mis palabras y usando ejemplos concretos para adaptarla al asunto de la vida sostenible:

 

FASE 1: No saber que no sabemos

Vivimos en un mundo complejo, y es imposible estar enterado de todo, saberlo todo y conocerlo todo (aunque no nos guste aceptarlo). Hay miles de cosas que ignoramos… y no me refiero a que no las conozcamos lo suficiente, o que no recordemos el nombre; me refiero a que de verdad no existen ni en nuestra imaginación.

Por ejemplo: Menganito no sabe nada sobre el impacto de los residuos plásticos en los ecosistemas marinos… porque, de entrada, sabe poco (o nada) sobre el océano. El único plancton que ha visto ha sido el de Bob Esponja, y nunca se ha planteado a dónde va a parar toda la basura plástica que llega al mar. Por lo tanto, no sólo no conoce el problema, sino que no sabe que no conoce el problema.

Ya sé que esto puede ser difícil de imaginar, porque si lees este blog es muy posible que ya estés un poco más adelante en esos procesos de aprendizaje; pero de verdad hay gente (como Menganito) que no sabe que existen los corales o que no tiene idea de que su basura puede ir a parar al mar. De verdad.

 

FASE 2: Saber que no sabemos

Es imposible saberlo todo, pero nuestro cerebro tiene una capacidad impresionante de procesar y almacenar nueva información y de mantenernos en constante aprendizaje. Tomando el ejemplo que usé arriba: Menganito es una persona que no sabe nada de nada de esa problemática, pero un día se va de viaje a Capurganá y se llevo equipo de snorkeling porque le dijeron que se ven animales bonitos debajo del agua. Durante el paseo se empieza a dar cuenta de que la playa está llena de basura plástica, en trozos grandes y pequeños, y le da pena ver que un lugar tan lindo se vea tan sucio.

Mientras explora las bellezas submarinas confirma que esa basura también está cubriendo los corales y, además, puede ver a los peces tratando de comérsela. Se da cuenta de que bajo la superficie del mar hay muchas cosas, y que la basura realmente no “desaparece” sino que se “esconde”, dañando poco a poco los lugares que él quiere disfrutar.

En esta fase pueden pasar, básicamente, dos cosas: Menganito puede darse cuenta de la problemática y aún así hacer la mirada al lado (sea porque no entiende su relación con el problema, porque no sabe cómo lidiar con él o porque realmente no le interesa), o puede preguntarse qué puede hacer él para resolverlo. Es decir: puede tener una actitud favorable frente a ese nuevo aprendizaje, y tomarlo como un desafío… como algo de lo que quiere aprender más.

La primera opción es una calle cerrada, deja a Menganito sentado en la zona de confort (de un confort más bien engañoso, pero bueeeh), mientras que la segunda lo lleva un paso más allá, a la zona del aprendizaje y del crecimiento, la zona en la que sí pasan cosas.

 

FASE 3: Saber, y actuar sobre eso que se sabe

Este, de alguna manera, es un punto de no retorno (en todo el buen sentido de la expresión). En el momento en el que sabemos que sabemos, no nos queda más que pasar a la acción, y eso genera un efecto bola de nieve: a medida que vamos descubriendo más, vamos siendo más conscientes de nuestro papel en todo el asunto y vamos queriendo encontrar nuevas maneras de actuar y de adaptarnos a ese nuevo conocimiento.

Aplicando de nuevo el ejemplo: después de haber descubierto las maravillas que esconde el mar y la amenaza que es la basura plástica, Menganito se pone a la tarea de reducir radicalmente la basura que genera y compartir esa preocupación con todas las personas que lo rodean, porque sabe que cada trozo de basura tiene nombre propio. Empieza a buscar información en internet, a ver videos, documentales y a hacer un proceso consciente de aprendizaje que lo lleva, paso a paso, a tener actitudes coherentes con esa nueva perspectiva que desarrolló.

 

FASE 4: Hacer de la acción un hábito

Y aquí se consolida todo el proceso. Ese “saber que sabemos, y actuar sobre lo que se sabe” se ha vuelto parte de nuestra rutina, hemos interiorizado lo que aprendimos y se ha convertido en un hábito, en una habilidad, en algo que podemos hacer o resolver sin tanto esfuerzo.

Para cerrar con el mismo ejemplo: en todo este proceso, Menganito aprendió sobre la belleza (y la importancia) de los océanos, así como sobre la delicadeza de sus ecosistemas. Se dio cuenta de su papel en el asunto y empezó a tomar decisiones que lo pusieran del lado de la solución, y no del problema. Dejó de usar bolsas de plástico, empezó a usar botellas, vasos y recipientes reutilizables, descubrió que puede hacer muchos productos en casa, ahorrándose el problema de los empaques y de paso beneficiando su salud (¡y su bolsillo!). Menganito ve que esos cambios tienen sentido, y cada vez se le hace más fácil incorporarlos en la vida cotidiana. Se amplió su perspectiva, y su manera de actuar responde de manera muy natural a esa nueva visión.

 

·    ·    ·

 

Toda esto de las fases de aprendizaje y de Menganito te lo cuento para que recordemos tres cosas:

1. Hemos recibido una educación muy deficiente.

Esto no es ninguna novedad, pero por ser cuento viejo no significa que hay que ignorarlo. Nuestra educación (al menos la educación formal) es reduccionista: funciona a partir de la idea de que todo hay que dividirlo en partes pequeñas para poder entenderlo mejor… y eso nos ha dejado con un montón de piezas chicas de información que no sabemos combinar. Usando las palabras de Rodolfo Llinás:

La escuela nos enseña la ubicación geográfica de los ríos, pero jamás nos explica la importancia del agua… Somos un baúl repleto de contenidos, pero vacío de contexto. De ahí nuestra dificultad para aplicar el conocimiento en la realidad“.

2. La educación es un proceso.

Tiene diferentes niveles de complejidad, y cada persona lo asimila a velocidades distintas. A la mayoría de nosotros jamás nos hablaron en la escuela o el colegio (a veces ni siquiera en casa) sobre la importancia de cuidar nuestro entorno, no nos explicaron sobre el impacto ambiental de nuestras decisiones, ni nos enseñaron a cuestionar el statu quo… así que no nos debe extrañar que tanta gente esté en la fase 1: no saben que no saben.

3. La fase 1 es eso: una fase.

Y todos hemos estado ahí, en el punto de no saber que no sabemos algo, y eso no significó que no pudiéramos aprenderlo. Alguna cosa pasó, alguien dijo algo que nos hizo pasar a saber que no sabemos, y de ahí en adelante el panorama cambió: empezamos a aprender.

 

·    ·    ·

 

Así es la cosa. Vivimos la lamentable realidad de que no fuimos educados para entender la importancia del equilibrio en nuestra relación con el entorno, las consecuencias son claras y las estamos viendo (y sufriendo) todos los días (eso sí: unos más que otros). De ahí viene el miedo que siento yo, el que siente la lectora que me envió el correo que te conté, y el que sienten muchas otras personas cuando se detienen a pensar en la magnitud de lo que está pasando, y en lo pequeñas que parecen nuestras acciones frente a esa realidad que queremos modificar.

¿Cómo podemos pretender cambiar algo cuando los problemas son tan complejos, cuando hay tanta indiferencia? Yo no tengo una respuesta para eso —ojalá la tuviera—, pero sé que no está en el miedo. El miedo paraliza, y si estamos paralizados no podemos hacer nada.

Creo que el miedo, además, tiene mucho que ver con la aparente indiferencia de muchas personas… en el fondo esa indiferencia es una manera de lidiar con el miedo que tienen de enfrentar cosas reales y darse cuenta de que les quedan chicas las manos para enfrentarse a los problemas del mundo. Les da miedo sentirse impotentes. Les da miedo no tener la capacidad de imaginarse un mundo mejor… por eso hacen como si miraran a un lado, y hacen chistes al respecto para tratar de distanciarse de esa realidad que los asusta. Sí: el miedo paraliza.

Y debo confesarlo: yo muchas veces tengo miedo. Pero sé que si dejo que esa sensación tome el control voy a ser tan inútil como las personas indiferentes… así que busco maneras de reencontrarme con la esperanza. Trato de recordar que el aprendizaje es un proceso, y que yo estoy en la fase 2: sé que no sé cómo resolver esto, pero al menos me lo estoy planteando. Y también recuerdo que hay mucha gente que no sabe muchas de las cosas que yo ya sé, y que compartiéndolas tal vez logre que alguien más salga de la masa inerte de la indiferencia. Puede que suene súper cursi —y queda en total evidencia el por qué soy profesora—, pero yo creo que en la educación se encuentra la esperanza. Ahí está.

Si tienes una genuina preocupación por el futuro de la vida en el planeta, es casi seguro que te has enfrentado a situaciones de impotencia, a discusiones absurdas con personas aparentemente insensibles y a momentos de miedo paralizante. No estás sola/o; y aún más importante: no estás perdiendo tu tiempo.

Cuando estamos de verdad comprometidos podemos estar seguros de que estamos poniendo el peso de nuestra vida en el lado correcto de la balanza y que —si acaso todo realmente va mal, y nuestro aporte no hace una diferencia— hemos tenido el privilegio de vivir de acuerdo a nuestros ideales… eso es algo que muchas personas no pueden decir, especialmente porque ni siquiera se han preguntando por qué viven como viven, consumen como consumen o hacen las cosas que hacen. Están viviendo en automático. 

Yo quiero cambiar el mundo, y para eso he empezado por cambiar yo. Sé que no voy a poder hacerlo sola, y por eso escribo aquí. Sé que cambiar el mundo no es una tarea fácil, pero las tareas fáciles me aburren… y sé que puedo fracasar, pero si lo hago, quiero estar segura de que hice todo lo que estaba en mis manos. No quiero NUNCA vivir en automático.

Para cerrar, te dejo con  algo que dijo Fernando Birri:

 

¿Para qué sirve la utopía?

La utopía está en el horizonte.
Yo sé muy bien que nunca la alcanzaré, 
que si yo camino diez pasos
ella se moverá diez pasos.
Cuanto más la busque, menos la encontraré
porque ella se va alejando a medida que yo me acerco.
Por mucho que yo camine
nunca la voy a alcanzar.

Buena pregunta, ¿para qué sirve la utopía?
Pues la utopía sirve para eso:
para caminar.