Mañana es el día de la madre (al menos en Colombia, que sé que en otros países lo celebran en fechas diferentes), y sé que muchas personas estarán celebrándolo, cocinando para la mamá, llevándole regalos o pensando en ella llenos de nostalgia si es que ya no la tienen cerca.
Hay una clara razón por la que éste día es tan especial para tanta gente: las mamás son una cosa como de otro mundo. Sus vidas cambian radicalmente desde el momento en que empezamos a crecer en su útero, su cuerpo cambia, su mente cambia y no hay vuelta atrás. Sus prioridades dejan de ser las de antes, nos dan alimento para el cuerpo y el alma con cada palabra y con cada gesto de cariño. Sin importar si son jóvenes o viejas, si tienen experiencia siendo madres o no, ellas se convierten en algo así como un canal mágico a través del cual la naturaleza protege a cada nuevo ser. Nos protegen, nos nutren y nos ayudan a crecer mientras ellas mismas siguen creciendo.
Yo amo a mi mamá. Es mi mejor amiga, la mejor profesora que he tenido, mi compañera de viaje. Amo a mi abuela que me cuidó como si fuera su propio retoño, y a mi tía Ana que es mi madrina y mi hada madrina. Tuve la fortuna de crecer rodeada de esas tres mujeres que crearon para mí un hogar lleno de afecto, confianza y sensibilidad para apreciar las plantas, los animales, el mundo. De cada una aprendí algo distinto, y siempre aprendo algo nuevo de ellas; incluso de mi abuela, que ya no está, sigo aprendiendo a través de los recuerdos.
En esa misma casa tuve una gata —se llamaba Matías porque al principio pensábamos que era gato— que fue mamá muchas veces (en esa época ni se hablaba de la importancia de la esterilización) y vi de primera mano cómo transformaba su vida para hacer posible la vida de sus gatitos. Tuvimos gallinas con sus pollitos y cobayas con sus cobayitos. Y pude ver desde pequeña cómo la naturaleza se manifestaba a través de todas las mamás, sin importar si se paraban en dos patas o en cuatro, si estaban cubiertas de pelos o de plumas.
Y por eso quise escribir hoy: para celebrar a esas mamás pensando en el amor de la mía propia. Yo a mi mamá la celebro cada vez que la veo, así que no pienso que sea necesario darle un regalo ahora, pues prefiero hacerle regalos cuando me sale del corazón (ella lo sabe y lo comparte). A mi mamá le puedo decir con frecuencia que la quiero, y con frecuencia también le recuerdo lo agradecida que estoy por tenerla en mi vida y por todo lo que me enseña.
Hoy quiero celebrar a otras mamás. A las mamás en las que nos enseñaron a NO pensar. Las que son explotadas constantemente para satisfacer nuestros antojos y nuestras costumbres, las que tienen vidas cortas y llenas de dolor porque constantemente les quitan a sus hijos. Las que son usadas como si fueran máquinas, alejándolas de su derecho natural de ser madres, de desarrollar su instinto, sus ganas de proteger, y son asesinadas tan pronto como dejan de ser rentables. Esas mamás no saben qué es un día de la madre porque no son humanas y no comparten nuestras mañas de consumo… pero aunque lo hicieran, no sabrían qué es porque no les permiten ser madres. No les PERMITIMOS ser madres.
Sé que ellas nunca se van a enterar, pero este es mi homenaje. Con este texto las reconozco pública y abiertamente y les pido disculpas por todos los años que pasé sin pensar en ellas, dándole más importancia a mi “derecho” a comer lo que quiera que a su derecho a existir y a criar a sus bebés. Desde la impotencia de este texto le envío mi amor a las vacas que son constantemente inseminadas para que tengan bebés, que les serán arrebatados para que los humanos podamos tomar su leche. Le envío mi amor a las gallinas que han sido modificadas para que pongan huevos todos los días, destruyendo en pocos años su sistema reproductivo; a sus pollitos machos que serán molidos vivos por no ser rentables y a sus pollitas que serán explotadas al igual que ellas. Le envío mi amor a las cerdas que son obligadas a amamantar a sus bebés a través de barrotes que impiden su movimiento. A las ovejas a las que les roban sus corderitos para que un par de humanos se den un banquete. A las perras y gatas que viven encerradas en las jaulas de los criaderos, jaulas tan pequeñas que hacen que sus músculos se atrofien, y que son obligadas a ser mamás desde que tienen su primer celo, teniendo una camada tras otra, sin parar, como pequeñas fábricas de cachorritos de alguna raza que esté de moda, hasta que su cuerpo no aguanta más y son abandonadas o asesinadas.
Le envío mi amor y mi más profundo respeto a todas las mamás del mundo animal. Les pido disculpas por mi ignorancia, por mi ceguera voluntaria de tantos años. Sé que esas disculpas no importan porque seguramente no van a hacer una diferencia. Tampoco importan porque en los animales probablemente no existe el rencor. Pero igual importan porque sobre todo me estoy pidiendo perdón a mí misma por haber ignorado el hecho de que todos los animales amamos a nuestras madres, sin importar la especie.
No sé cuál fue la fecha exacta en la que decidí hacerme vegana, pero sé que fue en mayo y a partir de ahora voy a celebrar esa decisión en el día de la madre. Mi veganismo es una manera de celebrar a las mamás: el amor de mi mamá, que fue la persona que me enseñó a respetar a los animales y la primera persona vegetariana que tuvo verdadera influencia en mi vida; y el amor de todas las mamás, de dos y de cuatro patas, de cien piés, de aletas y de tentáculos, de pelos, de plumas y de escamas, que son todas tan valiosas y tan dignas de amor y respeto como la mía. No se me ocurre una mejor manera de celebrarlo.