Puede parecer mala estrategia decir esto abiertamente (lo de la gente valiente), y de hecho, a primera vista, da la sensación de que esa frase desentona con lo que promuevo en este blog. Pero la verdad es que no desentona. Le encuentro toda la relación del mundo, y hoy quiero explicar por qué.
El asunto es el siguiente: las cosas pequeñas son importantes y valiosas, sí. Las diminutas —muchas veces “insignificantes— acciones cotidianas se acumulan y multiplican y, para bien o para mal, terminan generando un impacto enorme.
Lo normal es que seamos capaces de ver esas consecuencias enormes, pero que nos cueste mucho identificar las causas minúsculas; y que nos resulte fácil ver culpas en las acciones de los demás, y nos dé muchísimo trabajo asumir responsabilidad por las nuestras… y por eso, en parte, estamos como estamos.
Por eso lo “normal” es que nos quejemos de la contaminación del mar y la basura en la playa mientras nos tomamos un coctel en un vaso desechable y con pitillo / pajita / popote / sorbete / bombilla. O que nos quejemos del tráfico y la contaminación del aire mientras vamos a la oficina en carro particular. O que tengamos conversaciones indignadas sobre el maltrato a los perros en el festival de Yulin mientras nos comemos una hamburguesa de ternera.
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La contaminación del mar, la basura en la playa, el tráfico, la contaminación del aire y el maltrato a los perros en Yulin son problemas reales y complejos que, como muchísimos otros problemas sociales y ambientales, existen por el poder acumulativo de las cosas pequeñas.
Esos problemas no fueron generados por un grupo de personas malvadas que están sentadas en una oficina, frotándose las manos mientras planean nuevas maneras de destruir el mundo, sino por una suma/multiplicación de factores que suelen pasar desapercibidos: leyes y cosas gubernamentales, intereses económicos de unas pocas personas, procesos industriales, procesos naturales, y también por acciones cotidianas, “insignificantes”, de la gente común y corriente, como tú y como yo.
Pero resulta que, como lo dije más arriba, nos cuesta mucho trabajo ver y valorar las cosas pequeñas, así que lo “normal” es que ignoremos el impacto de nuestras pequeñas acciones cotidianas, y que ni siquiera nos demos cuenta cómo se van tejiendo por aquí con las leyes, por allá con los procesos industriales, por otro lado con los intereses comerciales de unos pocos, por arriba con las costumbres y los hábitos, por debajo con las excusas y las justificaciones… hasta generar problemas monstruosos, que no entendemos de dónde salieron, y que esperamos que alguien más resuelva porque “son muy grandes para nosotros”.
Esa dificultad para notar lo pequeño, o más bien esa fijación con las cosas grandes, es algo que se ve incluso en la literatura y el cine: el gran villano, el gran héroe, el gran acto salvador, el gran gesto romántico… pocas historias (o por lo menos pocas que se conviertan en éxitos de taquilla y best-sellers) se enfocan en mostrar la vida desde la perspectiva de la minúscula cotidianidad.
En las películas nos encantan los héroes y villanos, los grandes gestos y las tareas titánicas, pero en la vida cotidiana, normalmente, nos asustan hasta los desafíos tamaño estándar. Preferimos lo fácil, lo cómodo, lo pequeño. Lo “tan sencillo que ni requiere esfuerzo”, y lo “tan rápido que ni tienes que parar a pensar”. Y ahí tenemos otro gran problema cuando de crisis ambientales / sociales / mundiales se trata, porque son esas cosas (las “tan sencillas que no requieren esfuerzo” y las “tan rápido que ni tienes que parar a pensar”) las que nos tienen como estamos: en un planeta híper-explotado, sub-valorado y al borde del colapso ecosistémico.
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Los problemas del mundo no han sido generados por un megavillano y tampoco serán resueltos por un superhéroe… porque ninguna de las dos cosas existe. Lo que existe es un montón de gente (énfasis en “montón”, porque además cada vez somos más) que parece que no le da importancia a las cosas pequeñas, y que se asusta fácil con los desafíos grandes.
Pero no todos somos así, por lo menos no todo el tiempo. Sé de primera mano que hay mucha gente por ahí que va nadando contra la corriente, cuestionándolo todo, construyendo proyectos responsables y bonitos, a veces a pesar de la indiferencia (o del rechazo) de sus familias y amigos. No son superhéroes, son personas comunes y corrientes que ya se dieron cuenta de que no hay grandes villanos ni grandes salvadores, y que es necesario comprometerse con las cosas pequeñas de todos los días para llegar a vivir de manera más equilibrada con el planeta.
Para mí, esa es gente valiente, y es ahí exactamente donde veo una conexión profunda con lo que quiero promover a través de este blog, que es el valor de las cosas pequeñas. Usualmente asociamos la valentía con los grandes desafíos, con las tareas titánicas, con los héroes que vencen a los villanos. Pero hay otra valentía —me atrevo a decir que es mucho más valiosa— que consiste en ver lo minúsculo, en comprometerse con los esfuerzos cotidianos, versus un único gran acto salvador, que realmente no llega nunca.
Se requiere mucha valentía para llevar una vida en la que se valoren —realmente— las cosas pequeñas: hay que asumir el papel de persona incómoda, hay que tener, a veces, conversaciones tensas con la gente que nos rodea, hay que salirse de la zona de confort todo el tiempo, hay que aprender, experimentar, fracasar.
Hay que mirar para adentro y cuestionar lo que dábamos por hecho toda la vida, hay que cambiar de opinión frente a los nuevos aprendizajes, y, en el proceso, herir nuestro ego. Hay que hacer todas las cosas que no nos gusta hacer, porque lo deseable es no incomodar nunca a nadie, y mucho menos a nosotros mismos.
La mayoría de discursos en torno a la vida sostenible le apuntan a nuestro “yo” más cómodo, tal vez por miedo a asustar a la gente con lo que la sostenibilidad realmente implica. Se dicen cosas como “cambia el mundo con este simple gesto” y “salva el planeta con estas acciones fáciles y divertidas”.
Y resulta que no, que no es fácil, y no necesariamente es divertido. Preocuparse por el planeta y por los seres que lo habitan suele ser una tarea que rompe el corazón un día y lo enmienda al día siguiente, para volver a romperlo otra vez un día después. Lo fácil, lo divertido, lo significativo y lo satisfactorio se encuentran en el camino, pero por lo general solo cuando hemos empezado a entrar en otra zona de confort diferente a la que teníamos antes, cuando nos hemos acostumbrado a nuestros nuevos hábitos, y ya no nos “tallan”.
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La sostenibilidad es para gente valiente. Hay que ser valiente para detenerse a mirar lo que la mayoría de la gente pasa por alto. Hay que ser valiente para ser sensible, abrirle el corazón a otros seres vivos, y ampliar el círculo de empatía más allá de nuestra familia, nuestros amigos y nuestros perros y gatos.
Hay que ser valiente para hacer cosas que a veces se sienten insignificantes, mientras las personas que nos rodean nos dicen que lo que hacemos no sirve para nada… y hay que ser realmente valiente para seguir creyendo que vale la pena hacerlas, aunque sepamos que la diferencia que hacemos es mínima. ¿Como no va a requerir una enorme valentía esa tarea? Es mirar al fracaso a los ojos, y decirle: te veo, y es posible que no sea capaz de vencerte, pero no me importa.
Me gusta pensar que soy una persona valiente, por lo menos cuando se trata de aprender a vivir de manera más sostenible (para otras cosas soy la más cobarde de las cobardes). Me hace feliz darme cuenta de que estoy rodeada de otras personas valientes, que están inventándose todos los días nuevas maneras de dejar una huella bonita con sus proyectos. Se me desborda el corazón cada vez que recibo un mensaje de alguien que lee este blog, y que me cuenta que está aplicando cambios en su vida cotidiana para vivir de manera más equilibrada con el planeta. Sé que no somos pocos.
La sostenibilidad requiere valentía. No basta con cambiar una marca por la otra, o hacer cosas “tan sencillas que ni requieres esfuerzo”… construir una sociedad sostenible no es tan fácil. Si fuera TAN fácil ya estaría hecho, y no sería necesario que siguiéramos hablando de esto.
Puede que sea mala estrategia decir esto abiertamente, que lo mejor sea decir “mira, te propongo esta fórmula fácil e indolora, no te enterarás de que la has tomado y tu vida seguirá como si nada”… pero es que sería mentira. Nuestra vida no sigue como si nada cuando empezamos a valorar las cosas pequeñas: se vuelve más difícil, pero también más valiosa. Más desafiante, pero también más satisfactoria. A veces más incómoda, para qué vamos a negarlo, pero también más significativa. Las cosas que valen la pena y la alegría —como el futuro de la vida en el planeta, nada mas y nada menos— requieren esfuerzo y valentía.