Voy a empezar por contar algo sobre la foto que acompaña a esta publicación. Esas montañas son parte de la Cordillera de los Andes (la cadena montañosa más larga del planeta), más precisamente en la zona del cruce fronterizo “Los Libertadores”, entre Argentina y Chile.
Esa foto la tomé desde el segundo piso de un bus en el que ya llevaba más de 20 horas, viajando desde Buenos Aires hasta Santiago el 30 de agosto de 2008, hace exactamente diez años. Es una foto muy representativa de ese momento de mi vida: la carretera, el cruce de fronteras, el hecho de no estar ni en un país ni en el otro; todo lo que necesitaba estaba metido en una mochila. A esas alturas yo ya llevaba más de seis meses de viaje, no sabía dónde quería quedarme a vivir o si quería devolverme a Colombia, pero sí sabía que poco a poco se me agotaba la energía viajera y mi cuerpo y mi mente me pedían algo de —subestimada y necesaria— rutina.
Cada año tiene sus cosas importantes en nuestro crecimiento y en el desarrollo de nuestra vida… pero hay años que resultan más potentes que otros, o que al menos a través del filtro de la mirada retrospectiva parecen haber sido más importantes que el resto. Eso siento yo con respecto a 2008: ese año me independicé (dejé de vivir en casa de mi mamá), hice el primer viaje mochilero de mi vida, viajé sola por primera vez y —después de volver a Colombia por un mes para sentir que cerraba oficialmente la etapa de viaje— terminé por instalarme indefinidamente en el país que se me había robado el corazón: Chile.
Ese año me enfrenté a culturas distintas, hábitos, acentos, idiomas, climas, paisajes diferentes. Visité lugares de Suramérica que ni siquiera había oído nombrar antes del viaje, y —aunque suene cursi— en medio del viaje a esos lugares descubrí también cosas de mí misma que ni siquiera imaginaba que podían existir. Crecí mucho, aprendí mucho. Fue bonito. Fue difícil también.
En ese momento, obviamente, no sabía que iba a pasar después; si alguien me hubiera preguntado cómo imaginaba mi vida en diez años seguramente hubiera descrito algo muy distinto a mi vida actual. Sí, muy posiblemente imaginaba que tendría muchas plantas y al menos un gato, pero más allá de eso creo que mi imagen de la vida futura tendría poco que ver con ésta, la que efectivamente resultó ser. Por ejemplo, creo que si alguien hubiera viajado del futuro a contarle a Mariana de 2008 que ese blog que había empezado —y abandonado— se iba a convertir en el eje de su vida laboral, Mariana de 2008 hubiera reído, mucho.
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Cuando imaginamos el futuro nos cuesta dimensionar la cantidad de cosas que van a pasar, que nos van a “sacar de la ruta” y nos van a llevar por caminos que ni siquiera sabíamos que podrían estar ahí. Cuando miramos el pasado, en cambio, podemos ver cómo una cosa llevó a la otra, cómo una decisión afectó un aspecto de nuestras vidas de manera irreversible, cómo haber estado en X lugar en Y momento nos “trajo” a donde estamos.
En este ejercicio de mirar hacia atrás —específicamente a la última década de mi vida— me he dado cuenta de cuánto sentido tiene todo, incluso cuando parece que no lo tiene. Y me ha gustado ver cuántas cosas han cambiado, sobre todo esas cosas que en 2008 sentía que nunca iban a cambiar. Me ha servido también como recordatorio de eso tan obvio pero que constantemente se nos escapa: que el cambio (para bien o para mal) no solo es posible… es inevitable.
Y aunque esa idea puede sonar aterradora, también me parece profundamente esperanzadora. Es un recordatorio de que incluso cuando estamos hasta el cuello sintiendo que todo está mal, que nos estancamos en un pantano donde parece que nada tiene sentido, que todo está podrido y nunca saldremos de ahí, la vida seguirá su camino y luego, mirando hacia atrás, todo —o al menos algo— tendrá sentido; será más fácil entender cómo ese momento difícil encajaba en toda la historia, y cómo terminó siendo esencial para construir otras cuantas cosas más.
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Como parte de mi ejercicio personal de entender mejor esta última década de mi vida, quiero compartir aquí algunas de las cosas que recuerdo de hace diez años y cómo contrastan con el presente, que es como es también gracias a esos cambios que no imaginaba pero —muy a pesar de mi falta de imaginación— igual pasaron.
Algunas cosas importantes de mi vida y mi percepción del mundo que han cambiado radicalmente entre 2008 y 2018:
- Hace diez años todavía comía carne, y la idea de ser vegana no se me cruzaba por la cabeza. Estaba convencida de que una comida sin carne no era una buena comida.
- Hace diez años no me consideraba feminista. La palabra “feminismo” me parecía horrible, y no entendía la relación que tenía con muchas de las cosas que sentía y pensaba. Dicho de otra manera: quería ser feminista pero no tenía ni idea.
- Hace diez años pensaba que las mujeres eran aburridas, y que solo era interesante tener amigos hombres. Cuánta mierda machista tenía en la cabeza.
- Hace diez años sentía que era una persona comprometida con el cuidado del medio ambiente, pero lo que hacía para reducir mi huella ambiental era tan ínfimo (al menos comparado con lo que ahora hago y sé que se puede hacer), que ahora me parece que no hacía nada.
- Hace diez años no me había hecho ni una sola pregunta en torno a la producción de la ropa, o de la mayoría de productos que consumía. Ni siquiera miraba las etiquetas.
- Hace diez años ya había creado este blog, y ya lo había abandonado por primera vez, después de haber hecho solo tres publicaciones. Sentía que lo que estaba compartiendo ahí era una tontería que ya todo el mundo sabía, y que no tenía sentido hacerlo más.
- Hace diez años no sabía casi nada de la historia de Colombia ni de Latinoamérica (ahora no es que sepa muchísimo, pero sí bastante más que en ese entonces).
- Hace diez años pensaba que poner la basura en la basurera era un acto de responsabilidad ambiental. Ni siquiera se me había ocurrido que la basura no debería existir en primer lugar, y que esconderla no solo no solucionaba ningún problema, sino que lo empeoraba todo.
- Hace diez años pensaba que el activismo consistía en ir a marchas con pancartas, y que no servía para nada.
- Hace diez años no sabía cocinar. De verdad. Qué vergüenza.
Obvio, son muchas otras cosas las que han cambiado en este tiempo; algunas menos trascendentales que otras, pero todas esenciales para que hoy sea como soy. Me parece bonito pensar en cuántas cosas hice sin saber que iban a ser importantes para mi “yo del futuro”, y también me gusta preguntarme cuáles de las cosas que estoy haciendo/sintiendo ahora recordaré en diez años como asuntos esenciales de mi proceso personal, y cuáles se me olvidarán, porque —a pesar del nivel de dramatismo con el que pueda estar sintiéndolas— terminarán por parecer insignificantes cuando las mire en retrospectiva.
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El psicólogo Dan Gilbert tiene una charla de TED en la que explora “la psicología de nuestro yo futuro”, y dice que la mayoría de nosotras/os recuerda cómo éramos hace diez años, pero a la mayoría de nosotras/os nos cuesta imaginar cómo seremos en diez años más. Creo que eso no solo aplica para nuestra realidad personal, sino también para la realidad global: es fácil mirar atrás y ver en qué cosas ha evolucionado nuestra sociedad y en qué cosas ha cambiado el mundo. Es más difícil imaginar, mirando hacia adelante, qué puede pasar, o —para quienes estamos interesadas/os en el futuro de la vida en el planeta— cómo podemos salir de este hoyo en el que nos hemos venido metiendo de a poquito en el último siglo.
Pero que no podamos imaginar una salida (a nuestros dramas personales o a nuestras crisis globales) no significa que la salida no existe; significa que nuestra imaginación es limitada, y que el cambio es un proceso tan potente y tan complejo que es imposible de predecir.
Como decía Kierkegaard, vivimos la vida hacia adelante, pero la entendemos hacia atrás. Por eso me gusta hacer el ejercicio de observar el pasado cuando tengo la sensación de que las cosas no cambian, o cuando siento que nada de lo que está pasando tiene sentido. Y encuentro mucha satisfacción cuando empiezo a ver la línea que conecta los puntos, y a entender cómo cada cosa —incluso las que parecían insignificantes— tiene su sitio en el dibujo que va haciendo mi vida, y cómo mi vida está inevitablemente pegada a un dibujo más grande, que se cruza con los puntos de otras personas, de otros animales, de otros seres vivos.
En fin. Creo que mirar hacia atrás puede ser muy revelador. Si lo hacemos con la mente abierta es un ejercicio de humildad también, porque es una evidencia de todas las veces que hemos cambiado de opinión, y por lo tanto de todas las veces que hemos estado abiertas/os a aceptar eso que normalmente nos duele tanto aceptar: que nuestra visión de un determinado tema (o de nosotras/os mismas/os) es limitada, o que hemos estado equivocadas/os.
Para cerrar, dejo una frase que suelta Dan Gilbert en esa charla de TED, y que me gusta mucho:
“Los humanos somos obras en proceso, y por error pensamos que estamos concluídos”.
— Dan Gilbert.
Te invito a que pienses en los últimos diez años de tu vida. ¿Qué cosas han cambiado radicalmente? ¿Cuáles se han mantenido, aunque pensaste que cambiarían? ¿De qué se sorprendería más tu “yo del pasado” si pudiera ver tu vida aquí, ahora? ¿Te animarías a escribir tu propia lista de “hace diez años”?
Y, si te animas, te invito también a que me cuentes qué te parece esta idea de mirar hacia atrás para conectar los puntos, aquí abajo en los comentarios :-)