En los últimos días me he “cruzado” varias veces con un enlace a un video de PETA que muestra cómo maltratan y asesinan a unos perros en China para la industria de las pieles y el cuero. No he visto el video… y no lo voy a ver, por el mismo motivo que no veo ningún video que muestre de manera explícita los actos de violencia que los humanos cometemos contra los animales: yo ya sé lo que pasa ahí.
Yo ya no consumo ningún producto de origen animal, evito todas las marcas que hacen pruebas en animales, no compro pieles, cuero, seda o lana y no asisto a ningún espectáculo en el que el abuso hacia un animal sea considerado entretenimiento. Ya he tomado las medidas necesarias para alejar mi vida —tanto como me es posible— de actos que promuevan el maltrato a los animales; las imágenes de ese tipo de videos ya no me pueden hacer “más” vegana, sólo van a lograr que me llene de dolor y de hastío hacia la humanidad.
El hecho de que existan videos como esos me pone en conflicto de mil maneras diferentes, pero lo que más me hace nudos en la cabeza es el hecho de que normalmente nos indignamos con la persona que lo comparte o con las personas que aparecen en él, pero no con nosotros mismos por formar parte de la cadena de consumo que permite que esas cosas pasen. Yo he estado ahí, yo he sido esa persona que se indigna con el lado equivocado del asunto. Sé que no es lo que pasa siempre, y sé que a muchas personas ese tipo de videos las han llevado a cambiar la manera en la que ven a los animales (y eventualmente a cambiar sus hábitos, llevándolos a evitar el uso de productos de origen animal), pero tengo la sensación de que a una gran mayoría ese tipo de imágenes les genera un bloqueo, los empiezan a ver, se niegan a seguir, buscan nuevas justificaciones para seguir haciendo lo que hacen y siguen adelante con sus vidas como si no hubieran visto nada que les molestara.
Volviendo al video de los perros en China… alguna vez vi que lo publicaron en la página de Facebook de la Revista Semana, y empecé a leer los comentarios (algo que suelo evitar, teniendo en cuenta que muchos de los comentarios que se hacen en esos medios están cargados de odio y terminan por agotar emocionalmente al que sea). Lo que encontré me pareció triste pero debo decir que no me sorprendió: una cantidad alarmante de comentarios atacando a los chinos, refiriéndose a ellos como “la peor cara de la raza humana” y sugiriendo que es necesario “detonarles una bomba de hidrógeno”.
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No quiero hablar sobre las personas que aparecen en el video (no lo he visto, no sé qué hacen y no sé por qué lo están haciendo), pero sé que es injusto juzgar y condenar a un país que tiene más de 1.300 millones de habitantes por las acciones de unos cuantos. Es fácil hacerlo, puede servir para desahogar la rabia que genera el video (¿supongo?), pero no tiene ningún sentido.
Por un lado, China, como cualquier país en el mundo, tiene gente ignorante y violenta pero también tiene gente sensible que se preocupa por el bienestar de otros seres vivos. Por otro lado, todos los países del mundo tienen prácticas violentas contra los animales, y que —en este caso— los colombianos digamos que los chinos merecen morir porque matan perros por su carne y su piel cuando nosotros vivimos en un país que le hace lo mismo a las vacas (y a un montón de especies silvestres), donde se apuñalan cerdos en la calle como parte de la tradición navideña, donde los cerdos se exhiben muertos, tostados y rellenos de arroz a la vista de todo el mundo, donde se mata lentamente a un toro para el entretenimiento de unos cuantos y donde tenemos unos de los peores índices de protección de vida silvestre, es, cuando menos, ligeramente incoherente (vale la pena aclarar que pienso que la coherencia es un concepto tramposo, pero de eso hablaré en otro momento).
Hace algún tiempo tuve una conversación con un compañero de trabajo en la que pasó algo similar. No recuerdo de qué estábamos hablando, pero en algún momento la conversación nos llevó a la masacre de delfines en Taiji, Japón. Él hablaba indignado, afirmando que los japoneses, debido a lo que le hacen a los delfines, se merecen lo que les pasó con el terremoto y el tsunami de Fukushima en 2011.
Yo le pregunté cuántos tsunamis nos merecemos nosotros por lo que le hacemos todos los días del año a millones de vacas; él, claramente, se sintió incómodo con la pregunta, se quedó pensando y finalmente me respondió que es diferente, porque los delfines son animales majestuosos. (Ahora que lo pienso, también debí preguntarle por qué se supone que la gente de Fukushima merece sufrimiento por lo que hace la gente de Taiji, que está a más de 500 Km. de distancia).
Pues yo pienso que las vacas son majestuosas también. Y los cerdos, y las gallinas, y los peces, las palomas, los ratones, las moscas y las cucarachas. Todos son maravillosos, todos están vivos, ninguno quiere morir y cualquier diferencia que veamos está única y exclusivamente en los sesgos culturales que tenemos en la cabeza y en las justificaciones que encontremos para lo que nos resulte más cómodo.
Por supuesto es más cómodo cuestionar lo que hacen los chinos o los japoneses que lo que hacemos nosotros: ellos están allá, lejos. Podemos gritarles barbaridades y decir de qué manera se merecen morir y ellos no nos van a oír. Si nos cuestionamos a nosotros mismos la cosa cambia: es aquí, susurradito en el oído, conversado con uno mismo: ¿por qué critico que maten a un perro por su carne mientras me como una hamburguesa de ternera? Es una pregunta demasiado incómoda; no muchas personas están dispuestas a hacerla.
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En fin… no escribo esto para convencerte de que te dejes de comer esa hamburguesa (eso lo he escrito en otro momento), sino para llamar la atención sobre las injusticias que cometemos juzgando a personas del otro lado del mundo, mientras las mismas atrocidades se llevan a cabo en nuestra propia casa.
Wayne Hsiung, un activista por los derechos de los animales, escribió un artículo donde cuestiona la efectividad del mencionado video y de la campaña desarrollada por PETA y en el que explica con detalle los peligros de juzgar a larga distancia y de convertir la indignación en racismo. En el texto, Wayne dice:
“He caminado en lugares de violencia durante casi 10 años, y puedo decir que el abuso a los animales está en todas partes, y es fácil de encontrar. No tenemos que cruzar un océano gigantesco para ver humanos haciendo cosas horribles a los animales. Podemos quitarnos la rama que tenemos en el ojo antes de preocuparnos por la pajita en el ojo del prójimo. Pero para poder hacerlo, tenemos que poner manos a la obra”.
Los chinos no son “lo peor de la raza humana”, los japoneses no se “merecen” lo que les pasó en Fukushima. Los humanos, TODOS, vivimos en sociedades que permiten terribles actos de violencia hacia los animales, y de una u otra manera financiamos y promovemos esa violencia.
Todos los humanos somos complejos y somos capaces de mostrar lo mejor y lo peor de la humanidad… lo que tenemos que hacer es decidir cuál de las caras queremos ser, a cuál de las dos le vamos a poner nuestro peso y nuestra fuerza. Y esa decisión se toma todos los días, con cada pequeña cosa que hacemos.