Lo que debes saber sobre los productos sostenibles

Lo que debes saber sobre los productos sostenibles

Ya estamos a mitad de noviembre, lo que significa que ya hay millones de comercios alrededor del mundo vistiéndose de navidad, y lanzando mensajes publicitarios a diestra y siniestra para aprovechar la temporada de consumo más desaforada de todo el año.

De esta carrera de consumo desenfrenado no nos salvamos ni siquiera quienes le apostamos a estilos de vida más sostenibles. Incluso las marcas más responsables necesitan vender para que sus negocios sigan funcionando, e incluso los consumidores más conscientes necesitan comprar algunas cosas en esta época, aunque sea lo básico para sobrevivir.

El problema no es que exista el intercambio comercial, ni que en las tradiciones navideñas los regalos sean parte central de la celebración. Vender y comprar son acciones que podrían ser perfectamente “amigables” con el medio ambiente si se hicieran de manera mesurada y sensata, y dar regalos no tendría por qué ser una amenaza para el equilibrio de la Tierra. El problema, realmente, es esta civilización y su tendencia a sacar todo de proporciones, a querer comprar (o vender) como si los recursos del planeta no tuvieran límites, y a convertir el acto —que puede ser tan bonito— de dar regalos, en una actividad prácticamente obligatoria, que termina siendo más una medida del ego o una competencia de “quién da más”, que una verdadera manifestación de afecto.

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Sabiendo que en esta época seguramente ya estás empezando a recibir bombas de marketing navideño por todas partes, y que muchas de esas bombas estarán cargadas de mensajes que te prometen una navidad más consciente gracias a los “productos sostenibles”, hoy quiero contarte un asunto importante sobre esos productos, para ayudarte a estar preparada/o para lo que se viene, y así evitar que tropieces en trampas publicitarias y termines por caer en el hoyo del consumismo frenético que —como persona interesada en el consumo responsable— seguramente estás tratando de evitar.

Vamos directo al grano. Lo que debes saber sobre los productos sostenibles es que no existen. Lo siento. Sé que parece contraproducente que diga semejante cosa en un blog que está enfocado a promover estilos de vida más equilibrados con el planeta, pero voy a explicarlo en tres puntos, y vas a ver que esa —aparentemente atrevida— afirmación sí tiene sentido:

1. La sostenibilidad es un asunto complejo

No es algo que se alcanza comprando frascos de vidrio, ni reemplazando plástico por papel, ni es algo que se logre cambiando una marca de productos por otra. No es un ideal estático, sino uno dinámico, que consiste en buscar el funcionamiento equilibrado de las sociedades humanas en su entorno, de manera que nuestras construcciones, desarrollos tecnológicos, prácticas y objetos no interfieran con la capacidad que tiene el planeta de generar y mantener la vida. Así que definitivamente no es algo que depende sólo de los materiales, o la fabricación, o la distribución de los productos que compramos. 

Un producto no puede ser sostenible por sí mismo, por más “eco-amigables” que sean sus materiales, por más comercio justo que sea su producción, por más responsable que sea su distribución, sencillamente porque lo que define el impacto ambiental del producto no es sólo su existencia material, sino también —y tal vez aún más importante— los asuntos intangibles que se relacionan con su existencia, por ejemplo el uso que le damos y el impacto que genera al final de su ciclo de vida, cuando se desecha. Es decir, cuando hablamos de cosas relacionadas con el consumo humano, el problema (y por lo tanto la solución) no está solamente en el producto, sino también nuestro comportamiento en torno a ese producto.

Eso sí, hay productos que tienen procesos más responsables y que pueden facilitarnos la tarea de hacer un uso más consciente; es decir, pueden ser “preferibles ambientalmente”. Esto me lleva al siguiente punto:

2. Un producto puede ser “preferible ambientalmente”, pero esa es sólo una parte de la historia

La otra parte de la historia la escribimos quienes usamos dicho producto. Veamos un ejemplo puntual: las bolsas que se usan para llevar las compras.

Vale la pena revisar dos caras diferentes del asunto, y empezaremos con la infame bolsa desechable de plástico. Esas bolsas están fabricadas con derivados del petróleo (recursos no renovables), diseñadas para tener un único uso y, por las características del material que las compone, después de ser desechadas se quedan contaminando el planeta y poniendo en peligro a miles de animales durante —literalmente— siglos.

Por otro lado, tenemos las bolsas reutilizables. Pensemos en una que podría verse como “sostenible”: fabricada con algodón de producción orgánica (recurso renovable), confeccionada por personas que han recibido un salario justo, producida de manera local (evitando largos recorridos de transporte), sin tinturas y sin estampados. Dicha bolsa puede tener una vida útil súper larga, y cuando se desecha terminará, tarde o temprano, reintegrándose al suelo sin problema por tratarse de una fibra de origen vegetal sin tratamientos adicionales.

La intuición nos dice que el primer producto, la bolsa de plástico, es un producto altamente contaminante y que la segunda, la de tela, es un producto sostenible. Pero el asunto no es tan sencillo. Una bolsa de plástico grueso puede tener una vida útil súper larga, y puede ser usada como una bolsa reutilizable. De hecho, puede servir, en casos específicos, para resolver asuntos funcionales que una bolsa de tela no resuelve de manera tan eficiente, como por ejemplo transportar alimentos húmedos. La bolsa de tela, por su parte, podría ser utilizada como si fuera casi desechable; es decir, alguien podría decidir comprar bolsas de tela con tanta frecuencia, que el impacto ambiental acumulativo generado por su producción terminaría siendo peor que el que generan las bolsas de plástico.

Sé que suena contraintuitivo, pero la producción de una bolsa de tela tiene un impacto ambiental mucho mayor que la producción de una bolsa de plástico. El asunto es que una bolsa de tela puede compensar ese impacto ambiental por su uso a largo plazo, porque sirve para evitar el uso de cientos (o hasta miles) de bolsas desechables. Sin embargo, si las bolsas de tela —que se podrían vender como “productos sostenibles”— son usadas de manera poco consciente, terminan siendo tanto o más dañinas para el medio ambiente como las bolsas desechables de plástico. Es decir, como ya lo escribí más arriba, el problema (y por lo tanto la solución) realmente somos nosotros.

Y eso nos lleva al siguiente punto:

3. Lo que más debe preocuparnos no es que haya “productos sostenibles”, sino que nosotras/os desarrollemos patrones de consumo sostenibles

A mí me encanta que cada vez haya más alternativas, y que cada vez sea más fácil encontrar marcas que hacen producción local, que están apostándole a otro tipo de comercio, que son transparentes con respecto a los ingredientes o materiales que usan, etc. Los productos sostenibles no existen, pero sí existen miles de iniciativas alrededor del mundo que están apostándole a otro modelo de consumo, y a otra manera de producir y vender. Sin embargo, si esos esfuerzos no vienen de la mano con una manera diferente de consumir de nuestra parte, no nos ganamos nada.

Nuestros patrones de consumo son parte esencial del problema, y hasta el producto más “amigable” con el medio ambiente puede terminar siendo súper contaminante y destructivo si se consume, se usa y se desecha de manera inconsciente e irresponsable. No podemos sentarnos a esperar que los productos “sostenibles” vengan al rescate del planeta, si nosotras/os no estamos dispuestas/os a mover un dedo para aprender a consumir de otra manera; no tiene sentido. Nada nos ganamos con tener un pasillo de supermercado lleno de productos “preferibles ambientalmente”, si las personas que los consumimos lo hacemos de manera indiscriminada y desproporcionada. 

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Cada vez hay más interés por la sostenibilidad, y en épocas de consumo enloquecido como esta que ya se nos viene encima, el hecho de que haya gente que quiere conseguir productos “sostenibles” es una buena noticia.

A mí lo que me preocupa —y la razón por la que comparto esta publicación de hoy— es que ese interés se quede en la superficie. Si se queda en la superficie, deja de ser buena noticia.

Lamentablemente, muchas personas han caído en la trampa de creer que ser un consumidor responsable consiste en cambiar las chucherías de plástico por chucherías de madera, y que está bien seguir comprando cosas sin parar, siempre y cuando esas cosas sean “eco”, cruelty free y Fair Trade. Y no. Es una trampa. El consumismo sigue siendo consumismo por más que lo disfraces de verde, y de responsable no tiene nada.

La pregunta, como lo planteo más arriba, debería centrarse más en nuestro comportamiento y nuestra manera de consumir, que en cuántos sellos “verdes” tiene el producto en cuestión. No podemos sentarnos a esperar a que nuestras sociedades y culturas tengan un cambio radical y que todo sea sostenible, sin que nosotros nos planteemos y llevemos a cabo un cambio profundo y personal hacia comportamientos más sostenibles. El problema (y por lo tanto la solución) está también en nuestras manos.