Hace tiempo estaba buscando información sobre los ciclos hormonales femeninos y me encontré con una cantidad de cosas interesantes / impactantes / inquietantes; lo más inquietante fue darme cuenta de que había pasado tantos años de mi vida sin entender muchos aspectos de algo que es parte de mi cuerpo.
En esa búsqueda, encontré alguna página web que hablaba de la relación entre los ciclos hormonales y la luz natural (como la luz del día y la luz de la luna), y también sobre la relación entre la luz artificial y los desequilibrios hormonales, los ciclos irregulares e incluso los problemas de fertilidad. Eso me puso a pensar en algo que ya había pensado antes: muchos animales se despiertan temprano, con la salida del sol, y desarrollan sus actividades durante el día. Cuando empieza a oscurecer, por ejemplo, las gallinas se van a dormir y los pájaros regresan a los árboles a buscar refugio para descansar. Claro, hay muchos animales nocturnos o con ciclos que combinan actividad en el día y en la noche (como los gatos), pero igual eso me hace pensar qué tanto ha cambiado nuestra rutina adaptándose a través de los siglos según el clima, la cantidad de luz disponible (natural o artificial), los horarios de trabajo, las dinámicas sociales, etc.
Particularmente para las personas que vivimos en las ciudades pensar en una noche sin luz artificial es casi imposible. Las calles están iluminadas (si no lo estuvieran lo más seguro es que nos daría miedo salir a la calle), las casas están iluminadas, incluso muchos aparatos que utilizamos emiten luz (celulares, computadores, televisores). Estamos constantemente consumiendo energía eléctrica y dándole señales a nuestro cuerpo de que debe estar despierto.
Entonces se me ocurrió hacer un experimento. Me propuse (y se lo propuse a mi novio, que iba a ser afectado directamente) tener una noche sin luz artificial cada semana: dejar que la noche “llegara” naturalmente, apagar los computadores a las 6pm y quedarnos a oscuras —tanto como lo permite la ciudad, pues igual por la ventana entra la luz que viene de afuera— hasta el otro día. A él, que le gustan todos esos experimentos, le gustó la idea y desde entonces hemos estado teniendo noches sin luz con cierta regularidad. (Vale la pena aclarar que vivo en Medellín, ciudad tropical en la que no hay horarios de invierno y verano, y siempre amanece y anochece más o menos a la misma hora; este experimento debe ajustarse en caso de que se haga en lugares no-tropicales).
Aquí te cuento 3 razones por las cuales me gusta la noche sin luz, y por las que pienso que todo el mundo debería tener una:
1. El cuerpo y la mente reciben un merecido descanso.
En un día “normal” en mi casa —como en la mayoría— hay luz artificial hasta el último momento antes de acostarme. Suelo usar sólo las luces que necesito, así que por lo general tengo sólo una luz prendida (la del lugar del apartamento en el que esté), pero esa es más que suficiente para que mi cuerpo reciba el mensaje de que debe estar activo y que todavía no es hora de descansar. A veces incluso tengo el computador prendido hasta tarde, revisando correos, adelantando trabajo… con la cabeza ocupada en varias cosas al mismo tiempo a pesar de que el día ya se acaba y que a esas alturas necesito descanso.
En las noches sin luz apago el computador a las 6. Mi novio (el otro beneficiario del experimento) y yo nos acomodamos en la hamaca que tenemos al frente de la ventana, oímos los pajaritos que se están yendo a dormir (tenemos la fortuna de tener una buena vista, llena de árboles) y conversamos. Después de un rato ya empezamos a sentir sueño, el cuerpo se siente más lento, todo se siente más tranquilo. Comemos algo (aquí usamos una vela, hay un poquito de trampa pero es para no quemarnos mientras cocinamos) y después de un rato ya estamos tan somnolientos que lo único lógico que queda por hacer es dormir.
Cuando hay noche sin luz nos dormimos más temprano, es lo que el cuerpo pide, es un merecido descanso; y no sólo eso: dormimos mejor. Al “desconectar” la cabeza de las preocupaciones del día y permitirnos estar en un ritmo diferente, nos preparamos mejor para el sueño y dejamos que el cuerpo y la mente se relajen y entren progresivamente en ese estado de descanso que lleva a un sueño rico y profundo.
2. Es una oportunidad para disfrutar otras cosas.
Cuando hay tantos estímulos externos es muy difícil pensar en nosotras/os mismas/os, o en las personas que tenemos al lado. En el día estamos normalmente ocupadas/os con todo lo que pasa a nuestro alrededor (o lo que pasa al frente, en la pantalla del computador) y aún en la noche estamos pendientes de hacer cosas en la casa, lo que faltó organizar, el correo que faltó enviar, lo que hay que preparar para mañana…
Claro, la luz artificial es muy conveniente porque nos permite seguir las actividades diurnas aún en la noche, pero normalmente hace que nos olvidemos de aprovechar ese rato para disfrutar cosas que no disfrutamos en el día: descansar, pasar tiempo tranquilo con familia, amigues, o disfrutar de un rato de soledad también. Estar sin luz nos obliga a pensar de otra manera, porque limita lo que podemos hacer; estimula la creatividad y nos permite disfrutar de cosas que, si tuviéramos luz, tal vez ni nos daríamos cuenta de que están ahí.
3. La hora del planeta es para amateurs.
No me malinterpretes: estoy a favor de los pequeños gestos, y sé que todo suma cuando se trata de ayudar al planeta… pero la hora del planeta me parece más una cosa de forma que de fondo, especialmente cuando no se combina con ningún otro esfuerzo.
Una hora sin consumir electricidad puede tener impacto, claro, pero realmente no llega a compensar ni de cerca el uso y el abuso de los otros recursos, renovables y no renovables si el único gesto que tenemos con el planeta es ese. Como leí algún día por ahí “la hora del planeta es como pegarle todos los días a la mamá, pero invitarla a comer el día de la madre”.
Por eso también me gusta la noche sin luz, es una de esas cosas que nos beneficia a nosotras/os, beneficia al planeta, al beneficiar al planeta nos vuelve a beneficiar a nosotras/os, al derecho y al revés.
¿Por qué limitarnos a apagar todas las luces durante una hora al año, cuando podemos hacerlo por varias horas a la semana y recibir beneficios instantáneos? Este tipo de hábitos son los que suelen llevarnos a cuestionar más las cosas que hacemos, los ritmos que llevamos… y eso necesariamente se verá reflejado en la manera en que entendemos nuestra relación con el planeta y con nuestro propio cuerpo.
¿Has probado la noche sin luz? Si ya lo hiciste, ¿cómo te fue? ¡Te espero en los comentarios!