Ir a la plaza a comprar frutas y verduras es una de esas cosas que nunca pensé que fuera a disfrutar tanto. Mi gusto por cocinar y probar mezclas nuevas es más bien reciente, y como antes no me interesaba mucho lo que pasaba en la cocina, tampoco me interesaba lo que pasaba antes de la cocina, o de dónde salían las cosas que después estaban en mi plato.
Es curioso que algo tan importante como comer sea tratado de manera tan indiferente por tantas personas. Es una necesidad básica del cuerpo: necesitamos comer todos los días, varias veces al día, para poder tener fuerza y salud para hacer todas las cosas que queremos hacer. Más que comer, necesitamos alimentarnos. Nutrirnos.
Lo que comemos afecta nuestra salud, eso está clarísimo (o debería estarlo, supongo). Lo repiten todos los blogs y revistas de “fitness” y vida sana, aparece en las secciones de salud de los periódicos, hay millones de tableros de Pinterest dedicados a recopilar información sobre salud y alimentación, en fin… ya me sigues el hilo. Pero pocas veces se hace suficiente énfasis en las otras implicaciones que tienen nuestras decisiones alimenticias.
Cuando decidimos lo que comemos y lo que no comemos no sólo afectamos positiva o negativamente nuestra salud; lo que comemos tiene implicaciones ambientales, económicas, sociales y políticas.
Así de simple y así de complicado. Es un tema que tiene mucho de largo y de ancho, y que se ha convertido en una de mis principales preocupaciones al momento de decidir lo que como y lo que no. Ha sido un proceso de aprendizaje, de búsqueda de información de fuentes confiables y de mucho preguntarme a mi misma por qué tengo los hábitos alimenticios que tengo.
Ir a comprar a la plaza tiene muchas ventajas:
- Sé que le estoy comprando más directamente a las personas que cultivan lo que como, y que las ganancias van para ellas/os y no se quedan en los bolsillos de los dueños de los grandes almacenes.
- Tengo un contacto más directo con mis alimentos. La plaza es un lugar lleno de formas y colores que estimulan la vista y que nutren tanto como las vitaminas que contienen los vegetales que allí se consiguen. No importa cuántos dibujitos de colores tenga un empaque de galletas, para mí no le ganan a los colores de la cáscara de un mango… ¡y el olor!
- La plaza no está diseñada para “seducir”, es más sincera. Los productos están puestos en estanterías para que los veamos fácilmente pero no están distribuidos para confundirnos, como pasa en los grandes supermercados.
- Consigo productos a granel, como frijoles, lentejas, maní, semillas. Menos cosas híper-empacadas, más cosas frescas y naturales, ¡como debe ser!
- Tengo más control sobre las cosas que compro, en muchos casos conozco directamente a quienes las cultivan y me pueden contar qué procedimientos tienen, si usan o no plaguicidas y hasta cómo puedo consumir los vegetales que estoy comprando. ¿Cuándo va a recibir uno esa información en un supermercado?
Está claro que no estoy resolviendo todos los problemas del mundo por comprar en la plaza, pero al menos sé que estoy siendo más coherente con mis preocupaciones, y que estoy siendo más consciente del impacto ambiental, social, económico y político de mis decisiones alimenticias. En la plaza en la que compro (Plaza de la América en Medellín, para quienes les pueda ser útil el dato) hay un local de Recab (Red colombiana de agricultura biológica) donde se consiguen vegetales orgánicos y otras cosas también con producción muy limpia, como panela, quinoa, amaranto, miel, mermeladas, etc. Obvio, no todo lo que venden en la plaza es orgánico y local, pero sigue siendo una mejor opción que comprarle a grandes almacenes.
A veces no es fácil tener acceso a una plaza para comprar, pero siempre hay opciones: legumbrerías pequeñas, tiendas locales, etc. Evitar los grandes supermercados siempre va a ser una buena opción.
Es inquietante —por decir lo menos— que nos importe tan poco lo que le damos a nuestro cuerpo, particularmente teniendo en cuenta que no sólo nos afecta a nosotras/os, sino a nuestro entorno local, nacional, global. Esta es una invitación a que nos preguntemos más cosas: ¿Por qué comemos lo que comemos? ¿Nos hace bien? ¿Le hace bien a otras personas, a mi ciudad, región, país? ¿Le hace bien al planeta?
Y tú, ¿compras en la plaza? ¿qué tal te parece?