Hay muchas cosas que se nos olvidan sin importar lo buena que sea nuestra memoria; y también hay un montón de cosas que son obvias —que parecen obvias— pero que se nos escapan en las situaciones en las que más presentes deberíamos tenerlas. Así somos, somos animales raros.
Yo quiero hablar de dos cosas en particular que pienso que a uno se le olvidan con mucha frecuencia, y que creo que es importante recordarlas. Para hablarles de esas dos cosas, voy a empezar por contarles algo que pasó en los edificios en los que vivo.
Resulta que es navidad, así que mucha gente hace pesebres y árboles, y pone luces y adornos, y cantan novenas. En el conjunto de edificios en el que vivo hicieron un pesebre grande, en torno al cual se reúnen muchas personas a celebrar las novenas (sobre todo muchos niños), tiene ovejas, aserrín y hasta un lago. Es un pesebre impresionante, pero a uno de los habitantes de otro edificio se le ocurrió “adornar” el pesebre con peces vivos. Hicieron un huequito en el suelo (ese es el lago), le pusieron plástico y ahí están, nadando angustiados en un espacio de 30x30cm con cero visibilidad y donde es poco probable que alguien se esté preocupando por darles comida. Además, según me han contado, ya se han muerto algunos pero cada vez los reemplazan con peces “nuevos”.
Esto para mí está mal por todos lados. Para empezar, un pez no debería estar encerrado. Ya está suficientemente mal que alguien decida privarlos de los miles de kilómetros en los que se pueden mover a su antojo cuando son libres metiéndolos en una pecera… pero tenerlos en un agujero diminuto cubierto con plástico en el suelo ya es el colmo. Bien podría cumplirse la misma función con peces de plástico, al fin y al cabo a nadie se le cruzaría por la cabeza obligar a 6 personas (incluyendo a un bebé) a que se pararan 24/7 en el pesebre durante todo diciembre para que se vea más entretenido.
Por otro lado, los animales no son adornos. Yo sé que hay muchísima gente a la que le cuesta horrores entender esta noción tan básica, pero los animales están en el planeta para sus propios fines, no para adaptarse a los nuestros.
Por último (aunque podría seguir con la lista, pero decidí centrarme en lo más evidente), es un pésimo ejemplo para los niños que se sientan en torno al pesebre a celebrar la novena, y que crecerán con la idea de que está bien usar a los animales de esa manera, poniendo por encima los intereses “estéticos” de unos cuantos humanos mal informados y reduciendo la vida de unos animales maravillosos a una cuestión ornamental.
Decidí hablar con la administradora… no me hizo mucho caso, entonces escribí una carta al consejo de administración, donde expreso mi inconformidad con esa decisión y solicito que la persona responsable se encargue de retirar a los peces (sin matarlos ni botarlos; lamentablemente este tipo de cosas hay que especificarlas por más absurdo que parezca), y que si ninguna persona se hace responsable se comuniquen conmigo, y yo ya veré qué puedo hacer. También me comuniqué con una persona de la Alcaldía que trabaja con el programa de bienestar animal, y me pidió los datos para hacerle seguimiento al asunto.
Así que esa es la historia. Y las cosas que recordé gracias a esa historia, que pienso que a uno se le olvidan con frecuencia —y que quiero compartir con ustedes— son las siguientes:
1. Si uno está ante una situación en la que uno piensa que alguien debería hacer algo al respecto, ese alguien es, probablemente, uno mismo.
Particularmente cuando se trata de asuntos “insignificantes” como este. Mucha gente pasa indiferente ante situaciones indignantes, pero la mayoría de la gente sí siente algo… lo que pasa es que normalmente nos quedamos esperando a que alguien más lo resuelva, porque sentimos que lo que podemos hacer como individuos es muy poco. Y por eso no pasa nada… porque todos nos quedamos en “¡bueno, a ver, que aparezca alguien que resuelva esto!”.Nada de eso. Manos a la obra. Los grandes cambios de la humanidad los han empezado pequeños grupos de individuos, con acciones que en su momento parecieron insignificantes e incluso ridículas.
2. Que uno no pueda ayudar a todos, no significa que no valga la pena ayudar a algunos.
En este caso estamos hablando de peces, pero podríamos estar hablando de perros callejeros, de gatos ferales, de animales en vías de extinción, de grupos indígenas, de niños pequeños, de personas en situación de vulnerabilidad por violencia, o de nosotros mismos. Yo sé que no puedo evitar que la gente compre peces y los obligue a vivir en diminutas cajas de cristal, y sé que está fuera de mis manos el controlar que la gente vea a los animales como adornos… pero esta situación estaba a mi alcance.Cada pequeña —aparentemente insignificante— situación es una oportunidad gigante para generar cambio, para sembrar una semillita en la cabeza de otras personas.
Es muy posible que las personas del consejo de administración piensen que estoy loca por preocuparme por unos peces… pero también es probable que alguno de ellos no se lo haya plantado antes, y con la carta se le haya encendido una chispa de compasión por esos animalitos… o que contándolo en su casa como “una vieja loca mandó una carta diciendo que no deberíamos usar peces de adorno en el pesebre” lo haya oído su hijo o su hija y haya pensado “tal vez la vieja no está tan loca”. No sé, no puedo saber cuál va a ser el impacto de la carta que mandé, no sé si se va a quedar simplemente en que quitan a los peces y nada más… pero si no mandaba la carta puedo estar segura de que no pasaba nada. Y me quedaría yo con la sensación horrible de que algo pasó frente a mis ojos, algo que estaba a mi alcance y no hice nada para cambiarlo.
3. (Bonus) Siempre hay gente a la que uno le va a caer mal.
Esta no la había planeado, pero ya “entrados en gastos” (como dicen las abuelas) es así, nos guste o no, siempre va a existir gente a la que le caemos mal, a la que le chocan nuestras causas y a la que le parecen ridículas nuestras preocupaciones. ¿Y qué? Mientras estemos haciendo las cosas de corazón y con la genuina intención de generar un cambio positivo, lo que piense el resto de la gente nos debería tener sin cuidado.
Yo sé, yo sé… es difícil; yo, antes de escribir la carta, pensé “la administradora me va a odiar”, “ahora todos los vecinos me van a mirar raro” y otras cosas por el estilo, pero la verdad es que en esta situación me importa más lo que le pase a esos peces que lo que un montón de personas semi-desconocidas piensen de mí. Y no es un asunto de rebeldía, simplemente pienso que el mundo ya tiene demasiadas personas preocupadas por “no incomodar”, que se quedan en su casa quejándose de la realidad que los rodea sin hacer absolutamente nada para cambiarla, porque si se ponen a trabajar por alguna causa tal vez algún familiar, o un conocido o desconocido esté en desacuerdo con sus ideas, y tal vez alguien se sienta “incómodo” y lo elimine de Facebook o lo deje de seguir en Twitter. Puf.