Empezó Agosto, mes de frío intenso en el hemisferio sur, mes de sol y vacaciones en el hemisferio norte y mes de feria de flores en Medellín (de la cual no me entero porque me escondo como un ratón… no me atraen las multitudes).
Todo eso quiere decir que se terminó Julio, un mes que ahora viene con un apellido genial (si estás despistada/o te invito a que te pongas al día aquí) y que me dejó un montón de aprendizajes que llevaré conmigo más allá del límite, donde los meses ya no tienen apellido.
Independiente de si te uniste o no al desafío de Julio Sin Plástico, o Plastic Free July, o #30DíasSinPlástico, es muy posible que en algún momento te hayas hecho preguntas con respecto al uso de ese material o te hayas planteado maneras de controlar su uso.
Yo, durante este último mes, descubrí que el plástico tiene más invadida mi vida de lo que me hubiera querido imaginar, y que a pesar de que hace muchos años me desintoxiqué de las bolsas de plástico, el agua embotellada y los pitillos (cañas, pajitas, popotes, sorbetes…), todavía uso muchas cosas que tienen más empaques de los necesarios, o que se usan y se tiran resultando en un desperdicio de recursos humanos, naturales y artificiales. Pero como bien dice el saber popular, de todo se aprende algo, así que aquí están mis aprendizajes:
A veces son más importantes las preguntas que las respuestas
Descubrí que uso DEMASIADO plástico. Siempre llevo conmigo una botellita de vidrio para tomar agua, voy a todos lados con mi taza viajera para evitar los vasos desechables, llevo mis meriendas en frascos reutilizados, uso bolsas de tela y llevo mis propios envases cuando compro a granel… pero el plástico sigue escondiéndose en cada rincón de mi vida.
El champú, el acondicionador (dos productos que todavía no he sabido cómo reemplazar con alternativas hechas en casa), el envase del jabón para lavar platos, las interminables bolsas y bolsitas en las que vienen los granos y frutos secos que no se consiguen a granel… ¿de dónde sale tanto plástico? ¿a dónde va?
Sé la respuesta a esas dos preguntas (viene del petróleo y va a parar, casi siempre, al mar), pero en este momento es más importante preguntar ¿qué puedo hacer para evitarlo? No tengo una respuesta definitiva ni absoluta, pero mientras tenga la pregunta —y la intención responderla— tendré una motivación constante para cuestionar mis hábitos y generar cambios, aun en situaciones que antes ni siquiera se me había cruzado por la cabeza que pudieran ser problemáticas.
No todo el plástico es malo
Esto en el fondo ya lo sabía, pero este desafío me hizo verlo con mucha más claridad. Hay mucho plástico en nuestras vidas, sí, pero cuando hablamos de reducir el uso de plástico no nos estamos refiriendo a todos sus usos. Por ejemplo: el dispositivo en el que estás leyendo esto seguramente tiene muchas piezas de plástico, posiblemente también tu silla, tus zapatos, tus gafas para leer y tus gafas para el sol, las agarraderas de tus ollas e implementos de cocina, tu nevera, tu lavadora y hasta los tejidos de tu ropa.
El plástico es un material resistente y versátil que, si se usara de manera coherente con sus características (moldeable, durable…), resolvería más problemas de los que causa. El problema es —como lo habíamos conversado en otro momento— que se usa para fabricar objetos desechables (al corto o al largo plazo… que a estas alturas hasta los celulares se fabrican desechables) generando basura que se queda durante siglos envenenando al planeta y a todos sus habitantes.
Sin embargo, hasta los objetos más humildes fabricados en ese material pueden tener un enorme potencial. Así que es cuestión de aprender a identificar cuándo el problema es el material, y cuándo el problema es el uso que le damos.
No hace falta tirar nada a la basura
Este punto se desprende del anterior. Estuve mirando muchos sitios web buscando maneras de reducir mi uso de plástico, y en la mayoría encontré ideas buenísimas: muchas que ya había empezado a implementar desde hace años, algunas que apenas recientemente había descubierto y otras que no se me habían pasado por la cabeza y que inmediatamente pasaron a mi lista de tareas pendientes.
Sin embargo, en uno que otro lugar, me encontré con recomendaciones confusas y contraproducentes que, si bien motivaban a las personas a buscar alternativas al plástico, también las motivaban a deshacerse de objetos perfectamente funcionales y reemplazarlos por otros nuevos, sin plantear el problema de que esos objetos de plástico que se están reemplazando por otros se están convirtiendo en desechos antes de tiempo.
Consejos del tipo “cambia tus recipientes de plástico por unos de vidrio”, o “usa papel aluminio para guardar tus alimentos en lugar de bolsas resellables”, o “cambia tu cantimplora de plástico por una de acero inoxidable” pueden tener sentido si lo que queremos es reemplazar productos que ya no sirven, pero sugerirle a las personas que tiren sus objetos de plástico sin importar si todavía funcionan solo termina por agrandar el problema.
Debo confesarlo: cuando yo veo esos frascos de vidrio de cierre hermético para guardar cosas en la nevera me dan ganas de comprarlos todos, pero en este momento tengo unas 10 cajas de plástico de cierre hermético que cumplen la misma función, y no tendría ningún sentido que las pase al contenedor de reciclables mientras todavía están en plena vida útil. Soy consciente de los posibles peligros del Bisfenol A, y no pretendo usarlas durante toda mi vida, pero como bien lo plantean las chicas de One Million Women: reemplazar objetos que todavía son perfectamente útiles con otros nuevos, simplemente por el interés de “desplastificarnos”, no es una decisión lógica desde la perspectiva de la sostenibilidad.
Y para cerrar, te comparto algunos de mis descubrimientos puntuales de este mes:
— 1
Se pueden lavar los platos usando estropajo (esponjas vegetales). Empecé a experimentar hace algunas semanas y ha funcionado muy bien, es biodegradable, durable y barato. Es un poco más suave que las esponjillas comerciales así que no daña el teflón. Para poder lavar sin problema las “mugres difíciles” me he acostumbrado a remojar los platos sucios, y el efecto secundario es que lavo todo más rápido y ahorro un montón de agua. Todos ganan por todos lados.
— 2
Es posible eliminar la —aparentemente— irreemplazable bolsa de basura. La mayoría de los desechos que generamos en mi casa son biodegradables (origen vegetal) o reciclables, así que lo que va a parar a la basura es realmente poco. Sin embargo, nunca había pensado que podía usar algo diferente a las bolsas de basura hasta que encontré una publicación en la que se ve con todo detalle cómo se puede usar periódico reutilizado para “forrar” la basurera y contener los residuos.
Yo no estoy suscrita a ningún periódico pero estoy aprovechando los que encuentro por ahí que son distribución gratuita, y la ventaja adicional es que el papel periódico suele hacerse con papel reciclado, así que se está aprovechando un material en su máximo potencial.
— 3
Se puede hacer jabón en casa. Esto lo sabía hace tiempo, pero pensaba que se necesitaban miles de aparatos raros… y resulta que no es así. Este fin de semana, inspirada por la guía que hizo Claudia de Cocina y Divina, me preparé para hacer jabones a partir de aceite de cocina usado… pero al final me decidí por experimentar con una receta de un champú en barra que encontré aquí. Ajusté la receta para simplificar el proceso y ya tengo 3 potenciales barras de champú que, si funcionan, me llevarán a despedirme para siempre del champú comercial y sus aparatosos empaques. Digo “potenciales” porque requieren un proceso de curado que toma varias semanas, así que tendré que ejercitar mi paciencia antes de ver los resultados.
También hice un experimento convirtiendo una barra de jabón en aprox. 3 litros de jabón líquido, pero el resultado todavía no me convence 100%. Puedes dar por hecho que compartiré contigo la receta cuando encuentre una fórmula que funcione bien.
— 4
Un poquito de planeación logra un montón. Estas cosas que te estoy contando pueden sonar demasiado rebuscadas o complicadas, pero la verdad es que no es así. Yo trabajo (de hecho lo hago en varios proyectos al mismo tiempo, aparte de mi trabajo como profesora universitaria), tengo familia y amigos (a los que les dedico parte importante de mi tiempo), cocino, cuido mis gatas, mis plantas, limpio mi casa… en términos generales, tengo una vida “normal”. Sé que ese es un término complicado y por eso va entre comillas; a lo que me refiero es a que —contrario a lo que pueda parecer— no soy una hippie que no se baña y que vive aislada del mundo enrollada en harapos y que se alimenta de luz (que conste que no tengo absolutamente nada en contra de los hippies, se bañen o no), sino un ser humano —hippie o no, que no tengo idea— que vive dentro de una sociedad convencional, que se enfrenta a desafíos típicos de la vida cotidiana, y que trata de cuestionar con frecuencia las cosas que se dan por hechas en esa sociedad y en esa vida cotidiana.
Todos estos experimentos y búsquedas he logrado acomodarlos dentro de mi vida porque tengo mis necesidades básicas cubiertas, con lo cual puedo dedicar tiempo y energía a pensar en estos temas. Y en ese marco de “tengo mis necesidades básicas cubiertas”, he hecho estos cambios porque son importantes para mí, no porque tenga tiempo de sobra. Así que el “no tengo mucho tiempo disponible” (cuando se tienen las necesidades básicas cubiertas) para mí no es una justificación… si hay algo que quieras hacer, puedes tener la seguridad de que planeando y organizándote un poco, vas a poder hacerlo sin problemas.