Galápagos: reporte de viaje a otro planeta

Galápagos: reporte de viaje a otro planeta

Hace un par de días llegué de un lugar mágico en el que pude ver de cerca —incluso nadar— con muchos animales hermosos, plantas que parecen prehistóricas y un paisaje que me hizo pensar mucho en lo que le estamos haciendo el planeta. Aquí está la historia.

Lo primero es ubicarnos: Galápagos es un archipiélago que está a casi 1000km de la costa de Ecuador, es el segundo con mayor actividad volcánica del mundo, siendo superado sólo por Hawaii. Está conformado por más de 234 pedacitos de tierra que salen del mar, entre islas grandes, medianas e islotes, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1978, Reserva de la Biosfera en 1985 y Reserva Marina en 1986. Incluso antes de eso, en 1959, ya habían sido declaradas Parque Nacional, protegiendo el 97.5% de la superficie de las islas y dejando el 2.5% restante para los asentamientos humanos que ya existían antes de la declaratoria. En 2007 fueron incluidas en la Lista del Patrimonio de la Humanidad en Peligro debido al turismo masivo y las especies invasoras (o mejor dicho, las especies introducidas por los visitantes humanos… que ningún gato se fue nadando hasta Galápagos por su cuenta), lista de la cual salieron de nuevo en 2010, dejando de considerarse un ecosistema en peligro de extinción (al menos para Unesco, pues realmente es bien discutible).

Las islas Galápagos también han sido conocidas como “las Islas Encantadas”, un apodo que recibieron en el siglo XVI por su increíble biodiversidad en flora y fauna… y debo decir que el apodo les queda muy bien; uno de verdad se siente en un lugar mágico.

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Este no sé quién es… ¿tú sabes? En todo caso, está parado en una sola pata sobre un cactus candelabra. La otra pata la trató de apoyar varias veces pero seguro se pinchaba porque al final decidió quedarse así.

En 1835 estuvo Darwin en esos pedacitos de tierra observando a las especies endémicas (y también comiendo tortugas gigantes), y tomando nota para lo que tiempo después se convertiría en El Origen de las Especies, libro precursor de la literatura científica que sienta las bases de la biología evolutiva y que además fue una de las piezas clave en la campaña que realizaron los miembros del X Club por la secularización de la ciencia. Es decir, las islas Galápagos —junto a las otras paradas estratégicas en el viaje del Beagle— fueron inspiración para una enorme revolución del pensamiento y de la comprensión del planeta que habitamos.

¿Cómo se hace un reporte de viaje de un lugar como este? Yo siento que las palabras se me quedan cortas para describir todo lo que vi y sentí en esos días; se me han quedado cortas cuando trato de contarle a mis amigos y seguramente se me van a quedar cortas aquí.

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La de la bicicleta soy yo (la foto la tomó R), en uno de nuestros paseos en bicicleta en Isla Isabela, y justo debajo de una Opuntia (cactus gigante). El de más arriba es un pelícano pardo de las Galápagos (subespecie endémica de las islas).

Cuando digo en el título que este es un reporte de un viaje a otro planeta me refiero a dos cosas: primero, a todas las particularidades del paisaje de las islas, las plantas, los animales, las playas, los caminos y las rocas volcánicas que hacen que uno se sienta lejos de toda tierra conocida. Las plantas son diferentes, los cactus son gigantes, el suelo es volcánico y a veces tiene forma de roca derretida. Los animales no le tienen miedo a los humanos, caminan por las calles y nadan con la gente… es como un universo paralelo/paraíso perdido en el que la relación de los humanos con el resto de los animales es una relación de paz; algo que creo que no se puede afirmar de muchos lugares en la Tierra.

Segundo, me refiero al hecho de que las Galápagos son islas alejadas del resto del mundo no sólo por la distancia sino también aparentemente por el tiempo. Todo en las islas transcurre a una velocidad diferente: puesto que están lejos del continente, muchos de los recursos que damos por sentados en “tierra firme” son casi bienes de lujo en las islas (por ejemplo el agua potable se trata como un recurso precioso… es decir, como lo que es), todo es más caro y más difícil de conseguir. Si un día no hay aguacate, pues no hay aguacate y no hay nada que puedas hacer —a menos que quieras tomarte un avión y viajar dos horas hasta Quito para conseguirlo—, así que estas islas exigen una paciencia y una comprensión de la finitud de los recursos que muy bien nos vendría aplicar en el resto del planeta. Las Galápagos son, de alguna manera, un pequeño planeta muy especial que queda dentro de otro planeta también muy especial.

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Este señor (¿o señora?) tan elegante es otro pelícano pardo de Galápagos. Nos hizo visita durante un buen rato en la playa de los alemanes.

En todas partes dentro de las islas se hace mucho énfasis en la delicadeza del ecosistema de Galápagos, en la importancia de no tirar basuras, de hacer uso consciente de los recursos, de ahorrar energía y de cuidar el agua. En todos lados se ven avisos que señalan la importancia de respetar a los animales, de disfrutar el poder verlos sin acercarse demasiado (para evitar hacerles daño) y  de no alimentarlos (entendiendo que son animales salvajes y que así se evita que se conviertan en “mendigos” de los turistas). Se ven con frecuencia letreros que le recuerdan a las personas la importancia de cuidar el prístino entorno de las islas, de proteger ese lugar único en el que hay animales que no existen en ningún otro lugar del planeta y en el que incluso las más mínimas intervenciones humanas pueden desencadenar un desastre ecológico.

La entrada a la mayoría de senderos está controlada, saben quién viene y quién va, hay horarios limitados que aseguran que la naturaleza también tenga su tiempo de descanso y que no haya personas acampando en zonas que puedan poner en peligro a la fauna local, y de hecho la mayor parte de las islas ni siquiera puede ser visitada a menos que uno vaya en un grupo organizado y  acompañado de un guía naturalista autorizado por el Parque Nacional Galápagos. Uno se siente en un lugar especial al que están tratando de cuidar bien… y creo que algunos visitantes realmente interiorizan ese mensaje y cuidan a las Galápagos como difícilmente cuidarían otras islas u otras playas.

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Esta tan colorida es una langosta grande pintada de Galápagos. 

A pesar de lo que uno se podría imaginar —porque son islas y son pequeñas— el paisaje es tan diverso como los animales. Hay playas de arena blanca y mar turquesa que parecen sacadas de una postal del Caribe y en las que sobrevuelan los pelícanos, caminos de tierra volcánica rodeados de manglar y llenos de pinzones, túneles de manzanillos, bosques de cactus gigantes, montañas húmedas cubiertas de neblina, islotes azotados por las olas y llenos de fragatas y piqueros, corales poblados con peces multicolores, humedales llenos de patos y flamencos, senderos visitados por las tortugas gigantes que aprovechan las plantas bajas para alimentarse, playas cubiertas de rocas volcánicas en las que las iguanas y los cangrejos se mezclan con el paisaje, volcanes activos, pequeñas bahías de aguas tranquilas en las que nadan leones marinos, rayas, tiburones y tortugas de mar, estuarios rodeados de vegetación y llenos de peces que nadan en coreografías hipnóticas, grietas enormes que se van llenando de agua de mar y sirven de hogar a varias especies de pez loro, áreas rocosas aparentemente desérticas pero en cuyas rendijas crecen pequeñas plantas y se esconden cientos de lagartijas de lava.

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Aquí arriba, una lagartija de lava de Galápagos en un sendero en Isla Isabela. 

Cada recorrido en las islas se desarrolla en un paisaje distinto —tan distinto que a veces tuve la sensación de haber tenido varios días en uno solo— y cada paisaje viene acompañado de su flora y su fauna. Nunca en mi vida había visto tantas especies, tan de cerca, ni en tal cantidad en un período de tiempo tan corto y en un espacio tan “pequeño”. En una sola mañana y en un solo lugar (Concha de Perla, cerca de Puerto Villamil, por ejemplo) pude nadar con leones marinos, iguanas, rayas y un montón de peces de colores mientras volaban sobre nosotros varios pelícanos, fragatas, gaviotas negruzcas y piqueros de patas azules.

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A este piquero me lo encontré cuando fuimos a los Túneles, en la isla Isabela. Por favor-mirar-las-hermosas-patitas-azules ♥. 

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Un pato cariblanco (arriba)  y un flamenco (abajo) en los humedales de Puerto Villamil. 

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Una tortuga gigante merendando en el camino hacia el cerro Orchilla, en la isla Isabela. 

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Iguanas de mar tomando el sol cerca al muelle de Puerto Ayora. 

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Un papamoscas de Galápagos que nos acompañó en el Cerro Orchilla. 

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Una Opuntia (cactus gigante) en la Estación Científica Charles Darwin en Puerto Ayora. Y al lado (como referente de escala) el mejor compañero de viaje. 

Mi viaje a las Islas Encantadas coincidió con una serie de protestas que han sido la respuesta de mucha gente a los cambios planteados a la Ley Orgánica de Régimen Especial de la Provincia de Galápagos. Al principio todo lo que oí decir era que se trataba de un asunto de reducción de salarios, pero a medida que pasaron los días empecé a oír y a leer información más completa que me ayudó a ampliar el panorama con respecto a lo que está pasando en las islas.

El asunto va más allá: se pone en peligro el área protegida, se reducen los derechos de los nativos y se hacen leyes más permisivas para la inversión (¿invasión?) extranjera y el desarrollo de hoteles enormes y de infraestructura que busca inundar a las islas con turistas sin calcular el impacto que eso puede tener en su frágil ecosistema (y obvio, en su comunidad humana también). La verdad es que, como todas las cuestiones de decisiones políticas —y especialmente en Latinoamérica— se queda uno con la sensación de que no sabe qué pensar… ¿es en serio lo que están diciendo? ¿es tan malo como la gente lo está interpretando? ¿realmente hay gente a la que sólo le importa la plata? Lamentablemente la respuesta parece ser afirmativa en cada caso. Si quieres enterarte un poco más de qué va el asunto, puedes leer aquí, aquí y también aquí.

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Arriba, una garza ceniza en unas rocas de Tortuga Bay, en isla Santa Cruz. Abajo, parte del camino de los humedales cerca de Puerto Villamil en isla Isabela. 

Yo amé las islas Galápagos, y espero volver en algún momento de mi vida. Espero que, cuando vuelva, todavía pueda encontrar ese lugar fascinante/paraíso perdido en el que los animales viven tranquilos, el territorio está protegido y los humanos reciben constantemente educación y mensajes que buscan que entendamos que sus recursos son limitados, que esas islas únicas son únicas precisamente porque están aisladas y eso hace que su entorno sea hermoso pero también infinitamente frágil —no hay “isla de repuesto”—, que ese espacio mágico es compartido y que debemos respetar y cuidar a todos sus habitantes.

Me duele pensar que un lugar como ese puede ser víctima de la codicia y de la ceguera de unos cuantos, que lo que está protegido y es casi sagrado puede pasar a ser un simple terreno más para una mega-construcción, que su aire se puede contaminar tanto que sea un peligro para todas las aves que lo surcan, que su mar se pueda envenenar hasta tal punto que sus habitantes multicolores se enfermen y se mueran. Sería una enorme pérdida para la humanidad… enorme a pesar de su reducido tamaño. Galápagos es un área única que merece el cuidado y respeto de todos, de quienes habitan y de quienes visitan.

Y volviendo a la idea del viaje a otro planeta… todo el tiempo durante el viaje sentí que estaba, de alguna manera, en una modelo a escala de la Tierra: un lugar único, frágil, rebosante de vida, hermoso, aislado y con recursos limitados. Sin bote salvavidas, sin planeta de repuesto. Nuestro planeta puede parecer grande, pero realmente es un punto minúsculo si lo comparamos con el sistema solar, o con la Vía Láctea, o más aún con el Universo. Tal vez deberíamos empezar a entender que la Tierra, como las Galápagos, es un área única y que como tal deberíamos protegerla; que los recursos están limitados en las islas, y que nosotros —todos— vivimos en una isla que flota en el Universo, rodeada de miles, millones de otros trozos de tierra pero que están tan lejos y son tan estériles que no ofrecen ni una remota idea de salvación. Sólo ofrecen territorios hostiles en los que no florece ni la más tímida planta… si la salvación está en un territorio sin vida, no me interesa. Como ya lo dijo Carl Sagan en el libro “Un punto azul pálido”:

 

La Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica […] Nuestro planeta es un solitario grano en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad —en toda esta vastedad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos.

La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad, y formadora del carácter. Tal vez no hay mejor demostración de la locura de la soberbia humana que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amable y compasivamente, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que siempre hemos conocido.

 

Así que, para cerrar: Galápagos es único, y nuestro planeta también. Sería genial si todos empezamos a pensar en la Tierra como la isla que es… eso de respetar a los animales, cuidar el entorno, evitar el desastre ecológico, preservar la biodiversidad, evitar los residuos, educar a la gente y cuidar los recursos no debería ser un lujo exclusivo de las Islas Encantadas. Digo yo…