Progreso versus perfección (+ 5 conclusiones importantes)

Progreso versus perfección

Tuve esta publicación en remojo durante mucho tiempo, y finalmente decidí sacarla a la luz pues muchas conversaciones sobre activismo terminan tocando este tema y quiero compartir mi punto de vista (y después complementarlo con el tuyo si te animas a dejarlo en los comentarios).

El asunto es este: con cierta frecuencia me veo envuelta en discusiones que empiezan a partir del momento en que comparto alguna de mis ideas con respecto a la vida sostenible, el consumo responsable, la alimentación consciente o los derechos de los animales. Eso es porque son temas que me apasionan, que resuenan en lo más profundo de mi cabeza y de mi corazón, y también porque soy necia y todavía no he aprendido a retirarme a tiempo en situaciones en las que me encuentro con personas que claramente no están interesadas en oír puntos de vista que cuestionen su estilo de vida (pienso que esto tiene mucho que ver con la teoría de difusión de innovaciones, y puedes explorar un poco más sobre eso en esta publicación).

Casi todas esas discusiones tienen algo en común: la persona que está oyendo la idea que estoy planteando (sea porque la “suelto” en una conversación abierta o porque estoy respondiendo a una pregunta que me hicieron directamente) siente que estoy amenazando su statu quo y activa un mecanismo de defensa que consiste en cuestionar algún aspecto más bien banal de mi forma de vestir o de los objetos que uso. Por poner ejemplos puntuales, más de una vez me han “echado en cara” el hecho de que tengo un iPhone, o que uso Converse, o que vivo en la ciudad y no cultivo mis propios alimentos… hechos que —según la lógica del argumento— son absolutamente incompatibles con que sea vegana, o que quiera una vida más sostenible, o una alimentación menos dañina para mí y para el planeta.

Es decir, me cuestionan el que no sea “perfecta”, el que no haya llegado a un estado de iluminación en el que todas mis acciones estén alineadas en absoluta e incuestionable coherencia o el que me preocupe “sólo” de una serie de problemas en lugar de ser una súper heroína que resuelve todos los males del planeta de un solo golpe, a mano limpia y por sí sola, ahorrándoles a ellos —de paso— la molestia de cambiar en cualquier sentido… porque, curiosamente, éstas personas que cuestionan tanto no suelen mostrar preocupación ni mucho menos acciones concretas relacionadas con ninguna causa. Viene a ser algo como “oye, sálvame el planeta, ¡sálvamelo bien, maldita sea, nada de medias tintas!… pero no cuentes conmigo”. 

Y bueno,  está claro que el iPhone y los Converse no son las decisiones de compra más sostenibles, pero eso en este caso es lo de menos; si no tuviera iPhone y no usara Converse esas personas encontrarían alguna otra cosa que podrían cuestionar y que usarían para restarle credibilidad a cualquier esfuerzo que yo esté haciendo por poner mi granito de arena para un mundo mejor; primero porque ser 100% coherente es imposible, y segundo porque desde la perspectiva del que no hace nada siempre va a ser más fácil ridiculizar la falta de perfección que reconocer el esfuerzo por el cambio.

·   ·   ·

 

Todo esto que te acabo de contar no es sólo una experiencia personal aislada; de hecho pienso que va mucho más allá. Es una trampa que, desde adentro o desde afuera, nos mantiene amarradas en donde estamos y nos impide movernos hacia adelante, aprender y cambiar; o al menos hace que sea mucho más difícil. Y digo desde adentro o desde afuera porque, si bien lo que conté más arriba es algo a lo que la mayoría de personas preocupadas por cualquier causa se ha enfrentado, ese mismo tipo de cuestionamientos también puede venir desde adentro, desde nosotras mismas, cuando sentimos que hacer un poco no es suficiente y que hacerlo todo es imposible, y por lo tanto nos quedamos paralizados en un estado de no hacer nada de nada. Esa tampoco es una lógica muy lógica.

 

Sentimos que hacer un poco no es suficiente y sabemos que hacerlo todo es imposible, entonces nos quedamos paralizadas en un estado de no hacer nada de nada.

 

La verdad es que ese “hacer poco” realmente no es suficiente si nos quedamos estancadas y no pasamos de ahí… pero los primeros pasos, aunque pequeños, suelen llevar a nuevos caminos y a cambios mayores que van creciendo exponencialmente. Ese “hacer poco” se va convirtiendo en “hacer cada vez más”, y en ampliar cada vez más el impacto de acciones que, multiplicadas, pasan de ser pequeñas gotas de agua a ser olas gigantes y poderosas. Y ahí precisamente está la belleza del asunto. Y por eso hablo de la idea de progreso, y por eso lo enfrento a la idea —imposible— de la perfección.

La perfección no existe. Ninguna persona —sin importar lo poderosa, guapa o multimillonaria que sea— puede cambiar al mundo por si sola. Nadie tiene una varita mágica que nos vaya a hacer cambiar a todas/os. Realmente cambia de manera consciente quien quiere cambiar, se cuestiona quien se quiere cuestionar, y se adapta quien se quiere adaptar, así que una parte muy importante del proceso está directamente en nuestras manos.

Por otro lado, los problemas de la humanidad son tantos y tan complejos que es imposible que una sola persona —sin importar lo inteligente, fantástica e innovadora que sea— pueda resolverlos. Por eso lo que se necesita (y tiene más sentido) es que cada persona se preocupe por las causas más cercanas a su corazón… que en ese camino ya se irá encontrando con otras personas con preocupaciones similares con las que pueda unir fuerzas, y juntos en el proceso se encontrarán con otras causas también, porque todas están conectadas en algún punto.

Aunque lamentablemente también pasa, es raro ver a alguien que trabaje activamente por una causa cuestionando la “perfección” de las iniciativas de quienes trabajan en una causa diferente: porque conocen esa complejidad, porque saben que no es posible abarcarlo todo, y porque valoran el hecho de que otras personas estén trabajando por resolver aquello que se queda fuera de su propio rango de acción. Los que suelen ser criticones implacables son los que no saben nada de lo que implica ponerle esfuerzo y corazón a cualquier proyecto que vaya más allá de los intereses personales.

Hasta aquí he estado hablando de todo esto aplicándolo a la búsqueda de una vida más sostenible, pero la verdad es que la dicotomía progreso–perfección puede aplicar a cualquier situación. ¿Con qué frecuencia te sientes paralizada/o por la sensación de que, al no tener un resultado “perfecto”, no vale la pena hacer lo que estás haciendo? Es una trampa cruel, sin importar si viene desde afuera o desde adentro.

 

Mis conclusiones, por hora, son estas:

1. La perfección no existe. Así que ni siquiera vale la pena pensar en ella, ni desgastarnos tratando de justificarnos cuando alguien (incluso tú misma/o) quiere convencerte de que lo que haces no vale la pena porque no está “completo”. Es la trampa del “no hagamos nada hasta que hagamos todo”, una arena movediza en la que nos estamos hundiendo colectivamente. Esperar la perfección es la manera más efectiva de no hacer nada, porque el agobio nos paraliza y ahoga cualquier posibilidad de dar el primer paso.

2. El progreso es real, medible y verificable. Y observarlo es la mejor manera de mantenernos motivada/os a seguir generando cambios. ¿Empezaste a reducir los residuos que generas? ¿Estás aprendiendo sobre consumo responsable? ¿Estás reduciendo tu huella de carbono usando la bici como medio de transporte? ¿Empezaste a ser más consciente de las cosas que pasan detrás de los alimentos que consumes? ¡Pues genial! Haz un seguimiento de tus logros y celébralos, y no pierdas la costumbre de cuestionarte y salir de la zona de confort, que es la única manera de seguir firme en el camino de buscar una vida más sostenible.

3. “Haters gonna hate”. La cosa es así: la gente que quiere quitarle credibilidad a tus esfuerzos va a hacerlo sin importar cuán comprometida/o estés con tu proceso, cuánto hayas avanzado, ni cuánto impacto estén teniendo tus iniciativas, así que realmente no vale la pena que te rompas la cabeza tratando de hacer que cambien de parecer. Algunas personas no están preparadas para cuestionar sus hábitos y será sólo cuestión de darles tiempo, pero hay otras que simplemente no están interesadas en pensar en algo que sea más grande que ellas mismas y no lo harán nunca, sin que les importe la lógica ni la razón. Es importante que aprendamos a salir de esos círculos viciosos a tiempo y a invertir ese tiempo y energía en seguir aprendiendo.

4. Hay otras personas que se preocupan por las cosas que nos mueven. Y vale la pena que las encontremos, que compartamos experiencias, que aprendamos de ellas y que les ofrezcamos generosamente nuestros propios aprendizajes. La sinergia es un fenómeno maravilloso que explica la capacidad de la naturaleza de funcionar de manera armónica, interdependiente y complementaria, y una excelente fuente de aprendizaje para todes. No olvides que, en estas cosas, 1+1=3.

5. El primer paso no es el último y no debería ser el único. Ya sabemos que la perfección no existe, pero el progreso tampoco existe si nos quedamos quietas/os en el mismo lugar. El cambio requiere esfuerzo y constancia, requiere búsqueda y aprendizaje. Limitarnos a usar bolsas de tela o a apagar la luz durante una hora una vez al año no va a salvar al mundo, pero a medida que vamos aprendiendo nuevas maneras de acercarnos a la sostenibilidad empezamos a notar que lo que hacemos, aunque parezca pequeño, muchas veces es más grande que nosotras/os si hay constancia, crecimiento y búsqueda.

 

Para cerrar, dejo esta frase que me parece un recordatorio importante de todas las cosas que podemos empezar a hacer YA, sin esperar a encontrar condiciones “perfectas” (que en todo caso, como ya sabemos, no existen):

 

¡Qué maravilloso es que nadie necesite esperar ni un solo momento antes de comenzar a mejorar el mundo!
—Ana Frank