Paso a paso: Champú “el conejo feliz”

Champú en barra "el conejo feliz"

Si me lees con frecuencia, posiblemente a estas alturas ya te has dado cuenta de que tengo una debilidad por probar casi cualquier cosa que implique una reducción en los residuos que genero y en los ingredientes tóxicos con los que mi cuerpo tiene contacto.

Me gusta experimentar, y —sobre todo— me gusta compartir los resultados de esos experimentos para que otras personas puedan sacar provecho de las cosas que yo haya aprendido en el proceso. La publicación de hoy es el resultado de uno de los experimentos que más me ha gustado porque me hizo sentir como si supiera hacer magia jajaja. En serio, creo que con esta receta me he ganado un diploma imaginario de cosmética DIY (hazlo tú mismo). 

Y no me la inventé yo… tampoco me dan para tanto los conocimientos (en ese caso me daría a mí misma un diploma imaginario de alquimista experimental del universo, o algo así), sino que fue una adaptación de esta receta para champú en barra, y la pura verdad es que me ponía un poco nerviosa la idea de manipular hidróxido de sodio (soda cáustica), pero después de leer sobre fabricación de jabones artesanales vi que es cuestión de hacer una manipulación prudente y usar el sentido común, y no hay peligro. Para complementar lo que estaba aprendiendo, me compré la versión de Kindle de “Smart Soapmaking, donde se explica también con mucho detalle todo el proceso.

Suelo compartir recetas mucho más sencillas de preparar porque me gusta pensar que cualquier persona se puede animar a hacerla sin tener muchos materiales o ingredientes a la mano, pero ésta, a pesar de ser un poco más compleja, de verdad vale la pena.

Para dar un poco de contexto revisemos primero qué es el champú. Según Wikipedia:

La palabra champú deriva del inglés shampoo, palabra que data de 1762, y significaba originalmente “masajear”. Esta palabra es un préstamo del Anglo-Indio shampoo, y esta a su vez del Hindi chāmpo (चाँपो), imperativo de champna, “presionar, amasar los músculos, masajear”.

Así que “champú” originalmente se refería a masajear, y después a alguien se le ocurrió aplicarlo específicamente a masajear el cuero cabelludo. Más adelante los peluqueros ingleses empezaron a hervir jabón y agua y a añadir hierbas para dar olores ricos y más brillo y suavidad al pelo de sus clientes. El champú moderno (ese líquido viscoso de colores que todos conocemos) apareció apenas en 1930 y de ahí en adelante las campañas de marketing hicieron el resto: ahora es un producto que consideramos básico, y cualquiera que se atreva a afirmar que no lo usa es calificado como hippie maloliente (me da risa que los “insultos” hacia las personas que queremos llevar una vida sostenible por lo general contengan la palabra hippie. Creo que debo dedicarle una publicación).

Y para dar otro poco de contexto te cuento cómo fue todo el proceso hasta llegar hasta aquí: hace aproximadamente mil años quería comprarme un champú para pelo “liso y sedoso” y mi mamá se rió de mí y me dijo todos los champúes sirven para lo mismo. Me dejó pensando y miré los ingredientes… y efectivamente todos eran muy parecidos (y prácticamente todos me eran desconocidos). Muchos años después me empecé a encontrar con artículos que “desmitificaban” al champú y proponían otras maneras de lavar y cuidar el pelo. Ahí empezó mi período de exploración y búsqueda, en el cual he pasado por probar marcas con ingredientes más amigables y también por el “no poo” (no me voy a extender explicándolo, pero si quieres leer más al respecto te recomiendo que visites a Ana y a Yve, que ya compartieron hace tiempo sus experiencias).

Las búsquedas suelen llevar a aprendizajes (que vienen tanto de los aciertos como de los desaciertos), y ésta búsqueda en particular me ha llevado a identificar 3 cosas que considero importantísimas en los productos de aseo y cuidado personal que utilizo:

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Quiero productos que me permitan generar la mínima cantidad posible de residuos.

Los productos comerciales tienen empaques, etiquetas, cajas, cajitas, tapas, tapitas y un gigantesco “empaque intangible” de marketing que busca convencernos de que estamos comprando lo mejor de lo mejor, y que el producto vale 20 veces más de lo que realmente vale.

Quiero productos cuyos ingredientes yo conozca (y más o menos entienda), y que sean amigables con mi salud y la del planeta.

Los productos comerciales de aseo y cuidado personal suelen ser cocteles de ingredientes impronunciables y/o con dudosas reputaciones.

Quiero productos que no hayan sido probados en animales y que no contengan ningún ingrediente de origen animal.

Esto en los productos comerciales se vuelve bien difícil porque la grasa que se obtiene de los animales se esconde detrás de nombres tan “refinados” como Stearic Acid, Sodium Tallowate o Stearyl Alcohol y, a pesar de las prohibiciones, muchas marcas siguen haciendo pruebas innecesarias y súper crueles en millones de animalitos.

… y esta receta lo tiene todo. Sólo tres ingredientes, nada de empaques extravagantes, nada de cobros adicionales por mercadeo, funciona  de maravilla sin tantos ingredientes “sospechosos” y los animales en los que ha sido probado somos mi chico y yo, que estábamos 100% conscientes del experimento en el que nos estábamos metiendo. Y todo salió bien. Como en el desodorante, ningún conejo y ningún animal sufrió en la fabricación de este producto, así que es conejo feliz = Mariana feliz.

No más preludios, vamos a las instrucciones. Lo primero que necesitas saber es que el champú en barra es básicamente un jabón artesanal en el que la proporción de aceite es ligeramente mayor para que no todo sea convertido en jabón por la soda, y así el resultado sea más suave y no reseque el pelo. Para prepararlo vas a necesitar:

Ingredientes (para tres barras de champú):

  • Aceite de coco (6,6 oz) (ya sé que es rara la medida, pero las balanzas digitales traen esa opción así que no debería haber problema). IMPORTANTE: Esta receta es específicamente para hacer con aceite de coco PURO y no fraccionado (es decir, el mismo que es comestible y que se pone sólido si está a temperaturas inferiores a 24ºC, o líquido en temperaturas más cálidas). Si vas a usar otro aceite, todas las medidas cambian porque cada aceite reacciona diferente con la soda cáustica. Si no quieres usar aceite de coco debes buscar una receta específica para el tipo de aceite que quieres usar, y tener en cuenta que el resultado y el efecto en el pelo será completamente diferente.
  • Agua (2,5 oz)
  • Soda cáustica ( 1,08 oz) (sé que suena intimidante, pero siguiendo algunas recomendaciones básicas —y el sentido común— no tendrás nada que temer).

Herramientas:

  • Balanza digital de cocina (imprescindible, pues todo se mide por peso y no por volumen. Un solo gramo de diferencia puede cambiar completamente la receta, así que la balanza debe ser digital, e idealmente leer dos decimales).
  • Recipiente para pesar el agua y el aceite
  • Recipiente para pesar la soda cáustica (yo el mío lo marqué para usarlo siempre para ese fin, y no usarlo para nada más)
  • Frasco de vidrio para mezclar la soda y el agua
  • Molde (en mi caso es improvisado: un tarro de plástico de esos en los que viene el helado, que tenía guardado hace tiempo).
  • Cuchara de acero inoxidable para mezclar (también puede ser de madera, pero en ese caso asegúrate de usarla sólo para hacer jabones… jubílala de la cocina).
  • Guantes de caucho (se usan por precaución, al mezclar la soda y el agua)
  • Gafas protectoras (ídem)
  • Licuadora de mano (opcional. Acelera el proceso, pero también puedes mezclarlo a mano a intervalos de 15 – 20 minutos. He probado las dos, y con las dos queda bien). Ojo: es licuadora NO batidora. La batidora mete aire a la mezcla y no necesitamos eso en este proceso.
  • Termómetro de cocina (opcional)

Todos los materiales a la mano

Lo primero es organizar todo y tener todos los materiales a la mano. Prepara un espacio de trabajo en el que puedas estar tranquila/o (yo cubrí una mesa con papel periódico para no preocuparme tanto por si se caía una gota o dos de la preparación) y al que no tengan fácil acceso tus animales o niños pequeños. Cuando tengas todo listo, pesa los ingredientes y deja todo organizado y a la mano.

Usa un recipiente exclusivo para la soda cáustica

Pesar y dejar todo organizado y listo
Como podrás ver, mi espacio de trabajo parece cualquier cosa menos un laboratorio científico. Más casero imposible (que eso valga para que te motives y veas que no es tan complicado como lo pintan).

Aquí viene la parte delicada, y la que normalmente hace que la gente (me incluyo) tenga miedo de probar recetas de este tipo: mezclar la soda cáustica con el agua. Es “delicada” porque esa mezcla genera una reacción química que hace que el líquido suelte vapores irritantes (para eso son las gafas de protección) y también hace que suba mucho la temperatura. Pero como dije antes, no hay nada que temer. A mí me ponía muy nerviosa y por eso no me atrevía a hacer jabones, pero después de haberlo hecho una vez te puedo decir con confianza que no es para tanto, y que realmente se trata de trabajar con cuidado y aplicar el sentido común. Debes añadir la soda al agua y no al revés, lentamente, mezclando con la cuchara de acero inoxidable y procurando mantener la cara alejada para no exponerte a los vapores. Haz esta mezcla en un lugar bien ventilado, con los guantes y las gafas puestas y con el cuerpo tan cubierto como puedas (pantalón, mangas largas, zapatos cerrados) para protegerte en caso de que algo salpique. Lo normal es que NADA salpique, pero más vale prevenir que curar.

Mezcla la soda y el agua en un lugar ventilado
Los vecinos seguro pensaban que estaba haciendo una bomba. Tengo un tapabocas improvisado con una pañoleta de flores, y las medias por encima del pantalón son para protección, no es que sean un fashion statement.

Como te dije antes, la mezcla de agua y soda se va a poner súper caliente; déjala que se enfríe un rato antes de agarrarla para llevarla de nuevo al espacio de trabajo. Aquí tienes dos opciones: 1) usar el termómetro para asegurarte de que la mezcla esté más o menos a temperatura ambiente, o 2) dejarla enfriar suficiente rato —digamos 20 minutos— y tocar POR FUERA el recipiente para confirmar que ya esté a temperatura ambiente. Lo importante es que no haya una diferencia demasiado grande entre la temperatura del aceite y la de la mezcla de agua con soda cáustica. Pon el aceite en un recipiente de vidrio, acero inoxidable o plástico (de nuevo, el mío fue súper improvisado, un tarro que tenía guardado hace siglos) e incorpora lentamente la mezcla de agua y soda, mezclando suavemente con la cuchara de acero inoxidable.

Añade la mezcla de agua y soda cáustica al aceite, con "mañita"

Lo que viene ahora es lo más fácil: mezclar, y mezclar más. Puedes usar una licuadora de mano para acelerar el proceso (más o menos 15 minutos), o —si no tienes una— puedes revolver a mano con la cuchara a intervalos de 15-20 minutos (más o menos 2 horas, en total).

Licúa o revuelve hasta llegar a punto de traza

Debes mezclar hasta llegar a lo que se conoce como “el punto de traza“, que simplemente significa que queda una traza o surco al mover la cuchara o la licuadora. Es decir: se ve “cuajado”. Yo he probado a hacerlo de las dos maneras y sí rinde mucho más con la licuadora (obvio) pero la mezcla manual no es tan tediosa como suena y fue muy emocionante ver cómo iba tomando forma de a poquito.

Ponlo en el molde

Cuando ha alcanzado el “punto de traza” puedes pasar la mezcla al molde (o los moldes, si son varios individuales pequeños). Yo usé un tarro de plástico que tenía guardado y funciona bien, pero es un poco difícil de desmoldar (no quería romperlo para poder volver a usarlo después); puedes usar moldes de silicona, o algún molde de vidrio o de madera forrado con trozos de plástico o de tela que te sirvan para sacar el bloque cuando ya esté sólido. Déjalo algunas horas a que se solidifique bien (con otros aceites los jabones toman un par de días en solidificar, pero con aceite de coco está listo en 3-4 horas). Sácalo de los moldes, córtalo si es necesario y ponlo en un lugar ventilado para pasar a la última fase: el proceso de curado.

Corta y espera a que curen

¿Y qué es la fase de curado? Es una cuestión de reacciones químicas. Al hacer jabones artesanales (champú en este caso) estamos aprovechando un proceso que se llama saponificación y que se genera a partir de la combinación de un cuerpo graso (aceite de coco en este caso) un álcali (la soda cáustica) y el agua. El proceso de saponificación convierte todos esos ingredientes en una sola cosa: jabón. Es decir: en el resultado final ya el aceite no es aceite y la soda cáustica ya no es soda cáustica… juntos, se convirtieron en una cosa distinta que ya no es engrasante ni irritante. Magia, ¿no?

Hay jabones que se hacen con un proceso caliente que acelera la saponificación, pero aquí estamos preparando champú en barra con el proceso en frío, que requiere entre 4 y 6 semanas de curado.

Es esencial que tengas paciencia antes de usarlo porque sólo así podrás estar segura/o de que se han integrado bien la soda cáustica y el aceite. Y cuanto más esperes, mucho mejor… porque las barras se vuelven más sólidas, más duraderas y tienen un efecto más suave. Yo medí el pH a las 4 semanas de curado y estaba en 6, así que muy cercano a ser pH neutro… es decir, la soda cáustica ya se había integrado y la mezcla ya no era tan alcalina (y por lo tanto ya no podía ser irritante).

Al terminar de preparar la receta, lava a mano todos los materiales de trabajo con vinagre y después con agua y jabón. Si usaste algún implemento que también usas en la cocina (por ejemplo la cuchara de acero inoxidable) lávala dos veces para asegurarte de que queda bien limpia y sin residuos del proceso de preparación.

 

Importante: esta receta sólo funciona con aceite de coco. Si vas a usar otro aceite, las medidas cambian (cada aceite reacciona de manera ligeramente diferente con la soda). Para calcular las medidas con aceites de otro tipo, puedes usar esta calculadora.

 

Hace mucha espuma

Cuando hayan pasado 4 a 6 semanas, ¡puedes empezar a usarlo! Lo primero que vas a notar es que hace MUCHA espuma. Sólo necesitas frotar un poco en el pelo y con eso debería ser más que suficiente para que te quede bien limpio.

Después de usar el champú en barra uso vinagre de manzana como acondicionador. Yo disuelvo una cucharada de vinagre en una taza de agua, y lo aplico después de haber enjuagado bien el champú; lo dejo “actuar” un par de minutos, y lo enjuago, como lo haría con un acondicionador comercial. Aunque no lo creas el pelo no queda oliendo a vinagre (pero si sientes que quieres otro aroma, puedes añadir un par de gotas de tu aceite esencial favorito); de hecho este “acondicionador” hace que el pelo quede brillante, fácil de desenredar y que se sienta súper sano. Llevo 2 meses usando este champú y siento que el pelo me queda cada vez mejor y también noto que el lavado dura más… ¡me lo estoy lavando sólo dos veces por semana!

Así queda mi pelo

Es posible que igual te preguntes “¿y para qué voy a querer hacer un champú en barra si el champú lo encuentro ya hecho en el supermercado?”. A lo que voy a responder con una lista de razones por las que el champú en barra hecho en casa es genial:

  1. Menos residuos. Dejas de llenar el planeta con envases de plástico.
  2. Menos ingredientes sospechosos en tu cuerpo. Sabes exactamente lo que pusiste en la preparación y sabes que el resultado no es nocivo.
  3. Conejos felices. No requiere pruebas en animales, así que ningún animal sufrió mutilaciones, heridas ni torturas para que tú puedas usar este producto.
  4. Aprendes cosas nuevas. ¿Cuándo has aprendido algo usando champú comercial? Las cosas que ya vienen hechas limitan la creatividad… hacerlas tú misma/o la estimula.
  5. Comparte. ¿Puede haber algo más rico que recibir un regalo que alguien hizo a mano para uno? Olvídate del centro comercial y empieza a preparar tú misma/o regalos bonitos hechos en casa.